Las relaciones cara a cara entre un hombre y una mujer permiten pensar en una relación sexual consentida.
Ambos se miran. Consienten en copular, acuerdan en aquello que están haciendo, disfrutan juntos si han conseguido lograrlo.
Cuando Marlon Brando en El último Tango en París viola analmente a su compañera , la cámara muestra una mujer boca abajo, aplastada contra el suelo, soportando el peso de un varón que sobre su espalda se mueve, de manera inequívoca, después de haber lubricado con manteca el ano de la mujer. La escena reproduce literalmente la humillación que siente la víctima que en la historia de la película mantiene relaciones sexuales consentidas con el actor.
¿Entonces? Si las relaciones son consentidas, ¿por qué una víctima?
El cuerpo de la mujer vibra eróticamente cuando es estimulado ya que dispone de una fisiología preparada para disfrutar del placer sexual, placer sexual sostenido e impulsado por sus fantasías y por su caudal psicológico.
Si ella así lo dispone puede erotizar todo su cuerpo, solo si desea hacerlo. Al decir todo su cuerpo, se implica la zona anal, sensible al placer.
Entonces asistimos a la actual situación: cuando una mujer dice NO es NO. Cuando la prepotencia masculina decide vulnerar la decisión y el deseo de la mujer para imponer aquello que para él es imprescindible, un coito anal como derivado de una relación consentida se configura un delito. La ley entendió que el varón no puede decidir sobre el cuerpo de la mujer y consideró delito la pretensión de coito anal, un coito que los varones sistemáticamente imponen a las mujeres como expresión de su dominio frente al cual están seguros de que la mujer no puede negarse.
El caso que los medios de comunicación citan como el "caso Carrasco" ha desatado un sobresalto en el colectivo masculino al sancionar con 9 años de prisión a quien intente violentar mediante un coito anal a quien ha consentido tener una relación sexual, pero se negó a aceptar esa índole de práctica.
Es una relación destinada a humillar a la mujer cuando ésta se niega a acompañar en la búsqueda de placer. El coito anal es un ejercicio doloroso, exceptuando aquellas situaciones en las que la experiencia salva el primer desgarro en el cuerpo de la mujer. El esfínter anal permanece cerrado y es preciso elastizarlo mediante maniobras que reclaman lubricación y paciencia. El varón no necesariamente está dispuesto a crear la ceremonia de iniciación para una práctica de esta índole en caso de que su compañera acepte ensayar. Para algunos varones, la clave del coito anal reside en la violencia y la humillación, pretendiendo que ella tolere su necesidad de violentarla con una maniobra que oculta su rostro y su mirada.
Las prácticas culturales han logado que esta íindole de coitos se instale en algunos matrimonios como parte del débito conyugal: escuchamos las confidencias de las esposas que describen como martirio la imposición de estos coitos como parte inevitable del matrimonio porque de ese modo argumenta el marido. Pues desde ahora sabrán que no solo no es obligatorio --nunca lo fue--, tambien podría considerarse delito si se impone como práctica insalvable.
Entre las progresivas conquistas de las mujeres faltaba hablar de esta forma de violencia por parte de algunos varones jugada en la oscuridad de las alcobas y silenciada por las vergüenzas que la exposición de las intimidades provoca. No es menor la potencia del prejuicio cuando las relaciones no se sostienen cara a cara y entonces la que podría ser una práctica sexual aprendida por algunas mujeres se convierte una violación para quienes rotudamente dicen que NO.
Según la leyenda, ese coito anal del Ultimo Tango en París no estaba en el guion. Lo habrían improvisado Marlon Brando y Bertolucci.