Hace más de un año ocurría la primera gran devaluación, que iniciaría el ciclo en el que lamentablemente sigue la economía. Si el modelo no estalló por los aires en aquél entonces, fue gracias al salvavidas que entregó el FMI. Además de ser un dudoso salvataje para un modelo inflacionario e inestable que no atraía ni al más incauto inversionista y que empobreció a millones, sumó un enorme costo por demorar el desenlace. Un costo que se esta pagando con la crisis actual.
Ya por 2018 saltaron muchas alarmas por las consecuencias de un modelo que reunía todas las condiciones para que, ante el menor detonante, los desajustes se produjeran a velocidades de catástrofe.
Y es que buena parte de los dólares que se habían logrado atraer eran de un tipo especialmente ruinoso, conocido como capitales golondrina. Se trata de inversores que se dedican a aumentar sus ganancias, es decir su capital, haciendo inversiones no productivas, sino principalmente financieras. Se suben a la que más lucro les de, se bajan de inmediato cuando detectan riesgo, y corren a otra. Si una economía carece de restricciones para ingresar y salir en el corto plazo, se hace atractiva para este tipo de inversiones. Y si un Estado ofrece bonos con altos intereses, menores a lo que se tiende a devaluar el dolar, puede atraerlos en masa.
El principal problema es que esas inversiones sólo se quedarán mientras ganen. De modo que si se quedan, es que están costando caras. Pero si se van, ponen en una circunstancia de desastre a la economía. Porque el Estado se ve forzado a devolverles los pesos invertidos más las ganancias obtenidas, y puede ocurrir que deba afrontar más pagos de los que puede. Como un banco al que van a retirar su dinero todos los clientes a la vez. Y el tema no se acaba en tener el dinero para devolver, sino que estos capitales para llevarse su dinero primero convertirán sus pesos en dólares, y luego se los van a llevar. Lo que implica a la vez una corrida contra la moneda local, y una fuga de capitales.
Simplificando un poco, la serie arranca con un detonante (como un negocio más seguro en el exterior o una desconfianza por lo que sea) que hace que capitales millonarios se bajen de la bicicleta financiera (o sea, de la especulación con bonos estatales en pesos). Que salgan corriendo al dólar (corrida cambiaria), huyan del mercado local (fuga de capitales), y dejen al peso noqueado (devaluación). A continuación, viene la saga de inflación, pérdida de poder adquisitivo de los ingresos (con recomposiciones salariales insuficientes), caída del consumo y crecimiento de la pobreza.
Cabe aclarar que el problema no eran exclusivamente los capitales golondrina. La política monetaria del gobierno tenía como consecuencia atraer a todo tipo de capitales, incluso los que podrían haber realizado inversión productiva, si no hubiera sido tanto más seguro y rentable hacer este tipo de operaciones.
¿Cómo se logró que el modelo funcionara otro año y medio?
Continuar con la desregulación sin que, al hacerlo, el Banco Central se quedara sin reservas, el dólar volara por los aires y la inflación terminara en hiper, y sin que la fuga de capitales apuñalara el sistema financiero y bancario, fue posible en gran parte por el préstamo con el que el gobierno se endeudó con el FMI.
Sostener un endeudamiento desaforado en un modelo sin crecimiento ya es de por sí temerario. Hacerlo mientras el sistema productivo se deteriora, el consumo se derrumba y los ingresos del fisco son cada vez menos capaces de repago, es directamente un desavarío de gestión económica.
La otra estrategia, de subir la tasa de interés para vender de nuevo la bicicleta financiera, también venía con su combo:
* Agravaba el problema de posicionar capitales especulativos como sostén del modelo vigente (con los riesgos que eso implica, porque vale recordar que el el punto de partida de la serie era justamente el protagonismo económico de especuladores con total libertad para ingresar y salir).
* Desalentaba la inversión productiva, esa lluvia de dólares que nunca ocurrió en ningún segundo semestre (poco tentadoras eran las inversiones productivas cuando especular garantizaba rentabilidades claras, pero producir era puro riesgo en un contexto de inflación galopante y caída del consumo).
