Que la resistencia sea resistencia del analista, como decía Lacan, quiere decir que aquél puede responder defensivamente a la angustia del sujeto. Es lo que ocurre en el encuentro con los tipos clínicos de las neurosis. Ante las angustias de castración de la histeria, el analista resiste con fastidio, mientras que al obsesivo le responde con el aburrimiento. "Usted siempre se queja" o "Usted dice siempre lo mismo", son dos posiciones defensivas que, en el analista, expresan un límite al análisis. Sólo con el atravesamiento de esta captura libidinal del analista (reducido a objeto, porque ¿qué otras cosa son el fastidio y el aburrimiento si no formas de goce en el analista?) es que el análisis de una neurosis es posible. El análisis es también atravesamiento de la neurosis del analista.
Y donde este atravesamiento no se produce es que también aparecen consecuencias, que llevan la práctica del análisis hacia el prejuicio. Por ejemplo, la expectativa de que un caso de histeria pueda analizarse sin la queja. "De la queja al síntoma", suele decirse, cuando la sintomatización de la queja no implica que ésta desaparezca. Cuando la queja desaparece en un caso de histeria, lo más probable es que se haya pasado a la sugestión más llana o, peor, a la consistencia del goce superyoico. Algo semejante podría decirse de la obsesión. ¿Cómo el analista que nombra a su paciente obsesivo como "aburrido", olvida que ese aburrimiento es algo que le concierne? En este punto, el analista está blindado para el análisis de las neurosis, y conviene que lo sepa. El desprecio por la angustia de castración es el reflejo, en el dispositivo analítico, de la reducción a lo imaginario que expone muy bien un refrán (que sirvió para el título de una película de Woody Allen), aquel que dice: "Vistos de afuera, todos los crímenes son males menores".
"Es un neurótico", me ha tocado escuchar a veces el modo en que se nombra a un paciente, donde la inflexión nombra cierta "ordinariez", como si la neurosis no fuera de por sí algo grave. Quizá por eso, porque no se considera grave al neurótico, es que algunos incluso dicen "es un neurótico grave". Lo cierto es que la otra cara de esta actitud lleva a ubicar el mal en las psicosis. Otro prejuicio analítico, que los psicóticos están peor que los neuróticos. Lo que es un prejuicio es la valoración implícita, que desnivela ambas posiciones del ser y hace una comparación donde se trata de dos modos diferentes de tratar la división subjetiva. El prejuicio no resiste el esclarecimiento clínico. Sin embargo, detrás hay un punto que debe ser destacado: el reparo que históricamente pesa sobre el temor a la locura.
A diferencia del neurótico, el loco divide al analista. Es algo que Lacan ya decía en el Breve discurso a los psiquiatras, lo cual es otro modo de enfatizar que el analista no tiene modo de resistir a la angustia que no es neurótica. O, al menos, no puede defenderse por la vía de la transmutación del afecto. Se trata del analista que se angustia, y cuyas resistencias por lo tanto pueden ser mucho mayores: la interconsulta psiquiátrica obligada, la internación precipitada, el consuelo en la medicación, el temor permanente al pasaje al acto, etc.
Recuerdo el caso de una colega que, en cierta ocasión, comentaba un caso clínico en el que no advirtió que su intervención tomaba la forma de una amenaza (defensiva respecto de sí misma), del estilo "Si seguís así, voy a tener que mandarte a un psiquiatra". Manifiesta o no, la destitución del analista (que no es la destitución subjetiva que el análisis le requiere) es una posibilidad permanente en el tratamiento de la locura.
Que los locos ya no angustien tanto, en tiempos de la psicofarmacología y la oferta de múltiples dispositivos, quizá sea un problema; un paso más en el camino hacia la objetivación de la psicosis, de la que el psicoanalista siempre debe desconfiar. Hasta que notamos que, en nuestros días, quizá ese temor fundamental que antes encarnaba el psicótico hoy lo representa el adicto, el toxicómano, aquel sobre el cual casi todo lo que escribimos es insoportablemente leve.
Hace medio siglo, Lacan destacaba la función virtuosa que tenía la angustia en los jóvenes practicantes, una angustia que los años pueden convertir en un saber que se anticipa al sujeto y lo cristaliza. Las psicosis siempre fueron un desafío porque ponían a prueba la resistencia del analista, en todo sentido. Hoy quizá lo sean menos, pero la resistencia permanece.
*Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología por la UBA, donde trabaja como docente e investigador. Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Miembro del Foro Analítico del Río de La Plata.