Lo primero que aparece en Google cuando se busca a Julieta Laso es una nota que le hicieron en un importante diario de este país, donde la tildan de “la cantante gay friendly”. “Le dije soy gay, ¡no gay friendly!” dice entre risas cuando recibe a Las12 en su casa, con el pelo revuelto y la voz profunda como el Río de la Plata del que viene más de un acorde que la acompaña. “Claramente a ese periodista no le daré nunca más una nota. Un maltratador. Toda la nota insistiendo con esto de que estamos de moda las mujeres, y después básicamente creía que todo lo que me había pasado era por eso, por ser mujer. Además, ¿qué sería ser gay friendly?
Que a tu casa vienen exclusivamente lesbianas...
--¡Vienen muchas a mi casa pero no todas! También acepto amigas no lesbianas (risas). Periodismo “gay friendly” en todo caso, nosotras las pelotas.
Aquellos de 2018 fueron meses en que Julieta como solista y la Orquesta Fernández Fierro seguían compartiendo su tiempo. Pero al poco tiempo, ella decidió abrirse y dedicarse sólo a su música. Ahí emerge Martingala, donde está acompañada de grandes músicxs como Alexey Musatov, Matías Fernández Levy, Noelia Sinkunas, Paloma Schachmann y Cristian Basto.
Julieta nació en Boedo, en 1982, pero enseguida su familia se fue a vivir a Villa Luro y en su entrada a la adolescencia se mudaron a Paternal. Ella, su hermano, mamá y papá. “Yo quería ser actriz. Me volvía loca disfrazarme y me sabía todos los temas de Tita Merello, la imitaba. Un día escuché un tema y me aprendí todos, me los escribí en un cuaderno. Después tuve una locura con Violeta Parra.”
¿Tus papás tienen algo que ver con el arte?
--Cero. Mi papá es economista y mi mamá es psicóloga pero escuchábamos música popular: Teresa Parodi, Mercedes Sosa, Patxi Andión... Y después otra que me flasheaba era Nati Mistral, así que yo ya venía con una veta muy dramática: me gustaba el bolero, el flamenco, el recitado español. Y de tango había escuchado Goyeneche pero no mucho más. Fui a una escuela muy rara que se llamaba la Villa Mitre. Aristarain fue a presentar su peli ahí, y vinieron los actores...
Y vos te copaste con eso...
--Sí, sobre todo con Cecilia Roth (risas). Yo desde sala de cinco me di cuenta que me gustaban las mujeres. Estaba enamorada de la maestra.
A los 5 a todas nos gustaba la maestra...
--¿Sí? Bueno, me quedo más tranquila pero nunca paró eso (risas). Y ése fue el único secreto que pude guardar durante años. Yo no soy muy de guardar secretos y con ese no sé cómo hice pero hasta los 17... Era medio el payaso del grupo y nadie sabía bien qué me pasaba.
¿Tenías amores ocultos?
--Claro, ésa era la parte dramática. Porque estuve toda la primaria enamorada de una compañera.
¿Ella nunca supo?
--Supongo que ahora se debe haber dado cuenta, (risas) pero sí, yo tenía un cofre y guardaba cosas que escribía. La amaba, pero después me volvió a pasar con otra y el amor fue siempre un tópico muy importante y durante mucho tiempo pensé que iba a ser muy difícil mi vida.
¿A los 17 qué pasó?
--El teatro. Primero tomé clases en Paternal con Diana Valiela, muchos años, y después fui a ver las obras de Pacheco y me copé. Y caí en la trampa: estuve cinco años ahí adentro.
Omar Pacheco, fundador de la compañía teatral La otra orilla, se suicidó en noviembre del año pasado, luego de que integrantes del elenco actual y pasado lo escracharan por abusos y estafas de diversa índole, desde manosear a sus alumnas hasta pedirles dinero, hacerlxs trabajar gratis y humillarlxs cuando intentaban señalar estas injusticias. Pero ellxs hablaron y se organizaron en tiempo record para que nadie más sufriera esos padecimientos.
¿Cómo fue esa experiencia?
