I Acevedo acaba de publicar un libro difícil de catalogar. Fue escrito de forma transicional en épocas de transiciones anímicas, sentimentales y materiales. Logró resaltar en la frontera los cambios y cualquier ditirambo sobre lo que implican, con una escritura llena de aseveraciones, aunque plástica y a prueba.
La lectura no se presta a interpretar los nueve relatos de a uno. Es que tienen el efecto de momentos de un tratado expresionista que se despliega. No son una serie de narraciones con cierta autonomía que conforman ese todo general que llamamos “libro de cuentos”. La lectura va enredando las cuestiones que se suceden texto a texto. No hay una totalidad, sino un conjunto de ideas y problemas que I saca de la bolsa de su transición existencial para continuar con la vida, tratando de elegir qué ser lo más que se pueda. “No ser más mujer”, no ser más Inés, como punto de partida. La literatura, la escritura en general, la ficción y el invento, como punto de mediación y de llegada. Como sistema general de pensamiento. Qué mejor que la imaginación para reinventar lo que somos. Es un libro sobre la transformación.
Generalmente, cada texto se inscribe en un contexto real de su vida cotidiana. Incluso muchos de ellos fueron leídos en lugares públicos o ante un público que concurría a escucharlos, de Casa Brandon a la plaza de Boedo. Con lo cual no solo expresa un mapa de los espacios de sociabilidad política y cultural del presente, sino que deja ver las condiciones de escritura de I, a sabiendas de que eso que está diciendo va a ser leído; lo que no deja ver es qué cambió, qué se particularizó y se reescribió en el espacio que queda entre la lectura y la publicación compilada ahora bajo el objeto libro. Por lo tanto, puede leérselo integralmente como una preparación para la teoría de la lectura y de la conciencia del escritor, que se sabe en la acción cíclica de escribir bajo la certeza de la transformación general de los signos. La escena de escribir, que va y viene a lo largo de todo el libro, se toca con la escena del leer doméstico, se muerden la cola.
No trata de la vida del escritor, sino de la escritura como vitalidad. No es una literatura del yo, es la discusión del yo afirmado ante la literatura. No se vuelca ni al fastidio ni a la alegría, es un libro sobre la emoción. Por momentos corre el riesgo de volverse tautológico y a veces sorprende poco en su vocación por defender a la escritura de los fantasmas del decoro y la inteligibilidad. Pero la fuerza de I vence para mantenerse a raya en la ocurrencia crítica mezclada con lo pedestre del siglo XXI. Por eso todo el tiempo vuelve a la cuestión del día a día, para salvar cualquier señalamiento de tipo estilístico y convertirlo en ficción. Que quede a salvo la historia contada sin culpa. Siempre con el corazón adelante.
Las anécdotas se envuelven en la ramificación indecisa del yo, que se está buscando y las deja vivir. Para Acevedo decir yo es empezar a pensar relativo a les demás, porque no hay yo sin otres, pero no hay otres sin la distinción de cada quien luchando con la malevolencia que ejerce la sociedad para igualar y predecir. Su teoría del sí mismo se trata de esa batalla. Cerrando el círculo, es también una propuesta sobre la pregunta por la bendita “función” de la literatura ante la crisis social. Propone no olvidarse de uno ni olvidarse, claro, de todo lo demás. Acordarse de sí para encarnar el drama de la ciudad política. Es la literatura que gana funciones ante la inminencia. La postura es acercarse a les demás inmediatamente, a través de la purga y la canalización de las pasiones y los afectos que puede generar la literatura. Por ejemplo: en el relato “Martes, 5 de febrero de 2018”, decir la depresión rehabilita la autoestima. Pero ahí no se termina, porque tomarse en serio a uno mismo no es autoayuda, es reflexividad, es la subjetividad buscando la comprensión más fina que se pueda de los signos colectivos de la decadencia. También de las promesas, la parte positiva del estado de cosas.
Llega un momento de la lectura que resulta literaria, esto es sorprendente y bienvenida, la aparición de esta frase con ecos borgeanos, que parece dejar desamparado de nuevo al yo, tratando de que algo realmente distinto lo conmueva: “A esta altura el destino debería hacer algo por su cuenta”.
¿Pero qué yo es? El de la redención de la ansiedad, la defensa de la amistad, las tribulaciones del amor, la predisposición a la vida impulsiva. El que fomenta relaciones desde las ganas. No son relaciones “naturales”, más bien cualquier lazo, con su imaginario incluido, está permanentemente al borde de lo patético del amar sin más, arrojado a eso. El crítico Alberto Giordano, que estudia los géneros autobiográficos, ha dicho que Acevedo escribe sobre “el asombro de existir”. Resulta concisa esa definición. Es el yo de una escritura poco barroca pero vitalista; hacia la determinación de lo que se es, lo más cercana a la autoconciencia que se pueda. La escritura de I se había desarrollado hasta este libro, digamos, en la estela de una literatura florida con vocación de aventura. Contenida, organizada por sus no-reglas de la literatura. Todo eso permanece, pero acá se abre. Su estilo sigue siendo raro y transparente. Y ahora es, además, existencialista con gracia, serio a flor de piel.
Late un corazón es también la narración de cómo narrar. Pero no propone una doctrina moral, sino la evidencia del hecho irrepetible del narrar de alguien en particular, en este caso I. Da indicios, cada tanto, de la estela estética y teórica en la que se inscribe. Viene con su propia interpretación adentro para que el lector, después de leer, relea. Tal vez sea en el cuento “Querida Alejandra” donde todo se condense. Se trata de una carta, no sabemos si finalmente enviada o no, no sabemos si producto de la ocurrencia o de la coyuntura afectiva. En él I desarrolla una serie de disquisiciones teóricas sobre el yo escondido, lo no dicho en la literatura, lo implícito. Piensa en las teorías literarias argentinas de los setentas y ochentas, con Piglia, Ludmer y Kamenszain, en torno al narrador hablando siempre de otres. Piensa estos rasgos como reflejos de algo más, los mandatos sociales que impedían el sentimiento del yo al frente. Para I el yo es definitivamente colectivo. Se trata de discutir el yo y de saber que en él sigue habiendo vacilaciones, que seguimos sin saber qué nos determina a participar de la existencia, pero que esas cuestiones pueden decir mucho más si se vuelven literarias y frescas. Incluso podríamos invitar a participar, después de leer las ficciones filosóficas de I, a esa noción que ya no se dice tanto y que aquellos posestructuralistas nacionales usaron mucho en su momento: la intriga.