Doce años de administración macrista le costaron a la ciudad de Buenos Aires 300 hectáreas de verde y muchas más de pasto natural, reemplazado por grama de semilla de gran fragilidad. La constante atención a los especuladores inmobiliarios reforzó la enorme saturación del tejido urbano con torres cada vez mayores. Todas las advertencias sobre calidad de vida y ecología fueron desatendidas por gente que tiene una visión extractiva de la ciudad y sólo mira los números. El resultado es una visible extinción del gorrión, un pajarito que parecía perfectamente adaptado a su nicho urbano. Lo que comenzó como una percepción de vecinos fue confirmado por ornitólogos, que explicaron las razones: el modelo macrista es invivible hasta para los gorriones.
El Passer domesticus es una especie nativa de Eurasia y el norte de Africa que fue traída a las Américas a mediados del siglo 19 para combatir diversas pestes de langosta y orugas. Entre nosotros, el pajarito fue introducido por Sarmiento, que hizo una famosa suelta en Plaza de Mayo en 1871. Es muy posible que ya hubiera algunos gorriones por estos pagos y sigue firme la versión de que el cervecero Emile Bieckert trajo varios de Alemania, pero nuestras calles se llenaron sólo a partir del presidente que más quiso cambiar la naturaleza misma del país.
La Asociación Ornitológica del Plata, también llamada Aves Argentinas, tiene detectada una fuerte baja en el número de gorriones en las mayores ciudades de Buenos Aires. En España, donde los conteos se hacen regularmente y con rigor –su Ministerio de Ciencias sí tiene presupuesto para estos controles- detectaron una baja del 21 por ciento en grandes ciudades en la década entre 2008 y 2018. Las explicaciones que encuentran al fenómeno son estrictamente de modelos de ciudad, como las que se sufren en Buenos Aires.
El gorrión porteño es un animal urbano, raro de ver a campo abierto excepto en pagos con mucha semilla disponible. Pero el pajarito necesita anidar en huequitos, de los que ofrecen las casas antiguas y bajas, y le niegan por completo los edificios en altura, especialmente los que son puro vidrio. De hecho, el lugar favorito para anidar y criar son los techos de tejas, ya raros en la ciudad. El gorrión adulto es un busca que come casi cualquier cosa que descartemos, con lo que es calificado como “comensal humano”.
Pero crucialmente, los pichones sólo comen ciertos insectos, en particular grillitos o langostas, que en primavera comienzan a abundar entre los pastos. Y esos pastos desaparecieron como nunca en estos años de macrismo en funciones. El ornitólogo Lucas Leveau realizó conteos de gorriones en calles de Palermo en 2004, y los repitió en 2016 y 2017. De encontrar poblaciones estables, pasó a encontrar verdaderos desiertos: en la mitad de las calles ya no había ni siquiera un gorrión.
Leveau se especializa en la fauna aérea urbana, y realizó estudios y conteos en otros ámbitos urbanos del país. Para comparar, explicó que en lugares como Mar del Plata o Miramar los gorriones prosperan porque encuentran todo en las calles. De hecho, ni siquiera tienen que competir con las palomas, que prefieren al campo, que les queda cerca, a buscar sus alimentos.
¿Dónde come un gorrión en la ciudad? En lo que los especialistas llaman “césped no manejado”, natural, que es el simple pasto que crece solo y es cortado regularmente. Ese pasto tiene un grado de dureza que le permite refugiar un mundo a ras de tierra de insectos, un recurso importante para el gorrión. La moda macrista de rediseñar las plazas con tanto cemento y con ese césped tierno de semilla que da bien en la foto, le cerró fuentes de alimentación a los gorriones.
Pero el problema de fondo es la negativa frontal de abrir nuevos espacios verdes de las dos administraciones porteñas del PRO. En doce años al frente de la ciudad, los macristas abrieron una plaza, en Belgrano y Jujuy, que es puro cemento y algunos canteros, y presentaron como hazañas haber cementado tantas plazas ya existentes. Entre las ventas de tierras fiscales y la manía de construir sobre verdes ya existentes, se perdieron trescientas hectáreas del ya escaso verde. Para disimular, el ministerio especializado hace trucos contables como contar la plaza Once como espacio verde, cuando es un espacio público casi completamente cementado.
Es una verdadera ironía que esta pequeña víctima del modelo macrista en lo urbano sea justo el gorrión. Es que otro nombre para el Passer domesticus es “cabecita negra”, una metáfora que hizo historia entre nosotros.