Hay numerosos objetos que los turistas suelen traerse como recuerdo de sus vacaciones. Alfajores, postales y elementos con el nombre del destino lideran el ranking, aunque hay un regalito que tarda en llegar y nadie quiere: las multas de tránsito. Pueden venir en formato de carta postal o guarecerse en el misterio hasta que un día uno decide consultar en la web si incurrió en alguna infracción… y se encuentra con la sorpresita de que adeuda tres mil pesos o más en concepto de incorreciones viales que van del exceso de velocidad a luces apagadas.
Según los recolectores de información pretérita pero incomprobable, la primera “multa de tránsito” ocurrió hace casi tres mil años en Egipto. Un papiro aún testimonia aquella pena pionera: un tipo que conducía en estado de ebriedad un carro tirado por animales atropelló a una nena y chocó contra una estatua, por lo que fue colgado en la puerta de la taberna donde había bebido.
Más adelante, el concepto de multa fue evolucionando, o al menos adquiriendo una fachada humanista y pedagógica. Hoy se supone que las sanciones económicas son para castigar pero, al mismo tiempo, educar y corregir conductas inconvenientes. O algo así: hace dos años se denunciaron más de 700 radares de velocidad truchos en el país, la mayoría colocados de manera subrepticia por Municipios que buscaban recaudar más que prevenir. Evitarlos es confuso y complejo, ya que si uno “sospecha” que el control es apócrifo, debe enviar una carta a la Dirección de Vialidad Nacional. Pero mientras tanto el tiempo pasa y, si la multa era efectiva, se acumulan intereses irreprochables. La que nunca pierde es la empresa privada que coloca los radares, quien se lleva el 50 por ciento de la recaudación.
El protocolo para que un radar sea aprobado es bastante largo y burocrático, ya que deben verificarlo en simultáneo distintos organismos, como el Instituto Nacional de Tecnología Industrial o la Agencia de Seguridad Vial. Además deben ser advertidos con carteles claros y divulgados en medios públicos, aunque si se revisa el último “listado de radares homologados y autorizados”, se encuentra que faltan, por ejemplo, los de las rutas 2 y 11, aquellas que conducen a las localidades balnearias. Es decir: las más transitados, y por ende las que más recaudan. Hecha la ley…