--Supuestamente era un lugar de militancia: trabajábamos solamente sobre temas de genocidio de Estado. Y además era cooperativa, todo autogestión. Pacheco tenía un discurso muy fuerte con esa impronta. Lo que puedo decir es que esos compañeros son casi todos mis amigos de hoy. Había gente muy interesante pero empezaron a pasar cosas. Es difícil sostener eso porque todos trabajábamos gratis para Pacheco, él era el único importante adentro de la compañía, pero era un maltratador. Hubo situaciones feas con alumnas, que no daba porque eran menores de edad. Yo era medio andrógina y conmigo nunca se metió pero sí con amigas y conocidas. La primera vez que yo tuve contacto con un cuerpo femenino fue ahí, y eso fue positivo, pero todo lo demás no. Aunque no era tan fácil darse cuenta, él era un psicópata.
Julieta fue la primera que se rapó para Cinco puertas (una de las obras emblemáticas de la compañía). En Memoria le hicieron comprar una peluca porque su personaje tenía pelo “y así era todo, enloquecedor... Aparte teníamos prohibido hacer algo para afuera. No permitía parejas adentro de la compañía. Yo me fui y muchas de las personas que yo quería no reaccionaban”.
¿Y en esa época no cantabas?
--No, ni se me hubiera pasado por la cabeza que iba a terminar cantando. Me gustaba pero no pensaba que podía. Nadie me había dicho que tenía facilidad para la música. Lo último que hice como actriz fue una obra sobre Popol Vuh. Ahí yo tenía que cantar mucho y un músico de la obra me dijo vamos a probar hacer unos tangos. Y probamos hacer un dúo, con arreglos a dos voces, algo rarísimo para el tango pero él quería probar y yo en ese momento estaba muy deprimida. Sentía que mi formación no había servido, tenía miedo, vergüenza, me costó mucho después volver a un taller. Entonces dije esto no es para mí. Hasta que muchos años después fui lo de Nora Moseinco y me sanaron mucho sus clases.
¿Qué sentiste cuando Pacheco se suicidó, después del escrache de muchas de sus alumnas y alumnos y del que formaste parte?
--No me lo esperaba, fue muy fuerte. Creo que él realizó su último acto de psicopatía y manipulación. Esa noche estábamos todas un poco en shock y nos juntamos para contenernos. Me terminó de quedar claro lo oscuro que había sido ese tiempo.
¿Sentís que lo tuyo con la actuación ya fue?
--No. De hecho yo ahora actúo mucho en el escenario, me apoyo mucho en ese lugar y a veces siento que soy una actriz que hace de cantante. Esa parte mía no está muerta. Alguna vez actuaría en una peli o en teatro si sale algo. A mí me encanta ver actuar, soy muy admiradora de ese mundo. Valeria Bertuccelli me parece genial, Erica Rivas, Pilar Gamboa, Merdeces Morán también, entre tantas que me gustan... Pero ahora el eje está puesto en la musica.
Actuación y después
Volviendo al big bang con la música, Nahuel Ruscio tiene un gran mérito porque fue quien la convocó a probar, y era muy exigente. “Ensayamos mucho antes de tocar. Yo no sabía mucho así que tuve que aprender un montón. Y me dije voy a probar una vez tocar en público para ver si realmente tengo posibilidades con esto. No voy a tener otro berretín y otra decepción.
¡Qué exigente!
--Sí. Pensé si no aparece una señal no voy a seguir. Venía muy frustrada. Fuimos a una milonga, canté, todos los que me escucharon eran músicos y vino Julián Peralta y me dijo que estaba muy bien, que tenía que seguir. A la semana me ofreció grabar con la banda de él de ese momento, “Astilleros”, dos temas, y que yo tuviese ese material. Y eso me incentivó mucho. Empecé a ir a la milonga al final, empecé a tomar clases con Beatriz Muñoz. Me aprendía un tema y cantaba atrás del piano, de la vergüenza, pero empecé a curtirme. Y enseguida que grabé los temas con Julián vino Juan Otero del “Cuarteto de la púa”, y me dijo vos piba tenés que hacer esto. Nosotros te vamos a ayudar.
Todos chabones.
