La escena en cuestión estaba al inicio de la película y podía ser perturbadora para quienes tuvieran algún problema con exponerse a la violencia gráfica hacia personas LGBTIQ. Algunos medios incluso ya habían adelantado la información de esa escena brutal. En los días siguientes a su estreno, IT 2 disparó una polémica pero no exclusivamente por ese registro violento sino por todo el contenido gay que desarrolla (o que sugiere).
De qué se trata It
Tras éxito inesperado hace dos años de la primera parte de It, dirigida por Andy Muschietti , que se convirtió en la película más taquillera en adaptar a Stephen King, la segunda parte estaba más que asegurada. Muschietti se reveló como un cineasta de género hábil y con futuro en Hollywood. Porque en la primera se concentraba en narrar solo la aparición inicial de Pennywise, el payaso asesino, al grupo del Club de perdedores durante la niñez, y faltaba toda la parte adulta, que significaba el regreso a Derry, la ciudad de la infancia de cada integrante del grupo, que también estaba narrado en la novela.
King no la considera una secuela sino una película que completa la novela, un segundo capítulo. Desde el inicio, Muschietti decide ubicar la infancia de les niñes en los 80, explotando el revival de los últimos años de aquella década, especialmente en la serie Stranger Things, incluyendo en el cast, por ejemplo, a Finn Wolfhard, actor que interpreta a Richie de niño. También en la primera parte hay referencias a Gremlins (1984) y Pesadilla 5 (1989), películas de terror ochentosas que directa o indirectamente influyen en el retrato de la relación de niñez y terror.
No es difícil ver que, en ambas partes, tienen un componente de aventura infantil que se suma a la estética de terror, al estilo de Los Goonies (1985) y Cuenta conmigo (1986), la última también una adaptación de Stephen King y aludida en esta segunda parte. En todo el clima de ambas adaptaciones hay un espíritu pop, que ya está dado porque la novela y la película exploten la coulrofobia, nombre de una popular fobia infantil hacia los payasos, con Pennywise como un ícono del cine de terror, ya a la altura de popularidad de Freddy Krueger o Jason Voorhees. Aunque el payaso no es el único monstruo que parece, porque la imaginación contaminada de los personajes imaginan una serie de criaturas que, generosamente, la película fabrica en distintas secuencias, como muñecos del horror alucinado, una lujosa vidriera de una juguetería dark.
En este nuevo capítulo aparece un póster de Que no se entere mamá (título local del Lost Boys, 1987), una película sobre una pandilla de vampiros jóvenes que tiene tanto homoerotismo ochentoso como un recital de glam metal. Tal vez, esa película sea una de las claves para ver esta segunda parte que ya se convirtió, por una diferencia monstruosa, en la primera en recaudaciones en Estados Unidos y en gran parte del mundo, en su primera semana en cartel.
La escena de odio de It 2
El crimen de odio del personaje de Adrian Mellon que da inicio a IT 2 no fue una invención de Muschietti ni de su guionista Gary Dauberman, como alguna nota invita a suponer sino que está descripto en la novela original de Stephen King , y adaptado de una forma muy literal en esta película.
De hecho, el relato del asesinato del personaje gay está basado en el crimen de odio real de Charlie O. Howard, un joven de 25 años asesinado por 3 adolescentes en la ciudad de Bangor, en Maine. Howard, como Mellon, también tenía asma y después de una paliza por puto también fue arrojado al río desde un puente, donde murió ahogado. Ese crimen de 1984 había sucedido muy poco antes de que Stephen King comenzara a escribir su novela IT y lo recreó casi idéntico, cambiando apenas los nombres, como testimonio del infierno pueblerino en Maine, su estado natal.
Aunque a nivel local el asesinato tuvo su difusión, no llegó a tener la trascendencia nacional que años después tuvo el de Matthew Shepard, por eso el relato de King sirve hasta hoy para visibilizar ese horror producto de la homofobia. La adaptación para televisión de IT, realizada en 1990, no incluyó esta escena, en un claro caso de autocensura. Muschietti no solo le pareció incongruente sacarla, sino que la puso como punto de partida y prólogo para el regreso de Pennywise, el pasayo asesino, protagonista monstruoso de la saga.
