Hay varias aristas desde donde presentar a Gabriel Rivano. Que es tanguero, es la primera y fundamental, claro. Pero que, desde ahí, se haya lanzado al mundo con notables respuestas no le va en zaga. Imposible contar las veces que lo hizo desde 1985 para acá, pero la última fue hace días en el festival Lunalia (Bélgica) con dos conciertos solistas y otro junto al octeto de cellos que abrió el evento. “A esta altura no diferencio trabajo de viaje, porque todo es un poco una aventura”, dice él ante Página/12 apenas bajado del avión y a punto de mostrarse aquí, en su tierra, este miércoles 18 a las 21.30 en Café Vinilo (Gorriti 3780). Aún tiene claro el recuerdo de haber tocado solo, en una iglesia alemana del siglo XIII “con aplausos de cinco minutos entre tema y tema” y en esa catedral belga donde Bach, Villalobos, Piazzolla y músicas de Marruecos conviven sin tensar la cuerda. “Por mi parte, toqué el sólo de ´Adiós Nonino´ y una versión que escribí de ´Oblivion´ para banda y octeto de cellos. Fue sublime”, cuenta.

-¿Qué vas a tocar acá, para que no te caigan con eso de que nadie es profeta en su tierra?

-(risas) Bueno… Villloldo, Gardel, Laurenz, Salgán, Piazzolla, algún tema de Egberto Gismonti y músicas mías. Me gusta visitar estos autores, cuyos temas son bellos y me permiten tocarlos siempre de una manera diferente.

La larga vida de Rivano mirando al tango viene desde cuando, de joven, estudió bandoneón con dos figuras que por entonces -en los primeros '80- eran fogoneros del llamado neotango: Daniel Binelli y Rodolfo Mederos. A la par, incursionó en proyectos de Luis Borda, Hermeto Pascoal, el Cuarteto Cedrón y Gustavo Beytelmann, entre más, hasta que formó su propio grupo (el Gabriel Rivano Quinteto) en 1990. En aquel reveló una síntesis de sus amores musicales: el tango y la música de cámara. Y a ese palo pertenece la obra para bandoneón y fagot que estrenó junto a Andrea Merenzon en el Colón. También el concierto para bandoneón, guitarras y orquesta expuesto en Buenos Aires en 1997 y el más reciente para bandoneón y banda sinfónica, que el bandoneonista escribió evocando su experiencia con Hermeto. “Recordé su gaita-ponto, su pequeño acordeón, y en efecto yo compuse un concierto para gaita-ponto, bandoneón y banda, solo que después lo reescribí para bandoneón y banda”, evoca el director del sello Luna y Misterio.

Otra influencia clave la lleva en la sangre: la de su abuelo Adolfo Pérez Pocholo. “La música de mi abuelo viaja a mí a través de mi mamá Haydeé, a quien no le fue permitido estudiar música pero sin embargo cantaba… improvisaba en su cotidiano sin darle importancia. Por eso la música de Pocholo me llegó de una manera inconsciente y sin ninguna represión. Mi trabajo fue (es) tomar conciencia de ese don que tanto amo”, dice Rivano, sobre un abuelo a quien los sesudos de la historia del tango suelen asociar con Juan Maglio Pacho, en cuya orquesta militó durante el segundo lustro de la década del diez del siglo pasado. También lo hizo en la de Roberto Firpo, y como acompañante de la cancionista Virginia Doris. “Mi abuelo fue muy famoso entre los años veinte y cincuenta. Grabó y tocó en radios y bailes con su orquesta típica. Yo lo conocí en sus últimos veinte años, cuando sufría una enfermedad reumática que lo tenía completamente encorvado, y en un momento en que el tango de la Guardia Vieja, del que él era exponente, estaba completamente fuera de moda”, historiza Pocholo nieto.

-¿Qué recordás de él, en persona?

-El sonido quejumbroso de ese bandoneón lejano. Igual, si bien tuve buena relación con él, en esa época no tuve curiosidad por esa música o por ese instrumento… no tuve ningún encuentro musical con mi abuelo.

-¿Es cierto que te legó el bandoneón que usás hoy en tus conciertos?

-Sí. Cuando él murió, a mi abuela le daba pena ver el instrumento y se lo dio a mi mamá para que lo guardara. Yo ni sabía de esto, hasta que un día lo encontré atrás de una cortina del living y me dio curiosidad. Lo agarré, me fui enganchando y ese instrumento que acompañó a mi abuelo en su vida me acompaña a mí ininterrumpidamente desde entonces. Con él, entre otras cosas, tuve la suerte de haber grabado Tradición en 1997 con música de mi abuelo y el privilegio de que cantara mi madre Haydee, en el hermoso vals “Dulce amanecer”, justamente compuesto por Pocholo. En ese tema los arreglos son míos y por eso se se puede ver el encuentro de las generaciones.