Por las tardes, el pianista y compositor Carlos “Negro”Aguirre sale a contemplar el atardecer en silencio. En Bajada Grande, el barrio de pescadores en el que vive, tiene el río Paraná a unos metros de su casa. “El paisaje incide en un montón de decisiones que uno no termina de hacer conscientes. Una ciudad con agua es muy distinta a una ciudad sin ella. Hay algo que va más allá del entendimiento, que tiene que ver con cierto temple que el agua tiene y genera”, dice el músico entrerriano con su voz calma. “Bajada Grande es uno de los barrios que iniciaron la ciudad, así que tiene mucho folklore en la forma de los vínculos. En las familias pescan desde las abuelas hasta los nietos”, grafica este autor e intérprete clave para entender la música litoraleña de la actualidad. Aguirre acaba de publicar La música del agua (Shagrada Medra), un trabajo en el que, justamente, abreva en el imaginario cultural y paisaje sonoro de la región en la que vive, que excede las fronteras políticas.
El disco, que presentará este jueves 19 las 20 en la sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151, gratis), recopila y recorre un repertorio de obras de autores de la región de todas las épocas que han abordado la poética del agua: desde Alfredo Zitarrosa y Chacho Muller hasta el contemporáneo Coqui Ortiz, compositor chaqueño. Un conjunto de preciosas versiones a piano y voz. Si bien en la obra del entrerriano el agua es un elemento que siempre aparece, la originalidad de este disco radica en su carácter conceptual. “Tiene que ver con un viejo anhelo de tomarme un tiempo dentro de mi vida para profundizar en la música de mi región. Más allá de que la he frecuentado, nunca me detuve con tiempo realmente a estudiarla, a recorrer obras de distintos compositores, que fue el trabajo que hice para este disco”, cuenta el pianista. “En el medio del baile me di cuenta que podía transformarse en un disco, pero de entrada no lo pensé así, quise más bien ponerme a estudiar”.
-¿Cómo fue este trabajo de investigación, recopilación e interpretación?
-Son autores que ya conocía en algunos casos, sobre todo a tres que menciono en el prólogo del disco: Ramón Ayala, Chacho Muller y Aníbal Sampayo. Son compositores que fueron muy frecuentados por mí. Con los tres, tuve la suerte inmensa de haber sido parte de sus registros fonográficos. Con esos tres nombres comenzó. Me puse a hacer una escucha pormenorizada y recorrí todo lo que había disponible. Recurrí a archivos de algunos de estos músicos y fui recabando la información para completar ese mapa que yo quería de cada uno de ellos. No soy un investigador, pero lo hago porque me encanta y me interesa enriquecer mi paleta musical. En esa búsqueda, empecé a encontrar aspectos recurrentes en sus obras, cuestiones que me interesaban como músico. La arquitectura de algunas canciones. Cosas técnicas y del lenguaje. Lo que hacen los acordeonistas de esta zona es muy especial y específico; hay un toque que no encontrás en otras músicas. Fue una etapa larga, arranqué en 2012. Y lo grabé en agosto del año pasado en el CCK. Y muy de puertas para adentro, salvo esas visitas a personas que atesoran discos e informaciones que yo no tenía. Obviamente tuve que hacer un recorte en el repertorio, algo que tiene que ver con la capacidad de tiempo de un disco. Y además algunas no se ajustaban tanto a esa idea de la música del agua.
-¿Y en este proceso encontraste algo que te sorprendió o que no conocías?
