Pocas películas en la historia del cine habrán tenido un sentido de despedida más obvio que Varda por Agnès, repaso de su carrera que la realizadora belga presentó en el Festival de Berlín en febrero de este año, un mes antes de su muerte. A los 90, la cineasta bicolor se sienta frente al público para comentar, con ayuda de secuencias de las películas y, en ocasiones, fotos fijas, una obra que precede a la nouvelle vague y llega hasta ayer nomás (la preciosa Visages villages, su último film propiamente dicho, es de 2017). Inconfundible, múltiple, desconcertante a veces, esa obra admite todas las duraciones, formatos y registros, yendo del corto al largo y al mediometraje, del documental a la ficción y del drama a la comedia. Desde el estrado y detrás de un escritorio (una presentación escasamente relacionable con su condición de innovadora y hasta creadora de dispositivos visuales), Varda recorre su obra no en sentido cronológico (eso hubiera llevado el tradicionalismo al colmo) sino a través de ligazones más o menos azarosas, que dan la sensación de producirse sobre la marcha pero están obviamente planificadas.
¿Un teatro, un público, un estrado, un escritorio, una expositora, proyecciones? ¿Qué es esto? Bueno, una película no es. ¿Cómo calificarla? ¿Clase magistral filmada, audiovisual didáctico, sesión especial del Club de Admiradores de Agnès Varda? Fuera del cine, el formato es muy usual: se le ofrece a un cineasta conocido una reunión de un par de horas con un grupo de asistentes, durante las cuales brindará algunos “secretos” de su obra, un detrás de cámara, una serie de anécdotas, ciertas pautas estéticas si está en condición de darlas. Inexpresables en términos cinematográficos, la televisión suele ser un medio más receptivo para esta clase de propuestas. De hecho, Varda por Agnès es eso, una producción para la televisión francesa, en dos partes de una hora. Ambas partes se llaman Causeries. Causeries 1 y 2. Género netamente francés, una causerie es una suerte de miscelánea literaria o periodística, escrita más para entretener inteligentemente que para una intervención intensa. Buena parte de la obra de Varda, la última sobre todo, admite ser considerada una causerie, de ahí la referencia.
La Causerie 1 tiene lugar en un teatro de aspecto convencional y revisa la primera parte de la obra de la realizadora. Hasta mediados de los 90, cuando fracasa con una película llena de estrellas, encargada para la celebración de los 100 años del cine (Las cien y una noches), y decide abandonar para siempre el cine de ficción. La Causerie 2 se ocupa tanto de la etapa documental que se inaugura con la maravillosa Les glaneurs et la glaneuse (2000) --su momento más popular-- como de ciertas formas creativas totalmente ignoradas en Argentina: Varda fotógrafa (antes de dedicarse al cine) y, sobre todo, Varda artista visual, especializada en instalaciones y creaciones multidisciplinarias. Para esta segunda Causerie la realizadora se presenta en un ámbito pertinente (el auditorio de la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo). Lo hace en compañía del Presidente de esta fundación, lo cual le da a la charla cierto incómodo aire “oficial”.
Dejando de lado que el medio más adecuado para ver esta producción es la televisión y no una sala de cine, no hay por qué negarle a nadie la posibilidad de despedirse de una cineasta que llegó a ser muy querida, asomándose de paso a obras tan poco conocidas como su corto sobre los Panteras Negras (1968), su borbotón pop (Lions Love, 1969) o su corto sobre el feminismo y a favor del aborto, que precede en 40 años las manifestaciones por el mismo tema en Argentina (Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe, 1975). Tanto como esos “secretitos creativos” mencionados antes, en películas como Cleo de 5 a 7 (1962), el documental Daguerréotypes, sobre los vecinos de la calle Daguerre, donde ella vivía (1976), Jane B par Agnês V, sobre su amiga Jane Birkin (1988) o Jacquot de Nantes, sobre su marido, Jacques Demy (1991). Varda por Agnès permite también asistir por primera vez a sus instalaciones sobre mujeres violadas, sobre olas de mar “entrando” a un salón de exposición o su homenaje a la papa, con setecientos tubérculos expuestos y ella disfrazada de patate.