El vertiginoso cambio político en la región sorprendió al historiador Aldo Marchesi en medio de su investigación. El eje nodal de ella era historiar sobre la suerte corrida por las guerrillas latinoamericanas entre la década del '60 y la caída del Muro de Berlín, y en eso estaba cuando, casi de repente, el continente viró -una vez más- hacia un neoliberalismo devastador. “El efecto Bolsonaro y la manera en que esa derecha reaccionaria establece una conexión entre las formas de protesta contemporáneas y aquellas de los '60, donde los guerrilleros y las feministas parecen ser lo mismo, pone la discusión pública de aquella década en un lugar nuevo y algo insólito. Hay una distancia grande entre cuando empecé a pensar este libro y cuando fue publicado, sí”, afirma este investigador uruguayo. Pero esa distancia no cambió un ápice su sustancia. Se llamaba y se llamó Hacer la revolución, y los interrogantes que se planteó este doctor en historia latinoamericana formado en la Universidad de Nueva York siguieron siendo los mismos: cómo contar el ímpetu revolucionario de los años '60 y '70 desde un tiempo que no es revolucionario. O cómo capturar un clima de época radicalizado que todavía produce preguntas en la discusión contemporánea.

Para contestarlo, Marchesi siguió el derrotero de militantes uruguayos, brasileños, argentinos, bolivianos y chilenos durante aquella época de fuego, mirada en términos de coordinación regional entre ellos. Y los siguió desde sus momentos de auge hasta los de repliegues, fracasos, peleas y divisiones. “Mi interés es repensar el período de la Guerra Fría latinoamericana desde una perspectiva transnacional porque, en general, las historias recientes han estado muy encerradas en la nación y la verdad que los actores políticos que vivieron en la Guerra Fría en la región pensaban sus proyectos más allá de ella. Los militares y ciertos sectores liberales conservadores hablaban de la defensa de la civilización occidental y cristiana; otros sectores de centroizquierda e izquierda hablaban de la unidad latinoamericana o de la estrategia continental de la revolución, o del tercer mundo, o del internacionalismo proletario. Y sin embargo todo esto parece olvidado a la hora de recordar el período, dado que todos los actores estaban bastante 'internacionalizados' pero también tenían niveles de autonomía para promover sus agendas. Siguiendo al historiador Thomas Bender, entiendo que las fronteras nacionales dificultan el entendimiento de procesos que se construyen mas allá de la nación”, opina el pensador.

-¿Su pretensión es militante, historiográfica o una mezcla de ambas?

-Muchos de los mejores historiadores son aquellos que tiene una motivación inicial, ya sea política o social, pero que reconocen la tensión entre su compromiso público y la disciplina histórica. Mi objetivo último, en este sentido, es tratar de entender los límites y posibilidades de los proyectos de política radical que apuntaron a construir sociedad más igualitaria y libre. No pretendo hacer una historia celebratoria de esa experiencia sino entender los dilemas, sacrificios, errores, ambigüedades e incluso paradojas de ella y sus actores históricos. No soy ingenuo, quiero decir. Más bien, creo que hay un dilema cada vez mayor entre la discusión académica y la discusión pública, y me gusta navegar en esa tensión.

-¿Qué partido toma usted en esto, puntualmente?

-Tengo una formación marxista heterodoxa y valoro la experiencia histórica de la izquierda latinoamericana del siglo XX. Creo que allí hay muchas cosas para retomar y repasar, y para buscar posibles síntesis futuras. Me defino como republicano pero también encuentro aspectos interesantes en ciertas experiencias populistas del siglo XX.

-Hay una dimensión historiográfica en su trabajo, en la que analiza cómo fue el devenir de las organizaciones armadas en los imaginarios de los '80 y '90. ¿Ha cambiado el estado de la cuestión en el presente?

-Hay unos lentes muy marcados por la revalorización de la idea democrática en clave liberal, así como de la idea de derechos humanos durante los '80 y los '90, que determinó cómo miramos a los '60. Pienso que esto nos limitó el entendimiento de dicha era, que tiene una lógica histórica diferente. A veces, desde nuestros marcos éticos, evaluamos un tiempo histórico con otros marcos éticos y políticos. El anacronismo es algo inevitable en la manera que nos acercamos pero al menos los historiadores deberíamos advertir lo que es de aquel tiempo y lo que es de éste. Al menos en esta zona del mundo, creo que las maneras en cómo pensamos la relación entre violencia y política ha variado, aunque paradójicamente vivimos en sociedades mucho más violentas que aquellas.

-Otra arista de su trabajo es la distinción que hace entre “vieja” y “nueva” izquierda ¿Cómo resignificaría tal antinomia a los efectos de pensarla hoy?

-El termino "nueva izquierda" fue creado por los propios actores históricos. En ese contexto, es entendible porque surge de la necesidad de distanciarse de experiencias previas y muchos aún lo entienden así, porque la historia de los '60 aún está muy pegada a la palabra de los actores del período. Si para contestar su pregunta, ampliáramos la temporalidad e insertáramos la discusión de la nueva y vieja izquierda de los '60 en una historia de la izquierda latinoamericana del siglo XX, veríamos cómo varios de los planteos de aquella nueva izquierda no tienen nada de nuevo, sino muchos más puntos de contacto de lo que los propios actores históricos creen con aquellos debates que se dieron entre las décadas del '20 y del '40.

-Los de la “vieja izquierda”

-Exacto. En rigor, es tarea de los historiadores poder reconstruir esas trayectorias para repensar esa tensión entre lo nuevo y lo viejo en temporalidades más largas.