Humildemente, entiendo que se equivoca el reconocido historiador polaco Andrzej Paczkowski cuando afirma que la historia consiste en investigar por pasión y no por misión. Si bien ambos términos (pasión-misión) no presentan a primera vista una versión dicotómica de la realidad, las tramas ideológicas que acompañan a estos vocablos terminan confrontándolas. Soy un convencido de que toda investigación, aun en el caso de la ciencia, tiene por objeto una misión. Y esta misión siempre es seductoramente subjetiva, aunque el investigador se esmere en querer ocultar su mirada parcial. El escritor, al recabar la información e indagar en el tratamiento del mismo a su objeto de estudio y las circunstancias, realiza un recorte ideológico que al final le resulta análogo y consonante con su cosmovisión, con su modo de ver el mundo. Este es el caso del virtuoso trabajo de Marcela Bublik en su libro Abuela: La Historia de Rosa Roisinblit, una Abuela De Plaza de Mayo, editado por Marea (2013). Bublik hace de Rosa aquello y solo aquello que Rosa puede y debe inspirarle: describir el multifacético sentido de la perplejidad; al mismo tiempo en el que descubre que la heroicidad de la existencia se cruza con la profesión que provoca en Rosa la pulsión de vida. Porque Rosa es madre y partera a la vez. Y no es casual que parir y hacer parir atraviesen a esta misma persona. Rosa Roisinblit nos enseña de modo sutil que las Abuelas de Plaza de Mayo desafiaron a la propia naturaleza, dando a luz a sus propios nietos.
Bajo esta dimensión, el bíblico libro de Éxodo describe en su inicio con nombres propios a las dos parteras hebreas que actuaron de manera heroica ante el inminente plan sistemático de desaparición de bebes, propuesto por el otrora Faraón egipcio: Shifra y Pua. Según la exégesis, el nombre Shifra significa “hacer brillar”. Y Pua “hacer gritar”. Sus nombres insinúan y sugieren la idea de que proporcionar vida no es simplemente concebir en el dolor del silencio. Es fundamentalmente “iluminar denunciando la amenaza de la muerte”. Desde allí, abuelas como Rosa resignifican el vigor, para enseñarnos a parir un país de un modo distinto. Es el léxico argentino que, resaltando a la brechtiana concepción materna, amalgama la abuela al coraje. El sentido histórico tiene como misión añadir una noble página para definir a estas mujeres como “Abuelas Coraje” que transformaron el sufrimiento en docencia de amor.
Con la confianza que merece el conocimiento, Rosa es una vieja corajuda que a los 100 años recién cumplidos mantiene su memoria y su porte como si el tiempo no hubiese pasado. Nacida en la santafecina Moisés Ville, esta hija de los legendarios gauchos judíos vio modificado su destino cuando la vida le cambió para siempre con la desaparición de su hija Patricia, embarazada de ocho meses. Rosa tiene el toque necesario de la sabiduría, que supo aprovechar en la experiencia y la transformó en una mujer intensa, de carácter; esa misma sabiduría que la terminó por convertir en una brillante dirigente de Abuelas. Didáctica como pocas, gracias a ella pude entender en mi ignorancia, la gran tarea y el gigante aporte del Banco de Datos Genéticos para el reconocimiento de los nietos. Esto también me lo confirma mi amigo Victor Penchazadeh a través de su testimonio, que de genética sabe, y mucho.
La conocí a Rosa en una mesa redonda en la que participamos juntos, más o menos hace unos 30 años. Se sentó al lado mío y lo primero que dijo, micrófono en mano y sin anestesia, fue que durante la dictadura la comunidad judía no había estado a la altura de las circunstancias. Con cierta vergüenza, pero también con el privilegio de ser discípulo de una de las más honrosas excepciones, Marshall Meyer, tuve que remarla del modo en el que pude, con la angustia en forma de vocablos entrecortados. En ese aprendizaje pragmático acepté que, como decía Wittgenstein, uno debe hacerse cargo de las verdades y responsable de los escenarios futuros. La aguda y penetrante provocación de Rosa invariablemente derivó en el denso descubrimiento de que el único modo de no querer seguir tartamudeando por el tema es, justamente, comprometerme con él. En la confluencia del compromiso que se entrama con los argumentos medulares de la existencia, la propia identidad va moldeándose hasta tomar forma. Y sin darte cuenta, de repente descubrís que la vida adquiere otro sentido y otro rumbo. O mejor dicho, un sentido. Sentido de uno mismo. Sentido de intentar dejar un mundo diferente a los que seguirán habitándolo, en el que no se repitan atrocidades y desapariciones, holocaustos y genocidios. Y aunque no siempre nos salga bien, vale la pena el intento. Esos intentos, en sus formas directas y sin tapujos, traducidos en términos sociales, los aprendemos de las Madres y Abuelas. Porque a fuerza de sufrimiento, los argentinos tenemos el privilegio de añadir a cada madre y abuela biológica, una de Plaza de Mayo. Tal vez, desde ese lugar, se me ocurre pensar que por esta experiencia alquímico-mística sería más justo otorgarles el Nobel de Medicina que el de la Paz. No está demás agregar que supieron curar la enfermedad de la venganza con el remedio de la justicia, y el agotamiento que produce la desesperanza, con la energía puesta en el hallazgo de cada nieto.
Este jueves en el Senado de la Nación a las 15, Rosa Roisinblit será honrada con la Distinción Juana Azurduy, en reconocimiento y como testimonio de un siglo en valerosa lucha por la noble tarea de identificar y recuperar a los nietos. Rosa Rosa, tan maravillosa!