Pero además, la escena de ese crimen de odio funciona intencionalmente como una denuncia de que los crímenes de odio por orientación sexual e identidad de género, como tuvo que admitir el FBI en junio de 2019 , crecieron en los últimos años en Estados Unidos, al igual que en Latinoamérica. Por más que la película se ambienta en el presente, lejos de ese 1986 de la novela, la escena brutal del asesinato de un gay continúa vigente. Y eso no solo es parte del terror de esta entrega, sino su marco conceptual.
Igualmente, algún periodista criticó que en la novela hay más desarrollo sobre ese crimen, se exploran causas y consecuencias, se describe el impacto social tras el crimen, elementos que no están en la película que se queda con la parte más amarilla y efectista. Sin embargo, habrá que notar que mientras casi todo lo que implican las escenas de terror alrededor de Pennywise y los traumas de los distintos personajes tienen algo de ficción imaginaria e incluso caricatural, la paliza homofóbica tiene un nivel de realismo mayor que funciona como cuasi-documental de las repetidas noticias actuales de ataques contra la comunidad LGBTIQ. El máximo horror que representa la película está circulando fuera de la pantalla, a nuestro alrededor. Esta película es de un terror donde la violencia real supera a la ficción de Hollywood. Un terror que mira al mundo a los ojos y luego alucina sus fantasmas.
Realismo marica: Xavier Dolan
También hay que considerar un detalle de inteligencia en el casting de IT que confirma lo pertinente de esa primera escena de violencia. Cuenta el chimento que el cineasta y actor canadiense Xavier Dolan se cruzó casualmente con Muschietti y le pidió participar como actor en la segunda parte de IT porque le había gustado mucho la primera. Y la elección de incluirlo no pudo ser más efectiva. Porque Dolan es quien interpreta a Adrian Mellon, el gay asesinado, y le da un cierto espesor al personaje, un certero realismo marica. No solo porque desde adolescente afiló su estilo actoral para interpretar a distintos putos molestos que enfrentan con valentía e ingenio a la homofobia, sino porque parte de la obra como director de Dollan explora las formas de la violencia de pueblo chico contra un gay, especialmente en Tom à la Ferme (2013) donde además de dirigir encarna con sofisticación teatral y ambigüedad, a una marica cercada por la brutalidad en un ámbito rural.
“Qué tal tu peluca de Meg Ryan”, le dice en IT el personaje de Mellon/Dolan al machito rubio homófobo que lo insultó por besarse con su novio. La réplica afilada que lo feminiza todo, hasta al macho, es un agregado del guión, y si no es un agregado del mismísimo Dolan, sin dudas él es el más adecuado para pronunciarla con el estilo correcto, que sintoniza con la tradición camp que va de Mae West a Divine, de Oscar Wilde a Jorge Luz.
Como cineasta que desde adolescente está fuera del clóset, la presencia de Dolan le da un espesor a esa escena basada en un crimen de odio real que ya vale para considerarla como un documento válido del presente queer.
El personaje de Richie: hay visita en tu closet
La primera parte de IT está focalizada en les niñes atacados por el payaso que los hunde en el horror en el ficcional pueblo de Derry; en esta segunda entrega, vuelven tras 27 años a enfrentar la misma batalla con ese personaje alucinatorio, que solamente ese grupo logra percibir. Y en este contexto, Richie, uno de los niños acosados, se ha convertido en un popular cómico de stand-up, casi como una versión moderna y soft del monstruo-clown que lo horroriza.
