El acero de los martillos golpeando contra las cadenas se convierte de a poco en un áspero blues de liberación. Un arpegio suave muta en una mañana de cielo abierto en medio del campo. El slide deslizándose funciona como un espejo retrovisor por el que se pierde una ruta desierta. Lo que se desprende de Volviendo, el segundo disco de Nicolás Bereciartúa, se aleja con cada canción de lo que se supone debería exhibir un solista de guitarra. No se trata en ningún momento de pasar al frente para ejecutar una compleja maniobra entre las cuerdas, sino de construir con cada acorde o cada riff el camino hacia climas que se vuelven tan pacientes como vertiginosos. Es el trabajo de un guitarrista que, para encontrarlos, tuvo que aprender a esquivar el mandato que le imponía su linaje.

“Si yo hubiese hecho un proyecto de hard rock, nada tendría sentido. Tenía que despegarme de todo eso”, asegura Nicolás Bereciartúa, a punto de presentar Volviendo, el jueves 19 a las 21 en La Trastienda (Balcarce 460). Este guitarrista treintañero, hijo del ya legendario bajista Vitico, criado entre los camarines de Riff, que a los 19 fue empujado arriba de un escenario por Pappo para que tocara junto a él y Black Amaya, que tuvo los roces más fuertes con su instrumento subido al bólido de Viticus, buscó también en la música una ruta que lo alejara de todo eso.

“Desde el primer disco, y antes siendo parte de Viticus, ya venía muy metido con lo instrumental. Nunca me interesó ser un guitarrista virtuoso ni hacer un solo estratosférico. Me interesa mucho más lo que puede generarse cuando para todos los instrumentos lo más importante es la canción”.

Entre las nueve canciones de Volviendo apenas pueden rastrearse un puñado de solos de guitarra. Es un disco en el que Bereciartúa se mueve como un incansable perseguidor de melodías. El trasfondo puede ser el de un blues lacónico, el vuelo de un country sureño, un boogie irreflexivo o una reposada tonada de folklore. Lo que crece desde cualquiera de esos escenarios es la intensidad de melodías que cobran fuerza en el espacio abierto para cada instrumento.

“Lo que quería era que cada uno tuviera su lugar y que nadie se pisara. Que no fuera un montón de gente tratando de ver quién era mejor que el otro. Un solo de piano que le contesta al Hammond, una guitarra que se mezcla con otra”, describe Bereciartúa, quien encontró su pasión por la música instrumental cuando era apenas un niño, y escuchaba una y otra vez el soundtrack de la película Encrucijada.

 “En el rock hay mucho ego, demasiado, y en el blues más todavía. Pero al ser independiente no tengo que estar midiéndome con nadie. Eso es lo bueno de las redes sociales: no necesitás de la televisión o de una productora para después entrar en un festival. De a poco vas construyendo tu propio canal”, explica.

Además de mantener una fuerte presencia en Instagram –donde sube cada día videos con arpegios suburbanos y fotos que se sacó con su padre, Pappo, Ron Wood o Keith Richards–, Nicolás Bereciartúa le debe a las redes sociales una de sus experiencias más transformadoras. En 2015, poco después de ganar el Premio Gardel a Mejor Disco de Artista Nuevo de Rock con Nico, subió a YouTube un video tocando la guitarra que llegó hasta Rich Robinson, fundador y guitarrista de The Black Crowes. Poco después recibió en su cuenta de Twitter un mensaje de Robinson invitándolo a probarse en su nueva banda.

“En la audición tocamos tres temas con acústicas. Me había aprendido 35 temas y solo tocamos uno de esos. A él le interesaba ver cómo respondía si me sacaba de ahí. Me fui a dormir pensando que había mandado cualquiera”, recuerda Bereciartúa. Al otro día le confirmaron que sería parte de la Rich Robinson Band y durante dos años giró por todo Estados Unidos y Europa tocando en más de ochenta recitales, sobre escenarios míticos como el Fillmore West o el Red Rocks Amphitheatre.

