Federico Veiroj, “Cote” para los amigos, está de estreno. Otra vez. El realizador uruguayo presentó hace poco menos de un año Belmonte, un film pequeño en escala pero inmensamente rendidor, y ahora está acompañando el lanzamiento de Así habló el cambista, coproducción entre el país vecino, Argentina y Alemania, una película de envergadura mucho mayor a sus obras previas, aunque igual de personal e idiosincrática. En el comienzo, Jesús camina entre las hileras de cambistas de Jerusalén y derriba uno a uno sus puestos y monedas. Particular vista para un relato que transcurrirá mucho más cerca en el tiempo y en el espacio –tres décadas del siglo XX, desde los años 50 a los 70, del otro lado del Río de la Plata–, pero que tendrá su razón de ser y justificación plena sobre el final, cuando Humberto Brause haya recorrido varios círculos del cielo y el infierno y se siente en una butaca, ya más tranquilo, a observar lo que ocurre en el escenario de otras vidas. “Leí la novela hace siete años y fue un flechazo”, describe Veiroj en comunicación con Radar desde Toronto, donde la película acaba de tener su estreno mundial, en el festival de cine de esa ciudad, días antes de pasar por las pantallas de San Sebastián, Nueva York y Buenos Aires (su estreno comercial será el próximo jueves 26). “Encontré el libro de casualidad y enseguida me di cuenta de que ahí había una película posible. Tanto no le erré”. La novela homónima del uruguayo Juan Enrique Gruber fue publicada en Montevideo y Buenos Aires en 1979, dos años antes de su muerte y en plena dictadura en ambos países, en una edición de escasos ejemplares. Allí, el autor describe indirectamente una pasión argentina –la compra de dólares y su guarda debajo del colchón, literal o simbólicamente–, además de la posibilidad de cruzar el charco para resguardar esos ahorros. Bien o mal habidos, lo mismo da. “El punto de vista de la novela, que es algo que tomamos para la película, está ubicado en Uruguay, un país con secreto bancario que, como dice el protagonista de la película, está ‘incrustada entre dos gigantes’: Argentina y Brasil. Humberto Brause está en el lugar y en el momento apropiados para aprovechar esa situación y es así como logra transformarse en un hombre con un gran sentido de la oportunidad. Todo es una ficción, pero no deja de ser cierto que eso sucedía: no sólo la gente con dinero sucio sino los ahorristas en general preferían tener su plata en Uruguay, un país que casi siempre fue económicamente estable. Argentina y sus vaivenes son vistos desde ese lugar en el mundo y en esa época. Una situación que, desgraciadamente, hoy tiene una validez increíble”.
Brause es Daniel Hendler, en una de las actuaciones más rotundas y potentes de su carrera. Un hombre gris que sólo puede ser descripto de esa manera si se conocen apenas sus aspectos más superficiales: la complejidad comienza a ser ostensible para el espectador a medida que asciende en la empresa de turismo y cambio de divisas de su suegro, el señor Schweinsteiger (Luis Machin), y la relación con su novia y luego esposa Gudrun (Dolores Fonzi) comienza a atravesar los primeros obstáculos y desafíos. Hacete revisar por el ginecólogo. Existe la posibilidad de que te haya contagiado algo”. Así le habla Brause, el cambista, el “origen de todos los males”, como se define en algún momento, a su mujer embarazada de ocho meses. En el ámbito laboral, en tanto, entablará relación con un grupo de diputados que andan necesitando ayuda para sacar del país una suma de dinero. Las cartas comienzan a ser echadas. Hendler, amigo personal de Veiroj desde hace tres décadas, construye a un personaje al mismo tiempo querible y odioso, patético y resistente. Los dientes postizos pueden parecer un detalle menor del maquillaje pero, más temprano que tarde, se revelan como un toque de genialidad: el actor logra desaparecer detrás del personaje, encarna en él, se transforma en otro a partir de un rasgo físico que deviene en ancla para el despliegue del talento actoral. “Lo importante era no ver a mi amigo haciendo de Humberto Brause, no ver su interpretación todo el tiempo”, afirma el director de El apóstata y La vida útil. “Una manera de sacarlo de su lugar, además de la actuación en sí misma, era que tuviera cierta robustez, que él como persona no posee. En algún momento fantaseamos con la idea de hacerle una cara un poco más rectangular o cambiarle la nariz, pero nos dimos cuenta de que los dientes postizos, esas paletas más grandes, hablaban también de una cosa general de la persona, de cierta humanidad. Un rasgo físico que, como espectador, uno nota por más normalizado que esté. Creo que funcionó porque todo el rostro se transformó a partir de ese cambio”.
Desde el momento en que leyó el libro de Gruber, Federico Veiroj supo que esa película posible debía tener cierto nivel de producción, mucho más grande que sus films previos. “Tenía que ser una película grande, en el sentido de tener cierto despliegue y, por lo tanto, presupuesto. Un cierto efectismo, incluso, en el sentido de ficción cinematográfica, de gran mentira, como celebración del lenguaje del cine. Parte de eso tiene que ver con la composición de los personajes, que debían ser interpretados por actores profesionales por esa misma razón y también porque, desde luego, el hecho de tener un presupuesto grande implica atraer al público con figuras conocidas”. Pero más allá del aspecto de película “de época” con un reparto de personalidades populares (a Hendler, Machín y Fonzi se les suman Germán De Silva y el chileno Benjamín Vicuña, este último como un oscuro emisario del gobierno militar argentino), Así habló el cambista se asemeja en poco y nada al cine industrial que supimos conseguir en el sur del continente. La mirada de Veiroj es siempre extrañada, un poco en escorzo, negada a la posibilidad del lugar común como zona de confort y al encandilamiento con las formas elegantes, pero muchas veces vacías, que los formatos de producción estándar suelen facilitar y promover. “La reconstrucción de época siempre estuvo planteada como poco ostentosa; no quería que eso se notara en cada plano. Lo que intentamos, junto al director de fotografía y al diseñador de arte, fue que el paso del tiempo se diera con lo mínimo indispensable. Como la historia transcurre en gran medida en el centro de Montevideo, en el distrito financiero, eso nos permitió que no pudiéramos escapar de los trajes y los maletines, toda esa cosa más bien clásica, lo cual nos ofreció una paleta particular de colores”. Trajes y maletines, elegancia clásica, el origen de todos los males. Brause, el hombre gris que no es tal, el héroe más inopinado de esta comedia oscura y burlona, es el reflejo de una forma de construcción social y otra de las criaturas extraordinarias que Veiroj viene creando y describiendo en sus sorprendentes películas.