Bello sexo, matronas ilustres, mujeres amables, sexo encantador, delicadas limeñas, amable sexo, ninfas del argentino, sexo grato, Venus de ademanes expresivos, bella mitad de nuestra especie, preciosa parte de la humanidad. De todos estos modos nada inocentes de hablar de las mujeres a lo largo de parte de la historia argentina del siglo XIX da cuenta el libro Hijas de la Patria. Un texto que viene a develar, a reconstruir y a interpretar la vida y la imagen de las mujeres en los años que se inician con la Revolución de Mayo y hasta 1860.
Obras fundantes de nuestra literatura como el Facundo, Amalia o El Matadero y también autores ilustres como Manuel Belgrano, Juan Bautista Alberdi o Sarmiento, bajo la mirada de la profesora de literatura Florencia Elgorreaga, permiten revalorizar el rol de las mujeres en esos años, que ha sido mucho más activo del que nos muestran los libros escolares y la historia oficial, como es sabido.
Hijas de la patria. Mujeres, ideología y política en la literatura argentina (1810/1860), editado por Tren en Movimiento, tuvo varias décadas de maceramiento. “La idea del libro fue madurando lentamente, desde lejanas observaciones en la adolescencia, que me llevaron a pensar que la imagen y rol de las mujeres en la literatura romántica argentina que leíamos en el colegio era diferente a la que aparecía en las novelas románticas europeas. Después, con el progresivo aporte del feminismo y las teorías de género, la idea fue tomando cuerpo”, cuenta la autora a Pagina|12.
El libro aborda los discursos sobre el deber ser de esos años, sin caer en los reduccionismos. Muy al contrario de cualquier estereotipo fijo, leemos los matices de las figuras femeninas en cuestión. De hecho la propia autora se sorprendió “al confirmar la importancia que se le dio a la opinión de las mujeres en los primeros años de la Revolución de Mayo, visible en La Gazeta, en las obras de teatro y otros.”
Además profundiza en nuestra historia con perspectiva de género para entender algunas continuidades que podemos leer al día de hoy. Una de ellas por ejemplo, es lo que hoy conocemos como mainplaining, la necesidad de algunos hombres de explicarnos a nosotras mismas lo que somos o debemos ser. Se encuentra a lo largo de todo el texto, incluso en aquellos que tienen una mirada más progresista sobre el rol de las mujeres, este impulso de decir cómo deben ser ellas, qué lugar pueden ocupar y cuáles no. Los distintos sectores y actores políticos se disputaron la construcción del rol de las mujeres y su lugar en la sociedad. El temor al “desborde” de las mujeres estaba siempre latente o directamente dicho. En la introducción la autora rescata una cita muy valiosa que nos marca el camino de lectura. Allí se nos dice que la construcción de lo femenino y lo masculino en las distintas sociedades no ha tenido siempre las mismas características pero sí hay una constante, que siempre el trabajo que han hecho los hombres, fuese lo que fuese, era considerado importante.
La otra constante ha sido la subordinación de las mujeres. Pero, otra aclaración importante, no siempre remite a los mismos discursos, ni a los mismos argumentos. Por eso es interesante adentrarnos en ellos. Elgorreaga rescata del periódico Correo de comercio de Buenos Aires, solo días previos al 25 de mayo, una carta firmada por “la amiga de la suscriptora incógnita” que si bien reproduce un axioma del sentido común de las atribuciones femeninas (la mayor aptitud de las mujeres para enseñar y para desempeñar tareas de cuidados, basada en su sensibilidad natural) hace algunos planteos que sorprenden por lo adelantados: “no somos las mujeres menos aptas que los varones para desempeñar lo que se nos encargue”, “no queremos vivir eternamente condenadas a las cosas domésticas”. Manuel Belgrano retoma estas posturas, dice que es importante para la nación su labor pero… como madres y educadoras.
