Los gobiernos del Movimiento al Socialismo en Bolivia y del Frente Amplio en Uruguay enfrentan elecciones generales en octubre. Ambos mandatos llevan varios años y acumulan desgastes que buscan aprovechar sus opositores, pero los triunfos de Andrés Manuel López Obrador en México el año pasado y de Alberto Fernández en las recientes primarias de Argentina, más allá de la coyuntura de cada país, son leídas en el entorno de Evo Morales y Tabaré Vázquez como una fisura regional al orden neoliberal. Y se esperanzan entonces con que sus propuestas sean revalidadas el mes que viene. Vale detenerse en el análisis del escenario electoral boliviano (donde las presidenciales son el 20 de octubre) en materia económica y social.
Cualquiera sea la opinión sobre la era de Evo, un presidente aymara por primera vez en la historia de una Bolivia mayormente indigenista, nadie desconoce la estabilidad alcanzada ni el crecimiento económico. Los medios hegemónicos tienden a ocultar ambos datos.
La estabilidad (como la lograda por Ecuador en los años de Rafael Correa o durante los tres gobiernos kirchneristas en Argentina) reluce aún más pues continuó a períodos en extremo caóticos en esos y otros países de la región. Evo llegó a gobierno en 2006 tras un ciclo de tumultos permanentes, cambios abruptos de presidentes, estallidos sociales, muertos, hiperinflación. Igual podría decirse de los otros países mencionados. Sólo ese elemento, la estabilidad institucional que propicia el crecimiento, sería una premisa básica para valorar positivamente su gestión. Se oculta.
Pero además, esta primera experiencia histórica de gobierno en manos mayormente de pueblos originarios en Bolivia ofreció un notable ciclo económico, ya de 13 años. Con 4,4 por ciento de expansión del PIB, Bolivia fue el país que más creció en 2018 en toda Sudamérica. Los dos años anteriores habían sido 4,2 y 4,3 por ciento, respectivamente, también altos en el marco de un freno en la expansión económica regional. La serie estadística completa del PIB fue positiva durante los mandatos de Evo Morales. En 2008, 2013 y 2014 tocó los picos máximos en torno al 6 por ciento. Para resaltar: esa mayor tasa a la del promedio latinoamericano se dio pese a que los términos del intercambio evolucionaron en Bolivia peor que en la mayoría de los demás países entre la crisis de 2008 y 2017.
En agosto pasado, el Banco Central boliviano organizó un seminario para discutir la situación financiera regional e internacional. Participaron, además de economistas de muchos países, 8200 estudiantes. Raro para un Banco Central, que no se presenta ni de “independiente” (coordina acciones con el Ministerio de Economía, cada semana) ni de tecnócrata e indescifrable para el pueblo. Un argentino que participó, Guillermo Robledo, coordinador del Observatorio de la Riqueza Padre Pedro Arrupe, volvió maravillado. “Hacía una década que no iba y –dice- hay en las calles un gran clima de distensión, de orgullo de lo logrado, de amabilidad, con una ciudad como La Paz y El Alto (otras ya lo están desarrollando) con varias líneas de "subte aéreo", como llaman a los nuevos teleféricos; con una población que subió 10 años su expectativa de vida (de 64 a 74 años, en una sola década) y donde se discute futuro, por ejemplo cómo sumar al gas y al litio la producción de agroalimentos para el mundo, en base a la quinua y otros productos propios.” Bolivia ya tiene clientes muy importantes como en primer lugar India, luego China (que además le provee infraestructura) y, atrás de sus clientes tradicionales de nuestra región o del resto de Occidente, aparece Rusia.
Para Robledo, “también el modelo financiero ha sido muy exitoso. Estaban tanto o más dolarizados que en Argentina y lograron revertir eso (por ejemplo, gravando con más IVA a las transacciones en dólares, que antes eran usuales y ahora mermaron), casi no tienen inflación y sus tasas de interés son cercanas a 0 por ciento. Desde el Banco Central se involucraron en la macro y la micro y manejan la rentabilidad de cada sector. Y ningún inversor se queja ni se va del país”.
Según la Cepal, el motor del crecimiento del PIB es la inversión pública, pero también destaca la expansión del consumo. Y prevé que en 2019 seguirá “el impulso de la inversión pública tanto en infraestructura y energía como en salud y educación”, que unido a un crecimiento sostenido del consumo permitiría que “la economía continúe mostrando un ritmo de expansión similar al de 2018”. Y para la Alianza Latinoamericana de Consultoras Económicas, 2019 cerrará con una expansión de 4 por ciento, lejos la mayor de la región. Si bien subió algo el déficit fiscal, la recuperación de precios de hidrocarburos (principal fuente de ingresos externos, exportaciones de gas) en 2018 llevó calma a las arcas públicas nacionales. La minería en torno al litio es otra fuente de inversiones.
El principal rival de Evo es el ex presidente Carlos Mesa, quien ganó popularidad estos años pues el propio gobierno lo nombró para representarlo en los reclamos internacionales por el sensible tema de la salida al mar, en el marco de la disputa jurídica con Chile. El resto de la oposición está alicaída (tercero en los sondeos aparece el senador de derecha y empresario Oscar Ortiz) y sólo hace campaña denunciando la supuesta inconstitucionalidad del intento de la fórmula Morales-Álvaro García Lineras por repetirse en el Palacio Quemado: argumenta con el plebiscito de 2016, cuyo resultado lo impediría, pero que luego fue revertido en la Justicia. Del rumbo económico y el rol del Estado en ella, ni la oposición lo cuestiona. Fernando Mayorga, de la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba, dice que “hay consenso sobre el manejo económico. No hay contraposición de proyectos antagónicos, los candidatos se han movido al centro del espectro político e ideológico y hay convergencia respecto al modelo económico”. Y agregó: “Es difícil para la oposición atacar el modelo económico actual, dado su éxito.”
Un ex diplomático en La Paz, por su parte, señaló que “Mesa es buen candidato, y Evo tiene un techo que le cuesta superar para alcanzar el 50 por ciento de votos que necesitaría en primera vuelta. Si no lo logra, ni saca 40 por ciento más 10 por ciento de ventaja al segundo, un balotaje se le haría difícil porque la derecha usaría el voto útil para intentar desplazarlo del poder. Sin embargo, las últimas encuestas les da una mejora”.
En el MAS, y a pesar de que los sondeos previos no le dan bien en alcaldías claves de grandes ciudades, confían en un buen resultado nacional por el peso del sector rural. Y ganar en primera vuelta. Saben sus dirigentes que la derecha está débil por el fortalecimiento social y económico logrado por los gobiernos del MAS, a lo que hay sumar un dato nada menor: la mayor autoestima de un pueblo históricamente sometido por una elite minoritaria. Y saben que no pueden dormirse ante el desgaste de gobierno y las nuevas demandas de un pueblo que accedió a nuevos derechos y, frágil de memoria, puede cambiar rápidamente de perspectiva, como pasó en Brasil o Argentina.