El mundo del arte tiene una noticia para celebrar: una curadora argentina ocupará un espacio clave en Nueva York, uno de los principales núcleos artísticos a nivel mundial. Se trata de Aimé Iglesias Lukin, historiadora del arte nacida y formada en Buenos Aires, que fue nombrada como la nueva directora y curadora en jefa del área de Artes Visuales de Americas Society, un destacado espacio dedicado específicamente al arte latinoamericano en Estados Unidos. Definida por ella misma como “el sueño de la piba”, la nueva tarea le significa un desafío personal de alto valor, ya que su tesis de doctorado se centró, justamente, en investigar a artistas latinoamericanos que vivían en Nueva York a finales de los años sesenta y sus interacciones con la institución que ahora la emplea.
Licenciada en Artes por la Universidad de Buenos Aires, la curadora fue elegida por un comité de expertos tras un proceso de selección largo que se abrió luego de que la venezolana Gabriela Rangel dejara el puesto vacante para asumir como directora artística del Malba, en la Argentina. “Para mí es una oportunidad realmente única, no sólo porque me permite desarrollar mi vocación curatorial y poder armar un programa de exhibiciones sino porque significa trabajar en el lugar que investigué”, cuenta a Página/12 la recientemente designada, que hace casi diez años vive en Nueva York y ya había trabajado en espacios de prestigio como el Museo Metropolitano de Arte (MET) de esa ciudad, la galería Henrique Faria Fine Art y la Fundación Proa.
-¿Qué es y qué hace específicamente la sala de artes visuales de la Americas Society?
-Por un lado, desde su apertura en los años sesenta tuvo y sigue teniendo un rol de representación regional fundamental, como espacio donde presentar y promover la cultura de las Americas en Nueva York y Estados Unidos. No es estrictamente un museo, pues no colecciona, y así puede dedicar sus esfuerzos a un programa de exhibiciones. También ha sido históricamente generador de nuevas miradas historiográficas, constituyéndose como un centro de investigación. En la combinación de estos tres aspectos, representación regional, investigación académica y promoción mediante exhibiciones innovadoras está su rol distintivo.
-¿Y cuál es su concepción sobre el arte latinoamericano? ¿Coincide con la suya?
-Es que el arte latinoamericano es siempre una categoría en construcción y revisión. Es más, creo que la idea de América Latina está en constante negociación. Creo que en ese debate esta la riqueza de nuestra cultura. América Latina es una “categoría paraguas”, como dicen en inglés, que cubre a etnias, lenguas y experiencias muy diversas, pero a la vez reunidas bajo un mito de origen común y la experiencia compartida de los procesos de independencia.
-En los últimos meses varias mujeres fueron designadas en áreas y espacios clave en el arte en todo el mundo. ¿Cree que la nueva ola feminista también llegó a este universo?
-La historia del arte es una disciplina que históricamente tuvo un altísimo porcentaje de artistas mujeres. De hecho, en mis clases las mujeres éramos casi el 90 por ciento del alumnado. El problema era y sigue siendo que esa proporción se pierde en todo el mundo, e incluso se invierte si analizamos la cantidad de mujeres en cargos de cátedra académicos y de dirección de museos. Eso está cambiando, sí, pero en forma lenta y progresiva. De todos modos para mi no alcanza sólo con que las mujeres alcancemos lugares de poder sino que quienes llegan usen ese espacio para facilitar el acceso y visibilidad de otras mujeres y minorías con menos oportunidades que las propias.
-Hablando de oportunidades, su formación de grado fue en la universidad pública argentina. ¿Qué recupera de esa experiencia?
-Haber egresado de la UBA, una universidad pública y gratuita con ingreso irrestricto que este año ubicaron entre las mejores cien del mundo, es uno de mis mayores orgullos. En particular en el caso de la historia del arte, ya que desde el regreso de la democracia se constituyó en la universidad pública un grupo de historiadoras del arte que redefinieron la disciplina y abrieron el campo a dos o tres generaciones que aún estamos aprendiendo de ellas. El reconocimiento a la historia del arte argentino es mundial y debería generar mucho orgullo.