* Le costaba muchísimo dinero al fisco (que pagaba intereses jugosos por encima de la inflación para hacer de la bicicleta financiera una opción más atractiva).
* Por último, añadía pólvora a esa bomba que, ya por entonces, era complicado desactivar. Cuanto más dinero lograran atraer, y cuánto más elevados tuvieran que ser los intereses para que no se fugaran los inversores, más complicado y costoso se haría transicionar hacia otras alternativas. Siguiendo con la metáfora, si extender la bicicleta financiera podía dejar malherida a la economía, la situación se complica aún más si para evitar caer se pedalea más rápido. Y eso es, un poco, lo que pasa cuando los intereses de bonos en pesos del Estado llegan al 70 por ciento anual.
Hoy la bomba le estalla en las manos al gobierno. En medio del desastre funcionarios de la alianza Cambiemos levanta el dedo y acusa hacia afuera. Culpan al candidato de la oposición de la desconfianza de los mercados, como si el problema fuese la desconfianza y no la enorme capacidad de destruir que el modelo les ha otorgado a esos mercados (especulativos) cuando irrumpe la incertidumbre.
Culpan a les argentines por no haber elegido "más y más rápido" de los mismo, como si el problema fuera querer algo diferente, y no el enorme costo que se aseguraron de que paguemos para cambiar de rumbo. Pero la catástrofe no puede ser culpa del resultado de las PASO, porque la catástrofe no se produjo ahora.
La catástrofe ha sido el endeudamiento externo, con un organismo que se caracteriza por comprometer la soberanía en el largo plazo, imponiendo condiciones y consejos que llevan a la catástrofe económica y social. Ha sido un Estado que sigue teniendo déficit a pesar del ajuste, ahora por el pago de más intereses de deuda, y que gasta cada mes millones en intereses por elevadas tasas de bonos que retienen los capitales especulativos. Sobre todo, la catástrofe ha sido que millones de argentines quedaran sumergidos en la pobreza y que para casi todes se deterioraran los ingresos, porque con salvavidas y todo el modelo hacía aguas.
Hoy el modelo de desregulación es finalmente soltado por sus propios gestores. Por mucho que el gobierno hiciera más de lo mismo, la estrategia ya no podía funcionar. Se cortó el crédito y es difícil convencer de que seguir en la bicicleta no termine en estrellarse. El cambio de rumbo flota en el aire desde las PASO y el estallido no espera a diciembre.
A tontas y locas el gobierno reconoce que el modelo está agotado cuando la crisis le besa los pies. Las medidas, impulsadas como opción casi inevitable y urgente, no se toman tiempo para sutilezas, gradualismos o planificación. Así, por ejemplo, se pasa sin solución de continuidad de nada a por todo, y de una liquidación (de dólares obtenidos por exportación) que podía demorarse 10 años, a una obligación de hacerlo en 15 días. El pánico general es abonado por la propia pesada herencia: esas medidas han sido tan estigmatizadas por la gestión que hoy las toma, que recurrir a ellas es un indicador del estado desesperado de cosas. Y el pánico puede, por sí mismo, traer corridas (ya no sólo cambiarias sino bancarias) que llevan a más medidas desesperadas.
Algunes especulan con una salida adelantada de este gobierno: la etapa de transición política está resultando en tal disonancia que la incertidumbre se vuelve extrema. Sin embargo, un escenario semejante implicaría una crisis institucional gravísima, que flaco favor le haría al nuevo gobierno, cuando el miedo y la incertidumbre son dos de los frentes que deberá afrontar cualquier salida.
Dependerá de este gobierno, y de la manera en que gestione la transición, de la consistencia y eficacia de las medidas que tome, y de la tranquilidad que pueda transmitir, que la continuidad institucional siga siendo el escenario social, política y económicamente más deseable. Para ello, ser portavoz del terror no puede serle nunca una estrategia efectiva.
* Doctora en Ciencias Sociales. Investigadora en CIECS-Conicet.