Antes de salir a hacer uno de sus shows, Richie vomita al recibir el llamado de su amigo que lo llama desde el pueblo de una infancia traumática que quiso olvidar. Cuando sale a escena, el cómico está perturbado pero igual comienza su rutina: “Mi novia me encontró masturbándome con las fotos de su amiga en Facebook...”, pero algo pasa, no puede seguir con el chiste. No hay remate. Como si ese chiste inventado del varón cis heterosexual se hubiera vuelto impronunciable. Y a partir de ahí, en su vuelta a su pueblo, Richie va a recordar su amor por los muchachos tanto como el acoso sufrido por manifestar sutilmente su deseo. El niño marica del pueblo que reprime hasta el presente lo que sentía en aquellos años, una historia contada más de una vez que regresa hoy, en 2019.
Originalmente, en la novela de Stephen King, el personaje de Richie tiene una relación de amistad muy profunda con Eddie, lo más parecido a un romance, una amistad viril entre muchachos muy parecida a la relación de pareja pero que nunca pasaba al deseo explícito o al sexo. Eso sucedía en una infancia ambientada por King en la década del 50, y en una adultez en los 80.
Ahora Muschietti saca del clóset al personaje con un flashback donde durante su infancia en los 80 se relaciona afectivamente con un amigo que lo traiciona al grito de “puto”. Y así, como cada personaje, Richie imagina un monstruo que lo persigue por su trauma, por querer olvidar al niño marica que fue: la estatua totémica de un viril leñador que toma vida para intentar devorarlo con sus fauces de astillas.
A su vez, en su reencuentro con Eddie, su verdadero amor, luego de casi tres décadas, Richie sigue reprimido, sin poder declararle ni su deseo ni su orientación sexual al amigo también acosado por el payaso; y como la película transcurre en la actualidad, a algunos medios LGBT de Estados Unidos les parece inverosímil que un personaje con sus privilegios (un hombre cis blanco y profesional del ambiente artístico) aún esté dentro del clóset.
La rutina de comediante actuando de hetero de la escena primera ya explica por sí misma, de manera indirecta, el conflicto que tendría la salida del clóset de Richie: tiene la vida construida alrededor de una ficción donde ni siquiera él “escribe el libreto”, como confiesa en la película. Hay casi una denuncia al show business y su manera de mantener la ambigüedad y la ficción sobre la vida privada de intérpretes y actores para sostener una audiencia amplia (y, por lo tanto, supuestamente heterosexual).
¿No es verosímil la represión o la autorrepresión de la orientación sexual en estos tiempos? ¿Ya nadie de la industria cinematográfica está en el clóset? ¿Realmente creen eso? La crítica esa pareciera más bien una proyección idealista sobre la realidad. No creo que en ningún ámbito, por más progresista o amplio que sea, todo el mundo haga visible su orientación sexual, incluso aunque eso no implique la pérdida de privilegios. Por otro lado, en la vuelta al pueblo el personaje de Richie (interpretado con una perfecta y extraña amargura por el comediante Bill Hader) tiene una revancha, y logra espantar el fantasma de la represión, pero eso llega tarde, sobre el final de la película.
El periodismo LGBT en Estados Unidos también critica que, aunque el personaje de Richie se enfrenta a su identidad durante todo el relato, la acepte en los últimos minutos de una película de casi tres horas, tallando en secreto la inicial de su amor en un tronco, pero no la manifiesta públicamente de ninguna manera. Hay algo dañino en sostener que la orientación sexual está relegada a la intimidad, fuera del ámbito social, vivir la orientación sexual entre “las cuatro paredes”, que implicarían que desaparezca de lo público, y por lo tanto ya no es un tema político.
Pero el pedido de la manifestación pública de lo gay también implica representar el ritual de salida del closet como obligatorio, que siempre termina pareciéndose a una confesión. De todas maneras, creo que en la propuesta conceptual de IT 2, hay algo bastante interesante en evitar que el personaje de Richie tenga la necesidad de aprobación de nada ni nadie que no esté íntimamente relacionado con la asunción del propio deseo, como si esa interioridad intransferible, esa que permite ver al payaso asesino y a los otros monstruos que desfilan por la película, es la misma que nos permite desear. Vemos el deseo y el monstruo con el mismo ojo interior. Toda una teratología de la sensibilidad queer.