Desde Barcelona

UNO Los que dicen saber del asunto (aunque está más que claro que se refieren al más oscuro de los continentes, a un mundo a años luz de distancia aunque flote dentro nuestro) aseguran que todo el asunto ese del cerebro reptiliano es algo tan improbable como la fantasía de que los sueños pueden ser sometidos a algún tipo de interpretación precisa o que los finales de Lost y Game of Thrones hayan tenido alguna lógica narrativa o sentido épico.

En cualquier caso, a Rodríguez la teoría de Paul D. McClean en cuanto a los tres cerebros en uno siempre le gustó y no puede sino entenderla (al ser postulada a finales de los años '60s, considerada hoy un absurdo irracional por cualquier neurocientífico) como a otra de las muchas limpias poluciones de una era en la surgieron las psicodélicas enseñanzas de Don Carlos Castañeda y sus muchos/demasiados derivados. A saber: cerebro dividido como en capas geológicas o como en evolutivos stages de video-game o como "tres ordenadores biológicos interconectados, cada uno con su propia inteligencia, su propia subjetividad, su propio sentido del tiempo y su propia memoria". Así, de adelante hacia atrás, el más evolucionado cerebro neomamífero-córtex (que se ocupa de decodificar y entender los estímulos que llegan del mundo externo); el intermedio cerebro paleomamífero-límbico (donde residen las maquinarias del aprendizaje futuro y lo aprendido en el pasado); y en las profundidades y siempre al acecho el primitivo cerebro reptiliano (puro instinto y compulsión, formas de supervivencia, control de funciones corporales como la respiración, agresividad e impulso sexual y reflejo de reproducirse, pensamiento mágico-religioso, etc.). En la opinión de Rodríguez --comprando, semana tras semana, un nuevo número de la lotería Euromillón-- el cerebro reptiliano no es el que mejor piensa pero sí el que más piensa de los tres.

DOS Y como ya se dijo hace unos días, Rodríguez volvió a oír acerca del asunto en un episodio de la segunda temporada de Mindhunter (donde se explicaba un ataque de pánico como una erupción del cerebro reptiliano), y se puso a pensar en ello y en ello sigue. De ahí que Rodríguez se sienta más saurio y ofidio y quelonio que nunca y se concentre en eso de la reciente reconstrucción de la inolvidable jornada de hace 66.000.000 de años en la que un asteroide de 12 kilómetros de diámetro cayó en el Golfo de lo que hoy es México y provocó el 75% de la muerte de la vida en la Tierra (principalmente de los grandes reptiles conocidos como dinosaurios). Y de ahí también que después de eso, todo le parezca como recamado por escamas. El rostro último en todos los noticieros de Camilo Sesto, por ejemplo, que luce como el de una de esas máscaras que ocultaba el verdadero rostro lagarto en V: Invasión Extraterrestre. A Rodríguez, Camilo Sesto --quien en sus últimos tiempos se había convertido en una especie de recluso pero en todas partes Fantasma en el Paraíso-- siempre le impuso un cierto respeto. Compositor e intérprete y productor de lo suyo (hubo necro-exaltados que lo compararon con Prince y Michael Jackson y su héroe Paul McCartney) y uno de los Tres Vocales junto a los vozarrones del prematuramente desaparecido Nino Bravo y del incombustible Raphael (que nos enterrará a todos y se reirá con todos esos dientes de cualquier meteorito que pretenda acabarlo). Y tan lejos de esas vocecitas gamberritas y como de dibujo animado del pop español o del susurro de serpiente de Julio Iglesias o del rastrerismo karaoke de los "triunfitos" surgidos de concursos de tv (de Rosalía, de verdad, en serio, Rodríguez no sabe qué pensar, así que no piensa en ello o en ella). Lo de Camilo S. era --más allá de los gustos; porque está claro que puesto a elegir Rodríguez se queda con Serrat y Sabina-- auténtico y raro. Pero algo primordial y primigenio le pasa a Rodríguez cada vez que escucha (y lo escuchó tantas veces la semana pasada, en informativos varios, puntuando noticias acerca del desafinado interminable y pimpinelesco dueto de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para ver si se forma o se deforma gobierno) ese legítimo standart que es "Vivir así es morir de amor". En especial cuando la profunda garganta de Camilo S. alcanza ese casi desesperado "Melancolíaaaaaaaaaah". Algo parecido a lo mismo que le pasa cada vez que vuelve a ver ganar a Rafa Nadal (Rodríguez siempre quiso ser escritor y jamás se imaginó como tenista, pero lo verdad es que no se le ocurre ningún escritor en activo que, en lo suyo, esté a la altura de lo de Nadal).

También, claro, la sensación reptiliana de enfrentarse a algo que golpea en alguna zona primaria pero en perfecto funcionamiento y cuyas manifestaciones suelen ser más elementales en el peor sentido que sentimentales en la mejor manera.

Ahí están los llantos de esa madrastra en tribunal lamento el haber asesinado a su hijastro. Ahí está eso de que en Estados Unidos se venden abrazos para paliar una epidemia de soledad en una nación cada vez menos "táctil" a no ser que se trate del toqueteo de pantallas y donde los jóvenes ya no conocen que era eso del tiempo libre o del divertido aburrimiento optando por vampíricas apps que les muestran cómo serán de viejos o cómo lucirían desnudos o como protagonistas de algún clásico de ese cine que nunca vieron. O aquel titular donde se lee "Detenidas dos mujeres tras denunciar por estafa a un sicario al que habían encargado un asesinato que nunca llevó a cabo" o aquel otro que informa de un incremento del 23% en delitos sexuales de velociraptors en manada. O los que graban con su móvil las últimas tormentas bíblicas modelo Gota Fría (imágenes que emitirán sin editar/silenciar los noticieros) acompañando las imágenes con profundos comentarios del tipo "Uyuyuy", "Joder..." o "Cómo llueve, eh..." o llantos desesperados que no evitan el seguir grabando. Y, al norte, ese aerolito que no se sabe si hará impacto del Brexit. Y una nueva recesión en el horizonte para horizontalizar al continente. Y la eterna serie de la Crisis Argentina (y a Rodríguez nunca deja de asustarle/inquietarle el tono revanchista y burlón de ida y vuelta en los comentarios a las nuevas malas nuevas cuando son en Argentina o en España o en una cancha de basket). Y en la calle y saliendo de lluvia y nubes --mientras en el Congreso se discute la desnudez de la investidura-- una menos asistida Diada catalana (ese día que alguna vez fue un feriado para todos) como preliminares para un nuevo asalto en el ya triste duelo entre posturas extremas y antediluvianas. Y los sapiens --como siempre, como hace tanto, como hace ya demasiado-- entre las garras de unos y los colmillos de otros y con ganas no de extinguirse apelando a sus otros dos cerebros.

Con tantas ganas y desesperación y cansancio.

 

Con (el problema es que la de Rodríguez es por algo que nunca ha vivido o experimentado aún o por algo que sucedió hace tanto que ya no lo recuerda: la de una miedosa y esclava gallina que alguna vez tiranosaurio rex de cerebro nada más que reptiliano) tanta melancolía.