"Una mamá nunca sobra, el problema es cuando falta”, lanzó como máxima Selva (Inés Estévez), sintetizando en esa frase buena parte del espíritu de Pequeña Victoria, la tira diaria que el lunes se estrenó en Telefe. No es casualidad: al fin y al cabo, la Victoria del título se las tendrá que ver con cuatro madres a la vez, producto de una situación que complejiza tanto su crianza como la trama. Una ficción que, en su debut, mostró mucho más que la búsqueda de entretener: también la intencionalidad de poner sobre la mesa de los hogares argentinos la posibilidad de repensar el concepto de familia, cuestionar su institucionalidad conservadora y discutir las relaciones intrafamiliares. En clave de dramedy emotivo, Pequeña Victoria parece querer debatir las tradiciones como costumbres intocables. ¿Desde cuando las cosas solo deben ser de una manera y, mucho más, cuando de amor se trata? Esa parece ser la gran pregunta, tácita pero inquisidora, que sobrevuela el ciclo.
Tal vez como en ninguna otra ficción diaria, Pequeña Victoria expone con sensibilidad una verdad innegable: que la "familia tipo" de antaño hoy huele a rancio. En la vida pero también en la televisión abierta. Quien quiera ver y comprender, que prenda la TV. El debut no podía haber sido más promisorio: la tira promedió 17,2 puntos de rating, la más alta para una ficción en lo que va del año. Evidentemente, lejos de incomodar, la ficción resultó atractiva para el gran público. Si hay productos de calidad y que les resulten temáticamente atractivos, los espectadores de la TV abierta aparecen.
Las múltiples formas de concebir y formar una familia encontró en la coproducción de The Mediapro Studio, Viacom International Studios (VIS) y Oficina Burman una variante tan posible como extraña. Adelantándose incluso a la legislación vigente en Argentina, pero reconociendo que la subrogación de vientre es una realidad cada vez más extendida, Pequeña Victoria va a fondo. En contraposición a las novelas turcas, mucho más conservadoras y machirulas, que inundan con buena audiencia la TV local, Pequeña Victoria se planta desde su estreno como una ficción moderna. No sólo en estética, en correrse del cuentito de hadas clásico, sino también desde la perspectiva que toma a la hora de contar una historia inclusiva y actual.
No hay un amor imposible entre parejas heterosexuales de diferentes clases sociales en la trama creada por Daniel Burman y Erika Halvorsen. Y, sin embargo, la ficción rebosa amor y emocionalidad, que se manifiesta de las más diversas maneras, cuantos personajes haya. En el primer episodio no se plantearon, tampoco, verdades absolutas. Más bien presentó la complejidad de la vida social, la multiplicidad de miradas y de sentir de ese grupo de mujeres heterogéneas pero capaces de ayudarse, de ponerse en los zapatos de la otra. La sororidad está presente en la trama. No lo hace desde el sentido más político del término, sino desde la cotidianidad de mujeres que tienen que hacerse lugar en una sociedad patriarcal, clasista y estructurada como la actual. Todas para una, y una para todas.
Protagonizada por Julieta Díaz, Estévez, Natalie Pérez y Mariana Genesio, la trama gira en torno a cuatro mujeres detenidas en madres. La disparadora de la historia es Jazmín (Díaz), la mujer independiente que al pasar la barrera de los cuarenta decide subrogar el vientre para poder ser madre sin perder su carrera profesional. Para ello, firma un acuerdo privado y clandestino con Bárbara (Pérez), la madre gestante que se presta a poner su cuerpo para escapar de una desesperada situación económica y personal, que el primer episodio apenas esbozó. Cuando comienza el trabajo de un parto que se adelanta en los tiempos, Bárbara conoce a Selva (Estévez), la religiosa conductora del Uber (de la PNT vive la TV) que la lleva a la clínica y que siente la necesidad de acompañarla en su angustia y temor.
Una complicación menor de la recién nacida enrederá el destino de estas tres mujeres, a las que se suma la persona que donó el esperma, que no es otra que Emma (Genesio), una mujer trans que se les aparece mientras intentan definir el nombre de la recién nacida. En medio de ese caos, social pero también emocional, las cuatro mujeres dejan de lado sus propios prejuicios y las reglas del deber ser que rigen a este tipo de casos para criar juntas a la pequeña Victoria. "La regla número 1 es que mi hija esté bien", le pone los puntos Jazmín ante el reproche de su abogada (Emilia Mazer) por haber violado el protocolo. Son mujeres de decisiones tomar.
Escrita por Halvorsen junto a Mara Pescio, Martín Vatenberg y Anita Accorsi, Pequeña Victoria es una ficción en la que las protagonistas son mujeres. El universo femenino, entendido como un mundo que sufre las imposiciones de una sociedad machista, es la base de una historia que busca derribar cuanto prejuicio se le cruce en su camino. La maternidad, los mandatos sociales, la necesidad de resignar vida personal para desarrollarse profesionalmente, la ley como reflejo de prácticas sociales son algunas de las ideas que la ficción pone en debate en medio de su trama. ¿Los hombres? Apenas cumplen un rol secundario: está el neonatólogo Antonio (Facundo Arana) oficiando de puente entre todas y todos; Manuel (Luciano Castro), el gerente de la empresa en al que trabaja Jazmín y con quien tuvo un romance allá lejos y hace tiempo; y Mario (Jorge Suárez), ese esposo/hermano de Selva más preocupado por el dogma religioso que por vivir la vida. Seguramente habrá romances, tensiones amorosas y sexuales, pero ninguna de ellas parecen ser partidarias de la sumisión. Pelean por su libertad.
En su primer episodio, Pequeña Victoria pareciera ocupar un lugar vacante en la ficción argentina: el de la emocionalidad afectiva, en la que el amor sexual y pasional le da lugar al afectivo y maternal. Sin caer en la fórmula clásica, casi como respuesta a la restauración conservadora proveniente de Turquía en la pantalla chica, y desde los más altos estamentos del poder político y religioso en la vida social. Una propuesta que echa por tierra la idea de que en las tiras diarias hay temas de los que no se hablan hasta que previamete no se hayan instalado en la opinión pública. Pequeña Victoria -y la TV argentina- todavía tiene mucho para contar, formar y emocionar.