El lesbodrama que hoy acapara la atención de los medios mexicanos, habría empezado con G de punto G, o mejor dicho de Susana Giménez. Parece que una amiga de la Su, Lizzie Barrera, habría sido la causante de una (supuesta) ruptura amorosa entre Verónica Castro y Yolanda Andrade, conductora que otrora también fuera novia de Cristian Castro, el hijo de Vero. El escándalo ya toma en México el carácter de un lesbogate donde la parte argentina en esta historia no es menor. De hecho, fuentes chismosas aseguran que si se tira del hilo lésbico de Verónica, muchas otras actrices y famosas de aquí y de allá, amigas de amigas de amigas, por fin van a tener que empezar a disfrutar de su lesbianismo sin tanto escándalo y con menos pantalla. Cristian, mientras tanto defiende a la mami en redes con mensajes crípticos aunque para buena entendedora: “El karma no es la venganza del universo, es el reflejo de tus acciones. Todas las cosas que salen de ti regresan a ti. Así que no es necesario que te preocupes por lo que vas a recibir, preocúpate mejor por lo que tú das". Qué de avanzada el retrato familiar donde madre, hijo y novia de una y otro comparten el foco. 

Los rumores que pululan alrededor de esta despampanante relación lésbica, dicen que la diva de las novelas hubo dejado de garpe a su ex nuera para irse con Lizzie, la rubia platinada que empezó siendo su manager hace 10 años y al poco tiempo terminó cambiando a la categoría de conviviente, veraneando con ella y bebiendo de su propia margarita bajo las sombrillas de paja de Acapulco, ciudad donde además rentaron las muy regias un caserón que en una entrevista hecha por Susana, Vero hizo pasar como propio. Y luego, se retractó:  “No entiendo porqué editaron cuando agradezco a la dueña de casa, la Señora Liliana S, la oportunidad de mostrar su hermosa casa. Tranquilos envidiosos, no es mía. Jajajajaja, ojalá lo fuera”, tuiteó Verónica cuando la bola del disimulo empezó a correr. Nada de nada de todo el asunto del lesbianismo ha admitido la actriz de ojos de cielo que en su séptima década niega rotundamente haber contraído nupcias en Amsterdam hace una pila de años, contra lo que declara quien dice haber sido su media naranja.  “Nunca me casé – arguyó con orgullo-. No lo hice con los padres de mis hijos, menos lo voy a ser con Yolanda. No seré lesbiana en esta vida”. 

Por su parte, Andrade, que no parece haber dejado para otra encarnación lo que con su carne tuvo ganas de hacer en esta, aclaró a los medios haber vivido un amor muy bonito con Castro y realizado en privado un casamiento “de juguete”, expresión que no puede sino avivar en esta cronista una imaginación prolífica sobre dildos de todos los tamaños y colores en las vidrieras de la capital más libertaria de Europa. Las que no parecen ser de juguete son las filmaciones y las fotos de aquella ceremonia con las que Yolanda amenaza y amenaza mostrar, pero nunca muestra. No quiere dañarla más a Verónica, dice la conductora. Sin embargo, con buenos modales, la acusa ante las cámaras de ser una homofóbica y ofender a mucha gente con su insistente negación y desentendimiento del temita tijera; mientras, del otro lado de la pantalla dividida, se la puede ver a la actriz declarar que si bien ha querido muchísimo a Yolanda, ya no la quiere más. Si es el despecho la emoción que motiva la salida a la luz de esta novela viva, no lo sabemos, pero ahorita mismo el nombre de Lizzie arde en lenguas de fuego en los sedientos programas de chimentos. Para el periodista azteca Jorge Carbajal, que en su momento apoyó la versión de un Juan Gabriel capaz de fingir su propia muerte –quién sabe para qué-, la señorita Barrera es una mujer mala y perversa, tan posesiva con la estrella protagónica de El derecho de nacer, que habría llegado al punto de digitarle sus últimas cirugías faciales, decidir el estilo decorativo de la mansión castrista, esta sí comprada, en la millonaria colonia de Polanco y como si fuera poco, restringirle el consumo de antojitos mexicanos deliciosos, como las tortillas.