Varias fuentes y hasta los gestos y tono de su vocero principal, Gerry Rice, señalan que el FMI no piensa desembolsar, hasta más ver, el último tramo del megapréstamo acordado con Argentina.
Las referencias tienen como plus haberse originado en reconocidos voceros oficialistas.
No parece tratarse (o no solamente) de otra de las típicas operaciones de prensa que tienden a condicionar los pasos del futuro Gobierno.
Hay matices entre esos datos, además, aunque no alteren la sustancia del tema.
El Fondo estaría dispuesto a girar los 5400 millones de dólares si hay acuerdo político entre los presidentes saliente y entrante. O bien, esperará a negociar con este último porque hacerlo con el primero carece de sentido.
Y no son versiones, sino información ratificada, los papers poco reservados de bancos y consultoras internacionales, que previenen a su clientela sobre el riesgo de un default argentino.
Este último aporte del FMI es crucial para que el oficialismo llegue a cerrar las cuentas del sector externo, antes de fin de año, con la lengua afuera.
Esa contabilidad afecta el destino de (casi) toda la sociedad. Un nuevo sismo en la cotización del tipo de cambio, como producto de lo que decidiera el Fondo, traería el terremoto peor de más escalada inflacionaria.
Se precisa o supone que las últimas medidas gubernamentales van en dirección correcta para evitar otro salto del dólar. Nadie, sin embargo, pone manos en el fuego al haber un oficialismo desbandado en etapa electoral.
Si no fuera por eso, acaso no estaría mal que Argentina se privara de otro salvavidas de plomo.
Macri lo hizo. Es inevitable el dedo acusador y descargar, todavía, algunas o muchas tintas en la responsabilidad de él y de sus cómplices de variada laya. Uno mismo lo hace, pero a esta altura ya baja la utilidad de enfocar hacia allí y sube, y no para de subir, la de concentrarse en lo que vendrá.
Lo que le espera a la administración del Frente de Todos, visto por la negativa o el peligro, es más traumático que respecto de cualquier antecedente que quiera encontrarse, incluyendo 2001/2002.
El país está financieramente ahorcado con el agravante de un escenario internacional adverso, a no ser por los cuentos chinos que algunas voces esparcen.
El muy largo plazo que se necesita para reconvertir perfil productivo y orientación exportadora, en la hipótesis más benigna y siendo que es la única manera de resolver alguna vez su restricción de acceso a dólares genuinos, no da respuesta a las urgencias sociales.
Los apremios conllevan otro riesgo. Tienen relación proporcional inversa con las expectativas favorables, si no el entusiasmo, frente la nueva gestión que asumirá el 10 diciembre. O antes.
Aunque parezca o sea demasiado básico: no habrá milagro capaz de resolver en forma relativamente rápida, y ni siquiera de mediano alcance, la hecatombe que deja Macri.
En la interpretación más expeditiva, podría ser que Cambiemos haya significado sólo un accidente de la historia política argentina.
Una especie de ensoñación colectiva que, así fuere por unos escasísimos puntos porcentuales de distancia, en 2015, habilitó confiar en una derecha ejercida gubernativamente sin intermediarios.
Un país administrado por sus dueños de especulación timbera sin árbitro dibujado alguno.
Nada de milicos, ni de menemismo, ni de PJ reconvertido en modos neoliberales. Solamente CEOs o, ¿peor?, apenas gerentes de relaciones institucionales de grandes corporaciones, puestos a gobernar la cotidiana nacional como si fuera una empresa. Y el colmo es que la fundieron.
Pero sucede que la tragedia macrista, como la definió Alberto Fernández, no puede o no debe sintetizarse en el aspecto de “accidente”.
Si sólo fuera de que hay industricidio, reino de ruleta especializada que consiste en tener asegurado dónde caerá la bolilla, precios accionarios que reflejan compañías a valor de remate, dólar rulo, dólar contado con liqui, dólar blue, estaríamos contemplando una foto dramática pero potencialmente reversible en período prudencial.
