Un hombre acostado en un sofá, excéntrico en su forma de vestir, casi como un Johnny Cash delgado y teñido de negro, filma a un hombre mayor que lo increpa para que deje la casa del padre. Ese hombre mayor acusa al que lo está filmando —que tendrá unos 63 años— de no elegir un lugar propio en donde vivir. El primero, sin dejar de grabarlo, más como un recurso legal que deviene en documento audiovisual para los directores de The Unicorn, dice que esa casa es el lugar en donde él quiere estar.
¿Cómo llegaron sus realizadores a estar metidos en la disputa legal por una casa? No eran los intereses de Isabelle Dupois, co-directora junto a Tim Gerahty de este documental estrenado en el último Bafici, por el que obtuvo un premio a mejor película extranjera. En el año 2005, ambos querían hacer una película sobre la escena musical en las afueras de Nueva York. Buscaban en los bares alejados de Manhattan alguna historia oculta que los llevara hacia una gema musical ignorada, uno de esos músicos o músicas sepultados que deben subsistir en la ciudad más grande del mundo, que como en un relato de John Cheever los atrajo ofreciéndoles espejitos de colores y los largó a la calle con promesas incumplidas.
Por intermedio del DJ de una radio gay, entraron en contacto con la música de Peter Grudzien, que, por aquellos años, comienzos de los 2000, gozaba de cierta revalorización. El músico se paseaba con sus camisas floridas y sombreros de ala ancha, botas tejanas y jeans ajustados, por los bares drags del barrio de Astoria, y tocaba algunos clásicos de música country al mismo tiempo que volvía cada tanto a alguna de sus 600 canciones. Aseguraban que ya no cantaba igual pero había sido de una gran influencia en la comunidad gay, sobre todo en el country, una música de fuertes cimientos puritanos y conservadores, al poner en sus letras frases como “todo el mundo debe ser gay”. Grudzien había sido pionero en escribir letras abiertamente gays, llenas de metáforas medievales mezcladas con referencias a los barrios de los trabajadores de Nueva York, como el mismo Astoria.
Descubrieron que Peter Grudzien había sacado un solo disco en su vida titulado The Unicorn, en el año 1974. Al escuchar su voz suave y melodiosa, y su forma de tocar la guitarra con los rígidos staccato combinados con elementos psicodélicos y cintas electromagnéticas en letras trippie —que lo llevaban a las antípodas del folk psicodélico, una mezcla del Johnny Cash más duro con el universo fantasy de David Bowie—, entendieron que había una historia para contar. Resultó ser un tipo accesible y deseoso de conocer gente que quisiera grabarlo. La primera vez que Dupois se juntó con él fue en una cafetería del barrio de Astoria, contó la realizadora a la revista Billboard. “Era un día frío de invierno y después del café me invitó a su casa. Terry, su hermana gemela, nos estaba esperando la parte de arriba de las escalinatas”.
Lo que comenzó como una visita de ocasión a la casa de un músico olvidado, terminó por ser el registro de una desintegración familiar. Durante dos años, 2005 y 2007, anunciados en la placa de inicio del documental, Dupois y Gerahty se presentaron sistemáticamente (podríamos decir, sintomáticamente) en la casa de los Grudzien. Registraron en un rasposo digital, con un estilo muy del cinema verité, la decadencia de una dinámica familiar. Como si fuesen tres islas, partiendo a la deriva en un océano de reclamos, padre, hijo e hija, vivían en absoluto caos, gobernados por los desechos del pasado, entre máquinas de grabación, caños rotos, blisters de medicamentos para la esquizofrenia, comida tirada por el piso, y cajas de discos. Cada uno en su propio espacio, apenas hablándose entre sí, su mundo se circunscribía a la espera de la muerte del otro.
Así, los directores entendieron que Peter, a una edad muy temprana, había sido sometido a terapia de electroshock, una práctica muy común durante los años 50 y 60, que se aplicaba a los homosexuales, considerada en esos años como una enfermedad mental. Que su hermana, diagnosticada con esquizofrenia, había deambulado por distintas instituciones de sanidad mental para aplacar el hastío que sentía al ver su reflejo en un espejo, y se pasaba los días en la puerta de su casa a la espera de un buen partido que quisiera casarse con ella y la quisiera a pesar de las consecuencias nefastas que la cirugía estética tuvo en su cara. Ese mundo es el que camuflado, a veces más, otras menos, se lee en las letras del disco The Unicorn.
En los reproches de las conversaciones y las charlas aisladas, los directores entendieron que Grudzien inició una prolífica carrera como director de arte en una agencia de publicidad, pero en lugar de abandonar la casa paterna para perseguir una vida burguesa más o menos convencional, Peter se quedó ahí y levantó paredes invisibles como trincheras, se atiborró de guitarras, teclados y mezcladoras, y grabó su único disco. Si bien siguió grabando y produciendo canciones desde su búnker, nunca más pudo materializar otro disco. Qué fue lo que pasó es algo en lo que el documental no pretende ni quiere indagar.
Sí se rinde al devenir del tiempo y el montaje se apoya en esa sucesión de hechos irremediables, hasta convertirse en una elegía visual. Ahí radica el hallazgo de una película como The Unicorn: en no hacer de la vida del músico una loa al redescubrimiento (no hay acá lugar para la épica al estilo Searching for Sugar Man), sino que sus hermanas gemelas protagonizan una cruza entre Crumb de Terry Zwigoff —el documental sobre la familia distorsionada del historietista Robert Crumb atrapada en la ciudad de Baltimore—, y Grey Garden, la obra maestra de los hermanos Albert Maysles y David Maysles, sobre la tía decadente de Jackie Kennedy y su hija, en la costa este del acomodado barrio de Hampton.
Todas se centran en espacios asfixiantes, en vínculos atorados, y en el destrucción paulatina de la casa familiar. Pero también, en esa forma obtusa y obstruida, los directores logran capturar momentos de belleza cinética; como los hermanos mirando una película juntos, las reflexiones sobre la vida del padre, la primera vez en la que Peter se reencuentra con un demo que creía perdido. Como dice el propio cantautor, en la letra de la canción “The Unicorn”: “La primavera está otra vez en las calles y demasiadas estaciones han pasado/ nos movemos para vagar y examinarnos/ esperando encontrar/ alguien casi ciego”.