En Sr. Link, la última producción de los estudios Laika-los responsables de Kubo y la búsqueda samurái y esa maravilla llamada Coraline y la puerta secreta-, los relatos de aventuras decimonónicos se transforman en guía espiritual de una película que no logra estar a la altura de ese modelo. Tampoco de la mayoría de los títulos anteriores de la compañía, aunque visualmente el formato de stop motion tradicional, apoyado por técnicas de finalización y diseño de fondos digitales, ofrece a los ojos un universo visual diferente (texturas, movimientos, volúmenes) al de la animación CGI que domina el mercado del cine infantil y familiar.

Ese plus indiscutible, que por momentos recuerda vagamente a las glorias de Nick Park, no alcanza para que el segundo largometraje del realizador y guionista Chris Butler (Paranorman) se eleve por encima del horizonte de una historia demasiado esquemática, aunque más de una escena puntual se destaque por sobre el promedio por su despliegue formal, simpatía o uso de algún efecto sorpresa.

El protagonista es un tal Sir Lionel Frost –desde luego, británico hasta la médula–, un caballero obsesionado con dos metas: demostrar la existencia de seres mitológicos como el Monstruo del Lago Ness, e ingresar a un exclusivo club de científicos y aventureros reticentes a aceptar sus (aparentemente) ridículas teorías. El siglo es el XIX, y el prólogo lo encuentra en medio de una laguna, acompañado por su valet y ante la presencia de Nessie, al mismo tiempo imponente y ridícula. 

Como el Phileas Fogg de Verne, Frost presenta una apuesta y se lanza a cruzar el océano para corroborar, en el Nuevo Mundo, la existencia del legendario Sasquatch, también conocido como Pie Grande, primo lejano de los yetis y otros “críptidos” de este mundo. No es casual que el título original, Missing Link, remita a los eslabones perdidos de la evolución, aunque Darwin nunca hubiera imaginado que el enorme y peludo ser podía estar más cerca del comediante stand up que de la bestialidad subhumana.

Así lo presenta la película, de golpe y porrazo, esperando (rogando, casi) ser descubierto por un humano como Frost, de manera de poder llevar a cabo la misión de su vida: dejar atrás una insondable soledad. La aventura comienza allí y traslada al dúo (luego trío, cuando se les sume una temeraria dama mexicana) a través de varios continentes, de los Estados Unidos a Europa y de allí hasta la cima de los Himalayas.

Sr. Link alterna momentos de calma con escenas de acción que remedan a las del cine con actores de carne y hueso –recorriendo géneros cinematográficos como el western, la aventura exótica y el suspenso en altamar–, con un par de villanos como indispensables némesis de los protagonistas. El paseo es ameno y, por momentos, disfrutable, y la corrección política es utilizada como plataforma para la moraleja ligera y el humor: la inquebrantable mirada colonialista de Frost es derribada a fuerza de compañerismo y amistad, y el mono gigante elige llamarse -sencillamente y sin dudar de su identidad ni un segundo- Susan.