La enamorada, de Santiago Loza    8 Puntos
Dirección: Guillermo Cacace
Con: Julieta Venegas
Canciones: Julieta Venegas y Santiago Loza
Música original: Julieta Venegas
Diseño de escenografía: Johanna Wilhelm
Asistente escenografía: Martina Nosetto
Intervenciones coreográficas: Andrés Molina
Sonido en vivo: Mariano Luna


Llegó un momento en que Julieta Venegas --celebridad latinoamericana que vendió más de 20 millones de discos y ganó siete Grammys-- llegaba a su casa y no tenía ganas de tocar el piano. Para reencontrarse con el deseo dejó manager y banda y suspendió las giras. Hace más de dos años se instaló en Buenos Aires, donde circula como artista anónima, tomando trenes y colectivos, mezclándose con la gente. Ha ofrecido shows para no más de 200 personas y, sin ser actriz, se le animó al teatro. Le propuso a Santiago Loza hacer canciones inspiradas en un monólogo de su libro Obra dispersa, y el autor la invitó a actuarlo. Con dirección de Guillermo Cacace, La enamorada se presenta con la forma de un diálogo entre lo musical, lo poético y lo plástico (jueves a las 21.45 y viernes a las 22 en Teatro Picadero, Pasaje Discépolo 1857).

Puede que todo aquel trasfondo se filtre en la escena: así como Venegas necesitó redescubrir su oficio, su dulce personaje de vestido rosa precisa “redefinir el mundo desde lo más simple, volver a enamorarse de él”, en palabras de su creador. También, transferir ese amor a los otros, los espectadores, a los que denomina sus “íntimos”. Es esta intención la que justifica el monólogo, que entrelaza con fluidez textos, canciones hechas por Venegas y Loza y un precioso trabajo visual de Johanna Wilhelm, conocida por el antecedente de El hombre que perdió su sombra. La propuesta puede generar interés no solamente por su propio contenido o por los nombres de los otros artistas involucrados, sino también por ofrecer la posibilidad de ver en acción a una estrella mainstream retirada de su “zona de confort”.
En La enamorada no hay una gran historia. Tampoco novedades o riesgos desde el punto de vista estético. Es una obra simple y bella, también profunda, con el clima de confesión que envuelve a los textos de Loza. El encuentro con un personaje femenino que se permite estar a flor de piel con sus emociones y regalarlas. Descalza sobre el escenario, ocasionalmente acompañada por un cuatro turquesa –otras canciones son con pista--, transita por distintas temáticas. Expone debilidades, dudas y certezas. Se presenta como la menor de 14 hermanos de una delicada familia. Su madre no le dio la teta y murieron tanto ella como su hermano más querido. A la vez que comparte sus propias vivencias, la mayoría contextualizadas en su infancia, se pregunta por la lactancia infantil, el amor, la muerte, la vida eterna. No detalla datos como nombre o edad. La sensación es la de estar frente a una niña que observa el mundo por primera vez, entre lo lúdico y lo metafísico.
“No soy actriz”, aclaró en varias entrevistas la cantautora y multiinstrumentista. Aunque puede detectarse la ausencia de ciertos rasgos técnicos propios de la actividad en la que debuta, eso no opaca en absoluto su desempeño. Primero porque es dueña de un gran carisma. Seduce al público desde el principio y la pieza es todo el tiempo entretenida. Segundo, porque el acento de La enamorada está puesto en la esfera emocional y en ese aspecto se percibe una entrega total, la búsqueda de una genuina comunicación. Además Venegas domina el escenario, y sus gestos, movimientos y la musicalidad de su acento hacen también su aporte. Luego de El mar de noche, unipersonal de Luis Machín, la dupla Cacace-Loza vuelve a unirse con un buen resultado. Aunque sea la cantante quien brilla al frente, todos los elementos de la puesta contribuyen a eso.