--Sí, fui muy ayudada por tipos. Yo lo que hice fue estudiar y ponerme a tiro pero si no hubiese tenido mucha ayuda, no hubiera podido. Y así salí con las tres guitarras, con el Sapo Montaldo y Otero durante cuatro años a cantar por todos lados que pudiera. Aprendí un montón. Y en un momento me cansé de la noche, era difícil porque aparte laburaba de camarera. Un día le dije a los chicos de parar. Yo vivía en un departamento de un ambiente al lado de Yuri Venturin, el director de la Fernández Fierro. Yo cantaba en mi casa y él me escuchaba. Le dijo a la mujer che qué bien que canta la vecina y cuando se fue el Chino Laborde me llamó. Por primera vez en mi vida las cosas pasaban mágicamente.
Yuri la llamó por teléfono, no le tocó la puerta. “Hola, queríamos probarte” le dijo, a secas. Para Julieta, cantar en la Fernández Fierro era un sueño. Eso fue hace cinco años, no es tanto tiempo pero su vida cambió por completo. “Me dio miedo. Para mí era una prueba. Y para trabajar en el tango una tiene que estar bien de la cabeza. La noche puede no ser una linda vida”.
Pero te eligieron y estabas feliz...
--Sí. Me re copaba. Al principio me costó un montón. Eran todos chabones, ninguna delicadeza con decirme las cosas. ¿Te hablan poco viste? (risas) hasta que me gané mi lugar y después fue una experiencia inolvidable y la relación es muy profunda. Viajamos por todos lados. Me “chabonicé” un montón. Mucha chicana, todo chiste agrediéndose. No es mi estilo pero varias veces me defendí a los ponchazos. No me quedaba otra. Aprendí mucho de convivencia porque el 50 por ciento del trabajo de una banda es humano. Eramos 16 días todo el día juntos, si no entendés la convivencia y le ponés amor a eso se cae todo. Fue muy sanador ver un trabajo de cooperativa que funcionaba no perversamente. Es muy romántico lo que hacen los chicos. A los dos años de estar en la Orquesta apareció Lucrecia (Martel, su pareja).
¿Sentís que la familia te empoderó?
--Sí. Encontrar el amor es la recompensa más bella que me dio la vida. No pensé que eso estaba previsto para mí, pensaba que me era ajeno.
En noviembre del año pasado salió Martingala, el segundo disco solista de Julieta Laso con su propia banda. “La martingala son los trucos que una hace para sortear el destino, son como trampas”, dice, y cita el verso que le viene a la mente Una brujería hecha de cifras y ninguna moraleja”. “Diego Baiardi (en letras), Lisandro Silva Echeverría (en composición) y Pelu Romero (mi productor artístico) hicieron canciones para mí que venían de hace mucho, de antes de la Fierro, y Lucrecia me apoyó mucho en el trabajo, siempre valorando mucho mi trabajo. Y la salida del disco fue hermosa”, dice.
Cuando tocaste en Brandon fue muy intenso. Como si encontraras tu lugar en el mundo para tocar...
--Sí. Fue la primera vez que toqué en Brandon y yo no tenía lugares de pertenencia. Estuvo re bueno lo que pasó. Me sentía muy solita antes, los amo pero conocí otras personas: Paula Maffía, Luci Patané, Noe Sinkunas, Lisa Kerner, con todas las que estamos haciendo música, un encuentro con el mundo feminista que me encanta. Venía mucho tiempo con hombres y me encantar estar con mujeres.
¿Desde cuando te sentís feminista?
--Todo lo que pasó alrededor del 8A me marcó mucho. Fue mucho lo que me tuve que deconstruir. Yo tenía muchos pensamientos machistas: había incorporado formas de hombre y hablaba de mí como si fuera un chabón. Decía cosas como “banda de minitas”. Pero a la primera mujer que entró a la Fierro después de mí la recibí con una felicidad: Julia Tesla, violinista. Yo me subía al escenario y solamente que me sonriera era algo hermoso.
¿Y qué sentís cuando cantás?
Es un momento tan diferente a lo cotidiano. Pensás y te movés de otra manera. Eso es liberador. Es ser distinta por un rato. Es lo más hermoso y vivo. Lo que pasa con los músicos en ese momento también es increíble. Es una forma de comunicarse con los otros muy bella, que te eleva, todo cobra otro significado.
Juli Laso se presentará el 5 de octubre en el Morán.
Pedro Morán 2147, CABA. Entradas anticipadas en venta.