“Y… acá en el campo la señal que tenemos es esta”, avisa Ignacio Montoya Carlotto. Del otro lado del teléfono, su voz se escucha entrecortada hasta que de pronto encuentra el punto áureo de las ondas y empieza a entenderse lo que dice. “Cuando hablo por teléfono me da por caminar, pero si ahora me escuchás bien me voy a quedar quieto acá”, garantiza. Desde los pagos de Loma Negra, en Olavarría, el pianista y compositor conversa con PáginaI12 sobre Todos los nombres, todos los cielos, el disco que presentará el miércoles a las 19 en la sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), con entrada libre y gratuita.
Grabado en trío junto a Nicolás Hailand en contrabajo y Samuel Carabajal en batería, el nuevo trabajo propone en gran parte obras propias, pensadas para esta formación. “En realidad, mi grupo emblemático, digamos, es el septeto, del que se desprenden varios formatos alternativos”, comenta Ignacio. “Hay un dúo con Valentín Reiners, el guitarrista, y también a veces tocamos a dúo con la cantante, Inés Maddio. Pasa que hace un tiempo Inés fue madre y por eso frenamos un poco la actividad del septeto, entonces le puse más energía al trabajo con el trío, le di forma concreta a lo que veníamos haciendo esporádicamente. A todo el que toca el piano pensando en el jazz, o en algo por el estilo, el formato de trío le resulta intimidante por la tradición que representa. Para mí fue un gran desafío y este trabajo más que nada representa una búsqueda por ese lado. Probamos mucha música antes de grabar y en cada ensayo aparecía un tema nuevo. Siempre es así, continuamente estoy componiendo y arreglando”, cuenta también.
Armonías de jazz, aires de balada, pulsiones de folklore y una escritura personal y cuidadosa, son algunas de las características de la música de Montoya Carlotto, que en 2015 grabó su primer disco con el septeto del que deriva este trío. “De alguna manera, el lenguaje de este nuevo disco es el mismo que el del septeto, si bien la formación de trío permite otra dinámica entre los músicos y eso se traduce en un poco más de improvisación, sin ser jazz”, explica el pianista.
“La mujer que tenía todos los nombres del mundo”, “Algún día en otra parte”, “Milonga en silencio” y “La ruta de la seda” son momentos interesantes de un disco que sonando para adentro hace de la introspección un estilo. “La gran mayoría de estos temas nacieron desde el piano, incluso los toqué en conciertos de piano solo, donde no funcionaron tan bien como con el trío, pero tenían su propia identidad. Pasó que cuando las pasamos por el tamiz del trío se transformaron. Logramos un sonido camarístico que cierra el concepto del disco”, asegura.
“La banderas del Río Chico”, la zamba de Gustavo Leguizamón, es el único tema del disco que no pertenece a Montoya Carlotto. “Me gustaba la idea de incluirla. La toco desde hace muchos años y la hicimos con Liliana Herrero en algunos conciertos. Si por un lado podría ser el tema de ruptura del disco, por el otro creo que explica mucho de lo que pasa en esta música, que tiene a lo lejos un aire folklórico. Si bien armónicamente la referencia es el jazz, en lo rítmico estamos cerca del folklore”, explica el pianista.
“Este disco es posible porque hay unos valientes como Néstor Díaz Claudio Ronanduano, que hace poco fundaron un sello para editar sólo discos. Lo de la Biblioteca Nacional no será solamente la presentación del disco sino además la presentación en sociedad del sello Ceibo Música”, continua Montoya Carlotto. Todos los nombres, todos los cielos fue editado el año pasado sólo en formato digital por 114 Discos, el sello del pianista, y ahora celebra su formato físico en coproducción con el sello recién creado por Díaz y Ronanduano. “Es una apuesta fuerte ante la crisis del disco como formato y de la crisis general que estamos sufriendo”, define.
Cinco años atrás, Ignacio recuperó su identidad. Supo que es hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar “Puño” Montoya, y nieto de Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo. “Al principio pensé que eso que fue tan movilizador en lo personal, no influiría para nada en mi oficio de músico", reconoce. "Aprendí a trabajar con cierta versatilidad, para poder hacer muchas cosas. Pero después me di cuenta de que cambió absolutamente la relación que establezco con la música que toco. Ahora, si no me siento identificado desde lo afectivo con la música que hago, si no me enamoro para que se vuelva parte de una fibra muy íntima mía, no la puedo tocar. El compromiso con una música va mucho más allá del desafío de hacerla sonar bien. La abstracción de la música me ayudó a contar algunas cosas que no podía contar de otra manera y también hablar con los que no están”, agrega.
Montoya Carlotto cuenta que ya está metido en la producción de un nuevo disco del septeto. “Trabajamos mucho para tener un septeto y quiero mantenerlo”, dice y refuerza la idea de que un disco es un acto de fe en un sentido amplio. “Como país hemos pasado por muchas crisis, vamos a salir de esta y va a estar buenísimo. Tengo esperanzas en lo que venga y lo digo porque recorro el país, veo las ganas de la gente, el amor que hay. Me inquieta que esto sea cíclico, que dentro de unos años vuelva otra crisis. Creo que tenemos una cuestión irresuelta de la identidad de la nación. Tal vez nos falta una mirada reflexiva acerca de lo que realmente somos. Cuando pude viajar a tocar a Europa y Estados Unidos, pensé que me iba a encontrar con otras culturas, pero lo más importante de esos viajes fue que en esa interacción estaba conociendo mi propia cultura: cómo me proponía ante esos otros, diferentes. Me estaba conociendo a mí mismo”.