Aún en los países centrales sobran ejemplos de crisis, de explosiones de burbujas, de estrangulamientos monetarios, que los pronosticadores eternos del apocalipsis capitalista se apuran a definir, hace tanto, como el acabóse.
Lo que deja Macri es muchísimo más serio que horribles circunstancias coyunturales. No es únicamente haber profundizado el subdesarrollo a través de una primarización estructural de la economía, excepto por la tecnologización de “el campo”.
Macri deja una hipoteca de endeudamiento externo que no tiene antecedentes mundiales contemporáneos porque, como si eso no bastara per se, la generó sin otro efecto buscado o consecuencia que permitir una fuga de divisas también inédita.
La delirante acusación al kirchnerismo de haberse robado un PBI es reemplazada por la objetividad de que la banda macrista se fumó el préstamo más grande en la historia del Fondo Monetario Internacional.
Lo hizo literalmente a cambio de nada que haya redundado en un solo beneficio, ni el más mínimo, a favor de nadie que no fuere esa pandilla de inútiles enriquecidos. El oxímoron perfecto.
La deuda en moneda extranjera más impresionante de todos los tiempos termina -o recién empieza- en declaración institucional de emergencia alimentaria. Concluye en un remolino de mercenarios e idiotas útiles que, mientras tanto, discuten o pontifican sobre acampes en la 9 de Julio, usos políticos del hambre, violencia piquetera.
De todo menos increíble porque, si fuese asombroso, no hubiéramos llegado hasta acá, con títeres del poder real disfrazados de periodistas independientes que sitúan lo prioritario en vociferantes de shopping y ya graciosas amenazas de venezolanización si ganan los Fernández.
Por la positiva, queda que desde el próximo diciembre -o antes, se insiste, una vez que el 27 de octubre ratifique lo inapelable- casi cualquier cosa que se disponga contará con la anuencia mayoritaria mientras, claro está, no sea a costa de más sacrificios para la población necesitada.
En ese sentido, Cristina marcó la cancha en su última intervención pública.
Los compromisos externos serán pagados, habrá de verse cómo en términos de renegociación. Es decir, lo que siempre hizo el vandálico populismo al revés de lo perpetrado por el equipazo, éste que gobierna, de integradores “al mundo”.
Fue apto para haber producido otro récord universal: defolteó la deuda en moneda nacional que él mismo generó, y se permite el lujo de llamarla reperfilamiento. Nunca se vio algo parecido.
CFK dijo que no se pagará a costa de nuevos sufrimientos populares. Se toma la palabra.
Habrá quienes deban cargar con el costo muy mayor de la crisis autogenerada. Y, si no, no será nada.
Se sabe que hay ideas al respecto y que se trabaja en ellas.
Está a la cabeza restituir poder adquisitivo y al traste con la falsedad técnica de que emitir crea inflación, desmentida por toda experiencia local y universal. Después podrá implementarse un pacto multisectorial que estabilice precios, salarios y montos jubilatorios por un lapso prefijado.
Ayer, en este diario, Carlos Heller -quien viene impulsando esa propuesta hace rato- previno asimismo que ese acuerdo no debe restringirse a actores corporativos tan necesarios como insuficientes.
CGT y UIA son una parte de la eventual solución/emergencia que debe encararse. Los referentes pyme, los movimientos sociales, los de la economía popular, son sustantivos al momento de plantear toda avenencia política y social.
Las tarifas de los servicios públicos y el precio de los combustibles, que el Gobierno suspendió hasta después de las elecciones junto con la reintroducción del IVA en alimentos básicos, también deberán “sufrir” postergaciones.
Que los especialistas en economía juzguen o aporten acerca de los mecanismos más adecuados.
¿Es cosa de esa gente? ¿O, en primerísimo lugar, de decisión política en una dirección u otra?
La respuesta es tan obvia como imprescindible.