 “Fue loco ver cómo funciona la industria del entretenimiento allá -explica el guitarrista-. Tocás el lunes en un pueblito, un show temprano al que la gente va cuando sale del trabajo, y se llena. Así todos los días. Acá está muy instalada la cultura de que haya cinco bandas antes para que se venda más alcohol. Y tocás cuando la gente está quemada. Todo eso lo viví con Viticus y fue muy desgastante para mí”.

A fines de 2014, después de haber grabado cuatro discos con la banda liderada por su padre, Nicolás Bereciartúa le dijo que ya no iba a ser parte del proyecto, que necesitaba alejarse. Ese fue el camino que encontró para dejar crecer sus canciones. “No es fácil laburar con tu familia. Mucho menos en un ambiente que puede ser muy tóxico como es la música. Con Viticus tocábamos a las cuatro y media de la mañana, y las bandas de antes tocaban todos temas de Riff. Era demasiado. Yo nunca estuve copado con el reviente. Tendría que verlo más en el psicólogo, pero puede ser que para diferenciarme de papá”, dice Bereciartía antes de soltar una carcajada ronca y potente. “Los dos tenemos una personalidad fuerte y nos empezamos a llevar como el culo. Yo era una nube negra en los ensayos. Pero hoy ya sanamos la relación y estamos tocando con la nueva formación de Riff, que está funcionando muy bien. Lo que necesitaba era poder abrir el juego y tener mi propio proyecto”.

-En este nuevo disco incluiste algunas canciones con letras propias. ¿Por qué decidiste correrte un poco de la impronta instrumental que tiene tu música?

-Fue una cuestión intuitiva. En un momento había pensado en separar esas canciones, hacer un disco aparte, pero me animé a dejarlas y que fuera todo junto. Uno es muy crítico con lo que escribe, pero sentí que estaban bien. El disco tiene que ver con volver a mi lugar en el mundo, a mis raíces, pero con una experiencia y un camino propio. Y las canciones apuntaban a eso. La letra, por más abstracta que sea, es algo tan significativo en una canción que siempre te va a llevar a pensar en alguna cuestión puntual. En cambio la música instrumental te puede llevar a donde vos estás ese día: a un lugar nostálgico, triste o alegre. Eso es lo que más me atrae. Ahí hay un espacio mucho más grande para la imaginación.

-Si bien estás centrado en tu proyecto personal y en Riff, también sos el guitarrista de la banda estable que tiene el programa televisivo Nunca Es Tarde. ¿Cómo te movés entre esos dos mundos?

-Me pasó de tocar en el Fillmore West, donde estuvieron Zeppelin, Hendrix o The Grateful Dead, a volver y tocar “Cuando calienta el sol” con Carmen Barbieri, y no se me caen las medias. Es mi trabajo y estoy contento de ganarme la vida con mi instrumento. En el programa tocaba con Melina Lezcano, la cantante de Agapornis, y me decían “si te ve Pappo, te caga a patadas”. Pero venía de gente más preocupada por criticar que por disfrutar. Para mí Agapornis es una porquería, pero Melina es una mina re copada y los dos nos estamos ganando la vida ahí.

-¿En cualquier espacio se puede encontrar un hueco para la creatividad?

-Siempre trato de meter algo que sea mío, cada vez que agarro la guitarra. Ahí también. Hay otros estilos que no me gustan nada, como el trap, pero veo que hay talento también. Ca7riel es un músico de la puta madre, mismo las canciones que escuché de Wos. Creo que la música tiene que transmitirte y nada más. Tiene que dejarte pensando en algo. Y eso se puede lograr con algo tan simple como tocar dos notas. No necesitás que sea una cosa rebuscada, estudiada, sino que venga de un lugar sincero. Con las personas que lo hacen desde su propio sentimiento siempre vamos a estar en la misma.