Antes de terminar su mandato, Mauricio Macri deberá conducir a la Argentina a través de la peor tormenta que le haya tocado enfrentar hasta ahora. Como diría el Presidente, será la madre de todas las tormentas. Si los tres años y nueve meses que lleva en la Casa Rosada fueron difíciles, las seis semanas que restan hasta el 27 de octubre se presentan mucho más desafiantes. El país depende de su sabiduría.
Macri deberá luchar contra las presiones cambiarias, cada día más intensas a medida que se acerquen los comicios. En todas las elecciones sube la demanda de dólares en momentos de definición, mucho más ocurrirá en las actuales circunstancias, con cepo y default incluidos. Además, desde las PASO ya se fueron más de 100 mil millones de pesos en depósitos bancarios y casi 10 mil millones en moneda extranjera. Como si fuera poco, a la crisis de confianza se agrega un aumento de las expectativas de devaluación. Se refleja en la ampliación de la brecha entre la cotización del dólar oficial y el ilegal, el blue, y especialmente con el mecanismo financiero que se utiliza para la fuga de divisas, el contado con liquidación. Este último precio para el dólar ya está arriba de 72 pesos. Es una referencia que empieza a pesar en el mercado.
La postergación del desembolso del FMI de un nuevo tramo del crédito por 5400 millones de dólares, si bien era previsible, alimenta el nerviosismo financiero. Una vez más los argentinos están viendo viajar a su ministro de Economía, Hernán Lacunza, a jugarse la ropa en Washington ante las autoridades del Fondo Monetario. A pedir clemencia. Como hizo Domingo Cavallo en 2001 o como le sucedió al gobierno de Raúl Alfonsín en 1989 con el Banco Mundial. Otra vez las palmadas en la espalda y las felicitaciones de un pasado cercano se convirtieron en desconfianza y ninguneo. Y en el medio un país. Las reservas del Banco Central, por su parte, tampoco ofrecen una garantía de estabilidad que tranquilice a ahorristas y especuladores.
Por lo tanto, en estas seis semanas Macri deberá guiar la nave con destreza para evitar que los formadores de precios anticipen aumentos para cubrirse de una eventual nueva devaluación; además, frente a la perspectiva de un inminente Pacto Social con Alberto Fernández que detendría las remarcaciones por algunos meses. Después de una inflación del 4 por ciento en agosto, para septiembre ya se espera un alza del IPC de entre 5 y 6 por ciento. El Presidente debe estar desconcertado por lo que ocurre con los precios. Pegan saltos históricos a pesar de las tasas de interés al 85 por ciento, el ajuste record del gasto público y la contracción monetaria. A Macri y a los economistas ortodoxos se les quemaron los papeles. Por eso el Gobierno apeló a Precios Esenciales y le bajó el IVA a algunos productos de la canasta básica, pero la falta de convicción en la utilización de esas herramientas se aprecia en la escasa efectividad que tienen las medidas en las góndolas.
La mayor inflación agudiza la tensión social. También por eso serán seis semanas que exigirán lo mejor de Macri. El Presidente no debe ver a las personas que reclaman en medio de tantas privaciones y sufrimiento como parte de la tormenta. Debe entender que su tarea es contenerlos y satisfacer demandas tan básicas como el acceso a la comida y la atención de la salud. Las manifestaciones no son por la baja del impuesto a las Ganancias. Son por la subsistencia. Dos millones de pobres y quinientos mil indigentes más este año debería ser suficiente grito de atención para que los funcionarios y legisladores del oficialismo se enfoquen en esta materia y dejen las especulaciones políticas de campaña electoral. Lo mismo vale para la prensa oficialista, que sigue gastando horas en averiguar sobre la salud de Florencia Kirchner.
Seis semanas con tensiones cambiarias, inflacionarias y sociales, todas en aumento. En ese tembladeral, Macri les dice a los empresarios que pongan el hombro. En la Unión Industrial Argentina y en cámaras pymes esa declaración fue recibida como un insulto. Sobre 44 meses de gestión de Cambiemos, la industria destruyó puestos de trabajo en 43. Se perdieron más de 150 mil empleos. Es la peor crisis desde 2001-2002, con derrapes dramáticos de la actividad. Las automotrices tienen el 70 por ciento de las maquinarias paradas, de acuerdo al Indec. Las autopartistas siguen detrás. Fuentes empresarias sostienen que hay una explosión de concursos y quiebras, además de cierres de pymes que ni se registran. Según la Cámara de la Mediana Empresa (CAME), el consumo se hundió 18,6 por ciento en agosto respecto de igual mes del año pasado, cuando ya había bajado 8,0 por ciento frente a 2017. Las ventas de electrodomésticos cayeron 71 por ciento en el primer semestre. Macri tendrá que hacer algo más que pedir colaboración a los empresarios en el tiempo que le queda como jefe de Estado si quiere que guarden de él un mejor recuerdo del que manifiestan en este momento.
El aumento de la mora de familias y empresas es otro grave trastorno que el sector financiero le manifiesta al Presidente. Los bancos están sufriendo al mismo tiempo una importante sangría de depósitos y el atraso en el cobro de los créditos. La mora de las empresas saltó al 4,6 por ciento el mes pasado, desde el 1,3 por ciento del mismo período de 2018. En las familias, el aumento fue del 3,5 al 4,8 por ciento. Las empresas, al mismo tiempo, tienen vigentes planes de pagos con la AFIP por 360 mil millones de pesos.
Seis semanas con un gobierno en retirada frente a semejante descalabro parece una eternidad. A Macri ya no lo atiende Trump, el FMI le da la espalda, el círculo rojo lo maltrata, los empresarios cuentan los días, los trabajadores protestan, los jubilados siguen esperando sentados.
Como se ha demostrado a lo largo de la crisis, Macri terminó adoptando medidas que antes repudiaba cuando se vio acorralado. Ahora, cuando faltan seis semanas para las elecciones, todavía le quedan en el menú un endurecimiento del cepo cambiario, el aumento de las retenciones a las exportaciones, la multiplicación de los planes sociales, la suba del monto de estas prestaciones y la mejora en los ingresos de jubilados y pensionados. Si Macri lo hace no será porque quiera, sino por imposición de la realidad. Las próximas seis semanas serán las más difíciles de su gobierno. Macri lo sabe, o debería saber, que lo peor no pasó.