La guarida de Willy Crook se balancea en un misterioso equilibrio entre el desparpajo y la elegancia. Es una habitación rocambolesca, a la entrada de su casa en Once, que funciona también como un aleph de su música y de su historia. Allí se amontonan guitarras relucientes sobre las paredes, un volante de un Torino del 68, una foto suya junto a Danny Ray -presentador de James Brown-, otra de cuando tenía 14 años y deambuló sobre un caballo durante una semana, un rifle, libros de Quevedo, Borges, Gurdjieff, Shakespeare, un exprimidor de carne para hacer jugo de churrascos, una flauta traversa, inmensas vainas de balas de cañón, un viejo tocadiscos. Sobre una mesa larga y repleta de hojas, los dos elementos que le dieron vida a Lotophagy, su último disco junto a los Funky Torinos: un diminuto órgano y una ajada versión de La odisea.
“Empecé en la intimidad de esta cartografía y con las pocas notas del controlador midi de 15 teclas. Después tuve la posibilidad de hacer cosas arriesgadas porque toco junto a músicos muy capaces con los que me une un gran cariño. Es la primera vez que armo una banda con la que me tomo en serio. Eso me genera un particular buen estado de ánimo”, dice Crook acerca del origen de su nuevo disco, que presentará hoy a las 20 en el Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151), con entrada libre y gratuita.
Lo que llegó después de esas melodías iniciáticas fue la mitología. “Los Lotófagos son una nación con la que se encuentra Ulises en su vuelta a casa, después de pasar por Cirse y las sirenas. Su comida favorita es la flor de loto, que provoca el olvido perfecto. Ese néctar tan deseado por los amantes despechados. Él los sube al barco a patadas, 'hasta que se les pase el olvido'. Pero como mi memoria ya va en ese rumbo, antes de que llegue el olvido les mando este tributo, este pedido de asilo”, dice Crook.
Lotophagy se trata de diez canciones vertiginosas y exquisitas a las que Crook les pone su voz, las guitarras y el saxo; canciones que se mueven entre la sensualidad y la rudeza del acid jazz y el funk que viene cultivando desde hace más de veinte años. Es el undécimo álbum de un “botecito psicodélico” personal que zarpó empujado por los vientos que agitaban a las bandas en las que se formó como músico: la intensidad de Los Redonditos de Ricota y la lisergia de Lions In Love.
“Mi cuna de rock es indiscutible y también mi promiscuidad mental con el estilo”, asegura. “Me encontré con el jazz y lo tomé como un camino de búsqueda, de improvisación, que es algo que hoy falta. Ahora se trata de empatar, o de sumar likes. Pronto van a elegir los gobiernos de esa manera. Miles Davis dijo hace mucho tiempo que el que no se equivoca no busca nada, y eso dio pie a que un montón de cretinos como yo saliésemos a buscar la música”.
Su camino trashumante lo llevó a despedirse de Los Redonditos de Ricota cuando empezaba a ganar dinero, a naufragar una y otra vez por Europa, a experimentar con todas las sustancias en ese intento por expandir la conciencia -“hasta que aprendí que tenían fecha de vencimiento”-, a compartir la música con Miguel Abuelo, James Brown, David Bowie, Luca Prodan, Charly García, Andrés Calamaro, Pappo, Daniel Melingo y la Mona Giménez. “En mi ranking admiré y despedí a todos. El valor de esto no es como el de un ejército que se mide por el más cobarde o el más valiente. Solo se puede medir por la autenticidad, por el magnetismo”, asegura Crook sobre esos “hombres notables” que lo nutrieron.
El lado B fueron los oficios terrestres: colocador de pisos, limpieza en una morgue, loro gigante en el programa televisivo 360. Todo para ver, plomero y “engordador” de tomates en París. Todo se fue amalgamando en un hombre que es considerado “el emperador del funk y el soul en la Argentina”, como lo definió el ingeniero de sonido Mario Breuer, quien se encargó del mastering de Lotophagy.
“Conozco gente que le pone mi música a las plantas, gente que opera, gente que escribe, que estudia y sobre todo gente que hace el amor con mi música. Valoro mucho eso porque hago algo 'anticomercial'. Mis canciones no van a ser cantadas en las canchas, que es algo que agradezco. A los que le gusta mi música es porque la disfrutan, que son los verdaderos dueños de la música”, dice Crook. “También la disfruto mucho, pero estoy lejos de considerar que yo lo hago. Hay temas que hice y me encantan, pero las cosas que uno hace son los asados. No me asocio con el proceso creativo. Se trata de estar atento a que la música te preste atención”.
-¿Cómo funciona en la música ese vínculo complejo entre la autenticidad y la popularidad?
-Entre lo popular y lo artístico existe la misma frontera invisible que hay entre el sexo y el amor. No sé qué es lo que te hace auténtico, pero es parecido al espíritu, al alma. Lo que sé es que unos lo tienen y otros no. Si no tenés el "como qué", no pasa nada. Da igual que toques con la camiseta del Che Guevara en la tumba de Atahualpa Yupanqui o pases música electrónica. Si tenés "eso", no importa la herramienta. Y uno se da cuenta quién lo tiene y quién no. Somos un pequeño ejército, una minoría que se da cuenta. Escuché una canción de Alejandro Sanz que lo tenía y después se perdió. Hay gente que tiene un acierto y luego nada más. Después están Pink Floyd, AC/DC, Vinicius de Moraes o Javier Martínez, que lo tuvieron siempre. Nuestro filtro es muy fino, caprichoso y fascista. Los libres somos muy fascistas, juzgamos de intolerable a mucha gente. Es algo que ya escribió Oscar Wilde en el prefacio de El retrato de Dorian Gray: “Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo”.
-¿Escribir o tocar “bien” tiene que ver con el dolor que se adjudica a los artistas?
-Nunca vi un poeta muy bueno que sea feliz. Está relacionado que tengas algo que decir con los padecimientos que te otorga la existencia humana. El tipo feliz y más estéril en su escritura que conozco es José Narosky. Seguro que es feliz por lo mal que escribe. Pero no creo que alcance con el dolor; si no, mi vieja que creció laburando desde los 13 años podría hacer mejor poesía que yo. En este momento, el país es una mierda: gente que no puede comer, que no tiene salud. Entonces debería haber un 40% de poetas en la Argentina y no de pelotudos que votan cualquier cosa. Si nos aferramos a eso estamos agarrando una pequeña porción del asunto. Estamos hablando de algo más grande. Cuando entré a los 18 años a Patricio Rey, ahí se hacía lo que decía Skay, que me parece perfecto. En el arte, la democracia no existe. Una idea se respeta por todos. Es uno al volante y cinco asientos. Cuando el que maneja estacionó, ahí vemos. Pero primero aprendé a viajar en ese auto. Si no, frustrás el sueño del soñante. Una vez que se aprende, se abre la puerta para salir a jugar. Pero primero aprendete la porquería que yo soñé.
-¿El dinero siempre va en contra de ese sueño?
-Spinetta decía que la libertad es a nafta. Es casi una prerrogativa del artista no tener dinero. Y necesitás dinero hasta para escribir en un cuaderno. En el contrato invisible que nunca firmamos con el arte, la palabra fácil no figura. Está muy entablado porque estamos haciendo lo que queremos en un mundo muy hostil y corrupto: desde los políticos hasta los ríos. Tú sabes. Eso es poder y dinero. Los artistas somos los extraviados, incoherentes, que no estamos buscando eso. Lo único que buscamos es que alguien entienda lo que hacemos.