A principio de los años ’90, el Ministerio de Asuntos Sociales de España realizó una importante campaña contra el racismo y la xenofobia. Su impacto se hallaba en las imágenes de referentes de las ciencias, el deporte y la cultura emplazadas en los espacios públicos. “¿Acaso te crees mejor que ellos? Para todos y todas un respeto”, interpelaba el pie de una fotografía de Lola Flores, Jorge Valdano, Albert Einstein y Stephen Hawking, entre otros.
Cada uno de ellos representaba un colectivo con determinadas atribuciones de esa persona, asociadas a elementos como su religión, su ascendencia o su género. Gitana, discapacitado, judío o sudaca aparecían como factores discriminatorios. La campaña hacía visible la discriminación a través de la decisión política de muy alto impacto que se basaba en inundar la ciudad con estas imágenes.
Si hablamos de discriminación, la lista de las características varia y se amplía: gordo, fea, pobre, puto, negra; resulta verdaderamente difícil hacer una enumeración exhaustiva, justamente por su carácter renovable. Comprender que un sujeto puede ser portador de múltiples características que habilitan la discriminación y que por lo tanto la legislación no debe ser rígida en la determinación de esas características protegidas, permitirá un salto en materia de ampliación de derechos. Un ejemplo claro es el de una mujer pobre, doblemente discriminada por cada una de sus condiciones.
Estamos acostumbrados a campañas segmentadas, que abordan de manera separada estas características y que por su propia dinámica, compiten entre sí. Para cambiar esta perspectiva, proponemos un abordaje ampliado y multidisciplinario de la discriminación, que comprenda la problemática desde un sentido integral, incorporando variables que no siempre son tenidas en cuenta como, por ejemplo, podría ser la situación de vulnerabilidad económica. La pobreza es un factor de discriminación en sí mismo, aunque no siempre se lo considere así y se lo asocie a otras cuestiones.
Es así que el punto de partida debe ser poner énfasis en las condiciones siempre cambiantes de la sociedad y entender que la discriminación se da a lo largo del ciclo vital de todos los individuos, permeando el día el día y sus actividades cotidianas.
La agenda de las organizaciones sociales y políticas de nuestro país ha demostrado que es necesario contar con un Estado presente y comprometido. En este sentido, el INADI debe tener un rol fundamental en la articulación de políticas integrales, en la investigación y elaboración de un diagnóstico claro sobre cómo opera la discriminación en la vida de las personas - desde por ejemplo, las trayectorias escolares hasta la posterior inclusión y posibilidad de progreso en el mercado laboral - y esencialmente y como razón de ser, un objetivo educador, preventivo y reparador, más que punitivo.
Se trata entonces de construir un futuro mejor para todas, todes y todos. Debemos poder escuchar y acompañar a los sujetos que son violentados por actos discriminatorios, pero también debemos intentar comprender qué hay por detrás del hecho que violenta. Superar las descripciones de los hechos aislados para poder indagar en los patrones o lugares comunes de esas violencias nos permitirá abrir la puerta a un futuro más justo. Sabiendo que si bien son los individuos quienes frecuentemente ejercen discriminación unos sobre otros, son las instituciones las que promueven, reproducen y cristalizan las desigualdades estructurales que hacen posible este ejercicio.
Un verdadero cambio cultural sólo será posible en la medida en que repensemos las instituciones y avancemos en la formación de sujetos éticos que contribuyan a un verdadero cambio cultural. Y esto debe hacerse a través de un diálogo abierto y constante con todos los actores de la sociedad. Como dijo el poeta cubano José Martí, “si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república”.