“Yo soy travesti”, dice Linn en Bixa Travesty. “No quiero ser mujer, quiero seguir siendo hombre. No quiero maquillarme muchísimo, ni tener tetas ni culo grande ni nada de eso. Un nuevo cuerpo trava es lo que hay que tener”. Mulata y nacida en la periferia paulista, Linn da Quebrada es una brillante pensadora de género. Una capaz de reflexionar de forma nueva sobre la relación entre cuerpo y deseo, entre sexo y género, entre sociedad patriarcal y liberación.
“Nosotras vamos a aprender todas las tactiquitas que ustedes usaron para mantenernos sometidas y las vamos a usar en contra de ustedes, ya van a ver”, dice mirando a cámara con mirada entre pícara y amenazante. No es la única contradicción. “Sí, nosotras las mujeres”, dice ahora, tal vez irónicamente. “Porque yo soy mujer. Mujer cis”. Como toda mente en movimiento, la de Linn va abriendo caminos y los que abre nunca se parecen a los que ya estaban.
Junto a su escudera, Jup del Barrio (decididamente podrían protagonizar una versión trans del Quijote), Linn (dicho todo seguido, Linn da Quebrada se oye como “Belleza Rota”) hace presentaciones nocturnas en un boliche paulista, de lo que ellxs llaman “transfunk”, pero tiene más de trans rap, de a ratos. El look de ambas es agresivo, punkoso (vestuario negro, cadenas, un guante metálico de dedos-de-tijera que habría pertenecido a Ney Matogrosso) y suelen estar más de espaldas a la audiencia que de frente, sacudiendo o cu.
"Sacá la pija del culo”, repite un estribillo, y su primer hit se llama “Enviadescer”, algo así como “Amariconarse”. Otras letras son más testimoniales, inscribiendo la temática de género en la guerra de ricos contra pobres, de cis contra trans, de transfóbicos contra el resto. Tras la asunción de Bolsonaro, y teniendo en cuenta que Brasil es el país donde se asesinan más transexuales en el mundo entero, podría pensarse que a Linn le habría llegado el tiempo de convertirse en reina de la resistencia trans. Pero parecería que ella nunca está donde se la imagina.
No es raro que Bixa Travesty -ganadora del Premio Teddy al Mejor Documental de temática LGBTQ en la edición 2018 de la Berlinale- sea algo así como una performance expandida, en la que Linn muestra si no todas sus caras, sí al menos unas cuantas. La performer gritona, de trinchera, junto a Jup del Barrio, cuyos shows hacen revolverse a algunos de los presentes. La conductora radial (¿o eso está actuado?) junto al propio Jup, entregada a bromas y juegos de palabras (“travalenguas”, “ni actor, ni actriz: atroz”). La “terrorista de género”, que dispara largos speeches en defensa de la diversidad, mirando a los ojos a un reaccionario imaginario.
La narcisa (“Soy mi fan”, le dice a la mamá). La lúdica, que juega junto a Jup unos juegos como de niños, de combatientes espaciales sin armas (algunos fragmentos serían perfectamente prescindibles). La contradictoria (“sí, me encantaría tener tetas”, se desdice, después de haber hecho la apología de la trava “de un solo pecho”). La romanticona, a la que le gustaría tener pareja. La pensadora de género (“Amarse es político”, dice en una escena en la que su mamá, que trabaja como empleada doméstica, prepara un strogonoff para ella e invitados). La que hace un texto de su propio cuerpo, escribiendo consignas literalmente en él. La sobreviviente de su propio cuerpo (unos años atrás se le diagnosticó un cáncer de testículo).
Por su carácter multifacético y performático, con alto nivel de show y de exposición por parte de la protagonista, Bixa Travesty recuerda a Mujer nómade, el documental-ensayo de Martín Farina sobre la filósofa Esther Díaz, estrenado el año pasado. Incluso la autodefinición de Díaz como post punk, y su look de cuero negro y tachas, conectan en parte con la Linn en escena. Pero en Mujer nómade la identidad es la suma de todos los pedazos, mientras que en Bixa Travesty es una sucesión de máscaras. Como en un carnaval.