Desde hace tres años, el tenis mundial introdujo el concepto de Next Gen en busca de los jóvenes talentos que sucedan a Rafael Nadal, Roger Federer y Novak Djokovic, aunque por el momento parece más una frase de marketing que una realidad: el español, el suizo y el serbio se siguen repartiendo los grandes torneos y postergando a las nuevas figuras. Por el contrario, el básquetbol argentino encontró a su Next Gen casi sin darse cuenta, bajo el ala de un rejuvenecido e inmenso Luis Scola.

Tal vez el capitán sea el único que vislumbró una similitud entre las dos camadas, aunque ni el propio Scola imaginaba semejante actuación, que este domingo se coronó con el subcampeonato mundial gracias a la derrota 95-75 ante España en la definición. "Veo cosas parecidas a lo que fue el inicio de la Generación Dorada", afirmó en una entrevista en diciembre de 2018, tras lograr la clasificación para el Mundial. "¿Significa que dentro de seis meses estaremos jugando la final del mundo? Por supuesto que no", completaba el concepto emblema de la Selección. "No estaba loco cuando lo dije. Alguna gente me miró con cara rara y otros pensaron que exageraba", se vanaglorió tras eliminar a Francia en la semifinal.

"Hace un tiempo era utópico pensar que podíamos ser candidatos a campeón del mundo", reconoció por su parte el entrenador Sergio Hernández. Y no se trataba de una frase cargada de humildad por parte del técnico: era imposible vaticinar semejante actuación, con al menos una decena de equipos que en los papeles y en nombres podían ser superiores al equipo albiceleste. El objetivo era aprovechar un sorteo favorable para llegar a los cuartos de final y lograr una de las dos plazas olímpicas que entregaba el torneo para los conjuntos de América. Pero el correr del torneo hizo cambiar metas y desterrar prejuicios. "Habrá que pensar que nuestros jugadores son tan buenos como ellos. Terminemos con esa típica idea argentina que los europeos son mejores que nosotros", se animó a decir el siempre reflexivo y mesurado Hernández.

Cuando la Generación Dorada irrumpió en Indianápolis 2002, era imposible vaticinar su exitoso futuro, pero sus integrantes contaban con un currículum internacional superior a los actuales jugadores de la Selección. Ginóbili ya tenía arreglada su incorporación a San Antonio, Pepe Sánchez y Wolkowyski habían pasado por la NBA, y Oberto, Scola, Nocioni y Montecchia ya brillaban en Europa.

Pero en China, la nueva camada dio un paso adelante que no se imaginaba. Con un trabajo de equipo envidiable, con una lectura de los partidos (scouting) inmejorable y con una defensa que alteró a todos los rivales, pudo competir contra todos. Pero lo más llamativo fue el salto cualitativo individual de algunas de sus piezas: se sabía que Facundo Campazzo era un base FIBA top, pero necesitaba ratificarlo como líder en la Selección en el máximo nivel, con las espaldas bien cubiertas por Nicolás Laprovittola. Gabriel Deck anotó como siempre, sin importar los adversarios que tuviera delante. Marcos Delía se bancó a pivotes dominantes en la NBA como Nikola Jokic o Rudy Gobert. Patricio Garino anuló a los mejores anotadores rivales como Bogdan Bogdanovic y Evan Fournier. Luca Vildoza le agregó defensa y sacrificio a su reconocido talento para ser un reemplazo confiable. Máximo Fjellerup entró sin complejos en momentos calientes. Y el resto dio una mano cuando fue necesario.

 

Ahora, con una medalla en el pecho, con un plantel -sin contar a Scola- de 25,5 años de promedio, con nombres de recambio a futuro como Francisco Cáffaro (Universidad de Virginia) o Leandro Bolmaro y Juan Ignacio Marcos (Barcelona), Argentina ya puede disfrutar de su Next Gen, casi sin darse cuenta.