-Más que nada las canciones de autores actuales, como el Coqui Ortíz. En este caso, una canción junto a Matías Arriazu, "Leyenda". A ambos los conozco y admiro. Es una dupla potente. Por otro lado, Luis Barbiero, que es un amigo de Paraná, es flautista pero comenzó a escribir obras más de cámara. Conocía su musicalidad pero me sorprendió su faceta de compositor. Acá incluyo "Pasando como si nada", que tiene una búsqueda literaria original y propia. Después, otro músico que nunca me había detenido a escuchar su obra es Edgar Romero Maciel, un pianista correntino ya fallecido. Acá hago una versión de "Corrientes cambá", un chamamé de él junto con Albérico Mansilla. Después descubrí que esa dupla dio a luz una serie de canciones muy lindas y que incluso muchas de ellas yo las conocía pero no sabía que eran de ellos. Y una de las sorpresas más hermosas fue la canción "Pato Siriri", de Jaime Dávalos. Me gustó también tomar una canción de alguien que no nació en esta región pero que escribió maravillosamente con conocimiento sobre el río. Vivió unos años en Zárate y por ahí pasa un brazo del Paraná.
-¿Cómo fue el pasaje de estas canciones al piano y la voz?
-Por empezar, el desafío para mí era ver cómo traducir, de alguna manera, las rítmicas que nacieron más que nada con otra instrumentación: el rasgueo de la guitarra o el fraseo melódico del acordeón. Me tomé este trabajo con mucha paciencia. Fui primero escribiendo los distintos rasgueos y a partir de esa escritura intentaba emularlo en el piano. Fue una primera etapa medio rústica. Y en base a eso traté de traerlo a un lenguaje más pianístico, que no suene a una copia del rasgueo, algo que además es imposible. Hice una interpretación de la sonoridad de ciertos acentos, tiempos y compases. Traté de identificar distintas formas de acompañar. Entonces, generaba una textura y hacía muchas variaciones. Y dejaba eso escrito: cómo acompañar un chamamé, un rasguido doble, una chamarrita, una guaraña. Y a partir de esos padrones empecé a escribir los arreglos. Y, claro, también me fui soltando y destapando.
-Este disco está en sintonía con algo que venís desarrollando vos y autores como Jorge Fandermole: pensar la música más en territorios y regiones culturales, más allá de las fronteras políticas. Aparecen acá, por ejemplo, los uruguayos Aníbal Sampayo y Alfredo Zitarrosa, ¿Por qué te interesa atender este aspecto?
-Para mí es algo fundamental. Porque es una posición política esto de abrazar un concepto un poco más ancestral. Siento que la configuración de los países siempre está vinculada al poder económico, a las guerras, a nada de lo que el mundo trae en su naturaleza. En la naturaleza hay diversidad y cuando aparece la especie humana empieza a configurar el tema de la pertenencia, como los símbolos patrios. Algo que divide a la gente. Cada vez siento más absurda la necesidad de enarbolar un argentinismo a ultranza. Para que un símbolo patrio se fortalezca, aparece la idea del adversario, como alguien que quiere venir a robarte. Por eso, es una forma de ver el mundo y una posición política esta búsqueda musical.
-Venís de un disco muy distinto, Calma (2017), que era en formato trío, instrumental y con composiciones propias. ¿Sentiste la necesidad de mostrar algo más solista? ¿Y, tal vez, de cantar a través de otros?
-Sí, a veces uno se embarca en algunos procesos creativos sin una claridad total al comienzo, como que todo se va aclarando conforme uno va a avanzando en el trabajo. Lo primero que quise hacer es involucrarme más y profundizar en la cuestión del Litoral. Pero a medida que fui haciendo ese trabajo me gustó la idea de traducirlo en el piano, pero no me lo planteé de antemano. De manera paralela, con un quinteto de guitarras con el que vengo ensayando, empezaron a aparecer temas propios con ritmos litoraleños. Todo esto en lo que estaba abrevando para este trabajo de piano y voz inmediatamente me empezó a provocar e interpelar en mi carácter de compositor. Entonces, estoy desarrollando un repertorio propio que de a poco vamos montando con el quinteto, con la idea de grabar algo. Pero La música del agua surgió más como un laboratorio, por fuera de la idea de publicar algo o salir a tocar. Pero en un momento desembocó en este disco. No tengo apuro, disfruto los procesos.