El libro indaga, por otro lado, sobre la aparición de las mujeres en La Gazeta, fundada el 7 de junio de 1810 por Mariano Moreno. Allí se observa “la convicción social acerca de la necesidad de su participación”. Las mujeres no solo donan dinero sino que entregan a sus hijos para “el servicio que estime la Junta”. También aparecen textos donde se les pide que actúen como mediadoras y exijan virtud patriótica a sus maridos. La autora destaca una visión “maternalista” de las mujeres en algunos textos, centrada en el papel de “guía moral rectora del hombre, al que se lo presenta como fuerte pero un tanto tarambana y dispuesto a todo para conquistar sus encantos”. Una perlita destacable es la sección Policiales del mismo diario, donde ya en 1812 aparece un femicidio: “se condena a la horca a Antonio Osores por haber muerto a su esposa María Leandra Rodríguez”. Y asoman también rasgos de una justicia patriarcal que justifica la violencia de un tal Florencio Herrera “por haber herido a su mujer y a una hija con una hachuela por un acto causal de torpe indignación”.
En algunas poesías la autora encuentra también abundantes preocupaciones morales sobre el accionar de las mujeres. Aparecen figuras menos visitadas como la “viuda pobre” que debe prostituirse para sobrevivir. También la de las “chinas”, a las que además del sometimiento por ser mujeres se les suma su sometimiento de clase, destinadas a ser sirvientas o placer sexual de sus patrones.
En La cautiva, Esteban Echeverría describe a las mujeres indígenas, destacando algunos universales en cuanto a la condición femenina: la “vigilancia tierna” y el “amor”. Pero Elgorreaga se detiene en María, dotada de valentía, fuerza e inteligencia para sobrevivir y rescatar a su amado Brian. Aunque en su complejo análisis nos recuerda que el motor de María y de esas otras mujeres retratadas por Echeverría es el amor –de pareja, maternal–. Siempre el amor para justificar las más grandes proezas.
La autora indaga también en las contradicciones del joven Alberdi, que exagera los defectos de las mujeres para corregirlos. La mujer “debe elevarse” para estar a la altura del hombre y acompañarlo, un hombre sin necesidad de perfeccionamiento. En Las bases su visión se cristaliza: “su instrucción (de las mujeres) no debe ser brillante”, “no ha venido al mundo para ornar el salón, sino para hermosear la soledad fecunda del hogar”. Nunca propondrá derechos civiles para las mujeres.
En Amalia de Mármol, ubicada en 1840 (año del levantamiento de Lavalle y la subsiguiente represión rosista, aclara la autora), los hombres encomiendan a las mujeres que participen a su lado en la contienda política y ellas lo hacen. “Los sucesos públicos no tienen sexo” dice Mármol, con marcados ecos del periodo revolucionario, nos explica la autora. Aunque también nota el límite en Mármol: para él, las mujeres podrán leer pero jamás ser escritoras.
–¿Cuáles son las conclusiones principales a las que llegó?
–Las principales conclusiones tienen que ver con la importancia que revistió, tanto durante el período revolucionario como durante las guerras civiles, la opinión y participación femenina. En segundo lugar, como algunos hechos, como la violencia doméstica, se prolongan a través del tiempo, y en tercer lugar, pero altamente significativo, como en la medida en que se institucionalizaba el país, las mujeres eran simbólicamente devueltas al ámbito doméstico.
–¿Cómo seguir profundizando en esta historia de las hijas de la patria?
–Posiblemente se podría ampliar el registro bibliográfico, puesto que para este libro se utilizaron deliberadamente los textos más conocidos o de autores más significativos, tratando de abarcar las imágenes femeninas, por ejemplo del norte del país. Si se quiere continuar con el hilo histórico, hay que complejizar mucho el tratamiento del tema, por muchos motivos: aparecen escritores no tan comprometidos con los hechos políticos, comienzan los procesos inmigratorios, y fundamentalmente (y paradójicamente) cuando el discurso hegemónico considera a las mujeres “reinas del hogar”, aparecen con fuerza las escritoras y su propia visión del tema.