Matías Ola se estaba desvaneciendo del frío, en las corrientes heladas de Dover, en Inglaterra, y lo que menos quería era que alguien le tendiera la mano y lo sacara del agua. No se trataba de ningún impulso oscuro sino del más hondo espíritu deportivo: el nadador argentino, que desde hace ocho años compite en aguas abiertas y a baja temperatura, sabía -aún en ese estado de desorientación y agotamiento físico en que se hallaba- que si su entrenador apenas le rozaba el cuerpo, quedaría descalificado. Iban siete horas cuando Pablo Testa, después de contar una a una las brazadas de su pupilo, notó que habían disminuido de 68 por minuto a sólo 42. El atleta, que desafiaba esas aguas abiertas sin traje de neoprene, ya se había chocado dos veces con la embarcación que lo acompañaba en la prueba. Ola ya no respondía ni al silbato ni a la voz que lo entrena cada día, y allí se acabó la paciencia: Testa lo llamó, lo tomó del brazo, lo subió al bote y dio por terminada la prueba. Allí, en el medio del Canal de la Mancha, ya a salvo de las frías aguas a 13 grados y rodeado de frazadas, el tucumano, que no recuerda nada de todo esto, pidió por favor que lo abrazaran.

"Yo no sufrí porque no sentí", le contó Ola a Página 12 este martes, desde Londres, a un día y medio del pico de hipotermia que lo obligó a abandonar la travesía en la que buscaba la consagración conocida como la Triple Corona. De haber cruzado el Canal de la Mancha desde Dover, en el Reino Unido, hasta Cap Gritz Nez, en Francia, el argentino habría conquistado el lauro, luego de sus travesías victoriosas en el Canal de Catalinas y en la vuelta a la Isla de Manhattan, ambas ya realizadas en Estados Unidos.

 

Testa, de más de 30 años de trayectoria en aguas abiertas, explica la agudización de la hipotermia con una claridad que asombra: "En un primer nivel, uno siente el frío y se abriga o pide auxilio, pero en una segunda o tercera instancia, el frío te penetra los huesos como un pacman y pedís abandonar". Testa remarca que su discípulo padeció ese mayor momento de la dolencia y ni siquiera amagó a largar. Lo de Ola, sin embargo, no fue un accionar sin sentido o de una ambición peligrosa. La lógica de la prueba y el clima feroz que mutó en pocas horas le jugaron una mala pasada. "En mi preparación -explica-, consideré que este canal era particularmente frío y, por eso, entré al agua mentalizado para vivir esa temperatura especialmente baja como un mal menor. De hecho, las primeras sensaciones de debilidad ante el frío las había tomado como algo pasajero, incluso cuando temblaba, algo que nunca antes me había pasado".

 

"Fue bastante feo, pero sólo un susto", suelta el creador del proyecto solidario Unir el mundo. Ni siquiera le quedó temor. Al día siguiente, cuando despertó después de la exigencia extrema, el día estaba hermoso, y hasta le dijo a su entrenador que tenía ganas de volver a intentarlo. La revancha será el año que viene y la estrategia -para salir exitoso esta vez- será ganar unos cinco kilos de peso y sumar kilómetros de resistencia en las frías aguas de la Patagonia argentina. Y aunque en dos semanas ya regresa al país, agradece esos mensajes que, preocupados por su salud y llenos de cariño, cruzaron el océano y le calentaron el cuerpo y el ánimo. "Me gustaría decirles -cierra Ola- que no estoy bajoneado: si le quieren decir 'fracaso', ni siquiera es la primera vez que fracaso en una travesía... Pero igualmente creo que estas caídas me sirven para crecer más en las aguas abiertas. Tuve un día triste pero ahora intento revalorizar la experiencia, porque, hasta donde yo llegué, fue todo lo que pude dar".

Su entrenador confirmó: "Matías estaba en grado 3 de hipotermia -que es muy alto- y me pedía no abandonar, eso me impresionó". "Estamos más tranquilos, parece algo feo lo que pasó pero nos deja una gran enseñanza", expresó Testa y agregó: "Tengo muchos años en esto y he visto abandonar a nadadores en situaciones menos dolorosas".