La configuración de la macro dio un vuelco de 180 grados. La puesta en marcha de los controles cambiarios fue una vuelta copernicana para un equipo económico que hasta el momento se había basado sólo en una estrategia monetaria para intentar estabilizar el desequilibrio del mercado interno. La política cambiaria y de regulación de la cuenta capital comenzó ahora a ser la protagonista del esquema económico.

La nueva situación macro puede resumirse en cuatro variables: alta tasa de interés en pesos, controles para la demanda de dólares, tipo de cambio real alto y falta de acceso al financiamiento externo. El cuadro está lejos del esquema de 2017 cuando había empezado a bajar la tasa de interés, la cuenta capital estaba totalmente abierta, el dólar se había apreciado y la deuda externa entraba en cascada.

Los economistas de la city descuentan que el control a la demanda de divisas continuará con el correr de los meses e incluso se reforzará. La duda es si alcanza. La pregunta del millón entre los consultores es si los controles cambiarios son o no son suficientes para recuperar cierto nivel de estabilidad (frenar la caída de reservas, moderar las expectativas de devaluación y reducir la presión del dólar sobre los precios internos).

El principal punto de presión es la aparición de la brecha cambiaria (la diferencia entre el precio del tipo de cambio oficial y el resto de las cotizaciones que el mercado usa como referencia para operaciones financieras). La primera semana -tras los anuncios- no hubo una brecha importante. La segunda semana cambiaron las cosas. El Banco Central puso regulaciones para evitar la especulación con la compraventa inmediata de bonos y se disparó la diferencia de precios entre el dólar comercial y el financiero.

El viernes pasado la cotización implícita del dólar en la bolsa saltó a 69 pesos. La cifra fue 24 por ciento más elevada respecto de la cotización de 56 pesos del mayorista. Se trata de una distancia de 13 pesos entre un mercado y otro. La diferencia entre las dos cotizaciones era cercana a los 4 pesos (7 por ciento) a principio de la semana.

El lector atento puede seguir la evolución de la brecha en forma simple. Lo único que se necesita es dividir el precio del bonar 2024 (2655 pesos) por el precio del bonar 2024 clase D (38,51 dólares). El dólar implícito entre estos dos bonos se ubica en 68,94 pesos. La misma cuenta pueda hacerse contra el bonar 2024 clase C (37,55 dólar). La división arroja un tipo de cambio implícito de 71 pesos. Este último dólar se conoce como contado con liquidación y es el que aceptan los inversores para fugarse del mercado interno.

Uno de los consultores top de la city resumió cuál es el problema de la brecha en su último informe. “Cuanto menor es la brecha, mayor es la chance de que los productores agrícolas no retengan, que exportadores no facturen por fuera del mercado oficial, que los importadores no sobrefacturen, que las personas no vendan dólares en el mercado paralelo y que los turistas extranjeros no cambien dólares en el paralelo. Y viceversa”.

En los últimos días está pasando exactamente lo contrario. La brecha comenzó a ampliarse y suma una nueva amenaza para recuperar la estabilidad del mercado. El desafío es importante: en la medida que las exportaciones se frenan y las importaciones se adelantan el superávit comercial empieza a bajar. Los controles cambiarios pierden eficacia para conseguir que el Central recupere reservas genuinas.

La autoridad monetaria mientras tanto debe enfrentarse a otros problemas de corto plazo: los depósitos en dólares siguen bajando, la tasa de interés del 86 por ciento empieza a generar una carga acelerada de interés de las Leliq y los plazos fijos en pesos son la variable que puede rebalsar el vaso. El optimismo o pesimismo para las próximas semanas puede cambiar vertiginosamente en base a dos supuestos: ¿el swap con China puede activarse? ¿El Fondo Monetario desembolsará el stand by antes de fin de año?