La historia Bert Trautmann (1923-2013) tenía todos los elementos dramáticos y polémicos como para ser llevada al cine: paracaidista de la Luftwaffe durante la Segunda Guerra, fue tomado prisionero por los británicos y apenas un año después de su liberación, fichado en 1949 como arquero por el Manchester City. Hasta 1964 jugó 545 partidos con su camiseta, entre ellos la semifinal ante el Birmingham City en la que defendió el arco con el cuello roto tras sufrir una lesión a 17 minutos del silbato final. Claro que no siempre fue visto como héroe y su figura estuvo teñida de claroscuros. De ese y otros temas habló con Página/12 el director de Trautmann, Marcus H. Rosenmüller. La película es la punta de lanza del Festival de Cine Alemán.
- ¿Por qué el paso de Trautmann por las Juventudes Hitlerianas y la Luftwaffe no aparece en la película?
- La Juventud Hitleriana ocupaba bastante lugar en las primeras versiones pero pensé que podía renunciar a eso porque es algo muy sabido. Las dos escenas de guerra de la película son de una época en la que Trautmann aún no era o ya no era paracaidista. Al principio de la película está en Ucrania, mientras que el flashback con el niño (N. de la R.: escena en la que un soldado alemán dispara contra un niño) ilustra una vivencia que lo marcó. Su detención en Alemania representa una mezcla de emociones de otras vivencias en la guerra, aunque la escenifiqué de forma ficticia.
-¿Qué dijo Trautmann cuando le contó de su proyecto?
- Para él era importante que la película no girara sólo en torno a cómo se rompió el cuello en la final de 1956 sino que abordáramos lo simbólico de toda su experiencia inglesa. A fin de cuentas, era y sigue siendo nuestro deseo que esto sirva como una oportunidad para hablar sobre la reconciliación.
- El personaje de Trautmann dice varias veces a lo largo de la película que “no tenía opción”. ¿Comparte esa idea?
- Ése es justamente uno de los temas centrales de la película: si tenemos opción, cuándo reconoce un individuo que tiene opción, cómo debe ser un Estado para que se pueda tener opción, cómo se hace para evitar caer en una sociedad en la que ya no haya opción. Pero yendo al ejemplo concreto de Trautmann, durante nuestra entrevista –en ese entonces ya tenía 90 años- aseguró que en determinadas situaciones no tuvo opción alguna, como mucho la opción de morir. Y no quería morir. Un hecho clave en la película es la escena en la que el soldado alemán dispara contra el niño.
- ¿En qué se basó para esa escena?
- Trautmann nos contó que fue testigo junto a un camarada de cómo fueron fusiladas personas judías en un bosque. Los dos estaban en shock pero estaban seguros de que si intervenían, también los iban a fusilar. Esa culpa lo persiguió toda su vida, e incluso como anciano lo único que podía decir era: “No tuvimos opción”. Por supuesto esa afirmación no es verdad, pero el precio a pagar era alto. Hay otra escena en la que se les muestran a los prisioneros alemanes escenas de la liberación de un campo de concentración en el marco de un programa de reeducación, y todo vuelve a girar en torno a la que creo es la pregunta clave: ¿Quién tiene la culpa? ¿No tienen también la culpa los que sabían y no hicieron nada? ¿Qué hubiera pasado si esa masa silenciosa y cómplice se hubiera levantado en Alemania contra estos crímenes escandalosos? ¿Habría habido opción? ¡Por supuesto! Cada individuo tiene la responsabilidad de enfrentarse a las injusticias y los crímenes colectivos. Así y todo, es importante diferenciar entre aquellos que no conocen ningún límite para el mal. Son ellos los que desequilibran a la sociedad.
- ¿Cree que Trautmann adhirió ideológicamente al nazismo?
- No puedo afirmar si Trautmann fue un nazi en algún momento de su vida. Él lo negaba. De lo que estoy seguro es de que cuando vivía en Inglaterra no lo era. Y que creía en la reconciliación a través del encuentro.
- ¿Hay límites para el perdón?
- Una reconciliación necesita de las dos partes. Me hubiera gustado que tras la guerra hubiera habido en Alemania una discusión acerca de la culpa y una disculpa por parte de quienes cometieron crímenes y sus simpatizantes. Eso no pasó durante mucho tiempo. Pero, como muestra la película, los sentimientos de culpa no estaban muertos. Sólo lo estaban en apariencia, por eso también luego se trabajó tanto sobre el tema. Inspirado en el obispo sudafricano Desmond Tutu, aspiro a la reconciliación como ideal: una persona reconoce su culpa, pide perdón y la víctima estrecha su mano. A veces pasa y son historias que me conmueven hasta las lágrimas. Nunca le exigiría a una víctima que perdone. Creo que pedir perdón es más importante que perdonar.