Lisístrata, de Aristófanes, fue representada en Atenas en el año 411 antes de Cristo. Está ligada a los estragos que estaba generando la Guerra del Peloponeso. “Aparece arrasando con el ideal de mujer subordinada y silenciosa para los varones de la época, tomando los espacios de poder de la ciudad. Su sello distintivo es privar del acto sexual a todos los hombres. Las mujeres inician una huelga sexual que sólo parará cuando los hombres den fin a la guerra”, se lee en la sinopsis de la versión del clásico que dirige Silvia Gómez Giusto, quien cree que esta comedia está cargada de “complejidades” como para representarla en la actualidad.
Es que una de las lecturas de Lisístrata es que su autor estaba afirmando que las mujeres tenían vocación de paz, sensibilidad y coraje para acabar con la violencia que los hombres expresaban mediante la guerra. Es decir, hay quienes lo consideraban un texto feminista. Para Gómez Giusto no es en absoluto así. Su visión es que Aristófanes se burlaba de los varones atenienses, que perdían contra Esparta, y de las mujeres. La obra transmite la idea de que “hasta las mujeres harían mejor la guerra”. “¿Cuánto podemos reírnos de que una mujer quiera tener poder político y frenar una guerra? ¿Y de que las mujeres se comporten respondiendo a fantasías masculinas? Reírnos o no con Lisístrata hoy, en plena revolución feminista, es, sin dudas, una pregunta interesante”: éste es el eje de la versión que cuenta con adaptación de la misma directora y Agustina Gatto.
Por iniciativa de la Federación de Docentes de las Universidades (FEDUN), la obra estrenará en el Salón de los Pasos Perdidos de la Facultad de Derecho de la UBA hoy sábado a las 15, y podrá volver a verse el 5 de octubre (Av. Figueroa Alcorta 2263). José Miguel Onaindia, coordinador del Instituto Nacional de Artes Escénicas de Uruguay y abogado, moderará posteriormente un debate sobre el rol de la mujer en la antigüedad y la actualidad. Lisístrata será la primera de un conjunto de tragedias y comedias griegas que estrenará en la institución. “Toda obra de teatro griego contiene infinitas líneas de pensamiento y lugares donde nos podemos poner a entender quiénes somos”, sugiere Gómez Giusto. Los actores son Diego Brizuela, Fabián Carrasco, Marcelo Pozzi y Matías Broglia.
-¿Y qué líneas plantea Lisístrata?
-Cuestiones de género muy valiosas en este momento. Creo que era bueno echar un ojo a este texto. De alguna manera podría parecer que Aristófanes estaba poniendo voz a todo lo que las mujeres tenían prohibido. Pero pensar en él como el primer feminista es delicado, porque la verdad es que usaba el dispositivo de la comedia para burlarse no sólo de las mujeres, sino también de cierto sector político en Atenas. Más que poner al frente los derechos que las mujeres todavía no teníamos lo que hace es burlarse de los hombres. Como mujer, me cuesta mucho reírme cuando parece que mi único elemento de discusión es mi sexo. Todo se pone en juego cuando las mujeres deciden que no van a tener más sexo con sus maridos. Parece que es nuestra única arma, no existen el pensamiento y la palabra. Es interesante ver cómo nos reímos hoy de Lisístrata. Dónde nos podemos reír.
-¿Cómo se lleva a escena una obra que produce semejantes contradicciones?
-Creo que ayuda mucho a pensar por qué tenemos que luchar tanto todavía. Aunque pasaron montones de años, nos queda un montón. Hay diálogos que podrían ser de hoy. Hay mujeres a las que les pegan los maridos o que tienen sexo por la fuerza. Hemos evolucionado como sociedad pero hasta ahí nomás. Estas palabras no me representaban como mujer, por eso decidimos que el elenco lo compongan todos hombres y que se hagan cargo de esta mujer que construyeron: una mujer pensada para las necesidades del hombre. Su satisfacción no sería un tema. Los actores hacen ambos roles, femeninos y masculinos. Es un desafío; la obra es muy controvertida. Tiene un nivel de grosería importante, porque la comedia antigua estaba escrita así. Lo bajamos, no por censurar. Tuvimos que encontrar la comedia hoy en
Lisístrata, ver qué nos hacía reír de este material. Por suerte logramos encontrarla. Fue muy importante que no fuesen mujeres las que interpretaran a estas mujeres construidas por fantasías y prejuicios de los hombres. Los temas de la obra son tan fuertes, tan políticamente incorrectos, que los ensayos se ponían muy dramáticos… Estábamos conectados con lo que no queremos más y entendemos que no tiene que seguir siendo así. De alguna manera, la obra se puede volver una tragedia. Es interesante ir a lo que nos duele desde lo irónico, la risa, lo absurdo.
-¿El arte debe hacerse cargo de lo que está sucediendo a nivel social con la temática de género?
-No deben existir temas obligatorios para el teatro, porque la creación no está ligada al deber. El deber es un peso en nuestras existencias. El arte tiene la libertad de hurgar en lugares de alguna manera caprichosos del artista. Pero es inevitable hacer espejo con lo que estamos viviendo. Si un autor no se impregna de lo que está sucediendo hoy, es muy difícil que el público pueda hacer empatía. Me es difícil no conectar con lo que está viviendo la sociedad, aunque no me lo pongo como una obligación. De hecho, tuvimos que hacer un esfuerzo grande para no contar nuestra posición en relación a la obra, que debe hablar sola. Abrimos ventanas para que el espectador busque respuestas.