Costó, el proceso no careció de la masticación de arena y bilis, pero la prensa del régimen asumió definitivamente que su golden boy de ojitos azules tiene la nariz torcida y, lo que le resulta mucho más insoportable, que está definitivamente de salida y será escupido por la historia. Durante los primeros años posteriores a diciembre de 2015 a esa misma prensa le gustaba regodearse con la idea de “kirchnerismo residual”, no habrá en cambio un “macrismo residual”, la fuerza se desintegrará a la velocidad del rayo. Y ni hablar si no consigue atrincherarse en su plaza de origen. Para los más conspicuos es doloroso, algunos hasta se enternecen con la figura del líder en decadencia aporreado por la sociedad, pero ya no hay nada que hacer.
El fracaso no es sólo práctico, no es sólo la profunda y persistente crisis desatada a partir de los primeros meses de 2018, también es conceptual. Para evitar salir eyectado del poder el cambiemismo se ve obligado a tomar todas las medidas que vilipendió, desde cesaciones de pago unilaterales, a controles de capitales y, horror, expandir la base monetaria. Nobleza obliga: ¡menos mal que no muere con las botas puestas! Siempre es una buena nueva que se intente, aun en beneficio propio, mitigar tanto daño. Lo que se lee como “bajar las banderas” es en realidad la muestra más palmaria de que las banderas del macrismo no servían, al menos para los fines que decían perseguir. No son pocos dentro de la propia fuerza quienes asumen que si algunas de las medidas clave post 11 de agosto se hubiesen tomado a tiempo, como por ejemplo frenar la suba de combustibles, obligar a liquidar exportaciones y algún cuidado de los dólares escasos, el panorama electoral del presente sería radicalmente –en el buen sentido de la palabra– distinto.
Pero si bien el macrismo recibirá pronta sepultura no ocurrirá lo mismo con el bloque histórico que lo sustentó. Los más hábiles y los menos pudorosos, que no son necesariamente los mismos, ya comenzaron a reciclarse. Desde economistas que hasta ayer nomás se fotografiaban con Javier Milei a periodistas fanatizados y no pocos empresarios, incluidos dueños de medios de comunicación. Nadie como el poder económico asume tan rápido que “a rey muerto, rey puesto”. Pero el poder real sigue allí, no sólo no decayó, sino que en estos años se hizo más fuerte. Son los ganadores del modelo que ya se preparan para transitar la nueva época. Sus banderas son las únicas que nunca bajan y sus demandas, eternas.
A diferencia de lo que le tocó vivir a Néstor Kirchener, a Alberto Fernández nadie cometerá la torpeza de llevarle un pliego de condiciones. Pero las condiciones le son recordadas a diario. Nadie desconoce que la administración de Mauricio Macri dejará la economía en estado calamitoso, con obligaciones de deuda impagables en los plazos establecidos, con riesgo cierto de hiperinflación, destrucción del mercado de trabajo y hasta en emergencia alimentaria. Son hechos, están a la vista, los publican los diarios e incluso, ya casi no se asiste a la lucha por interpretarlos. De lo que se habla menos abierta y explícitamente es del principal logro del macrismo, la reconstrucción de los lazos de la dependencia de largo plazo, la destrucción sistemática de las funciones del Estado, la pérdida de grados de libertad de la política económica, el recorte global de salarios.
En este espacio se reseñaron en tiempo real las consecuencias persistentes que tendrían todas y cada una de las políticas económicas tomadas desde 2015. La prensa hegemónica se encarga ahora de recordarlo a modo de advertencia. Al candidato del Frente de Todos le sugieren que nombre ministros con el mandato implícito de dar señales “amistosas” a los mercados. Le recuerdan que no debe enojar al FMI, porque es el único que, si se porta bien, podría financiarlo. Los costos de la rebeldía, dicen, pueden ser altísimos, por ejemplo la hiperinflación derivada de la falta de dólares para sostener el nivel del tipo de cambio sin restricciones. Le adelantan que acordar con el Fondo significará seguir sus condicionalidades, es decir instrumentar las políticas económicas deseadas por los poderes locales y globales. Le advierten que necesita dólares para desarrollar Vaca Muerta porque, valga la redundancia, necesita dólares y, en consecuencia, no sería muy atinada esa idea loca de desdolarizar tarifas y combustibles. No sólo eso, las tarifas estarían “atrasadas”.
En materia de política exterior le proponen que no olvide que el régimen de facto de Jair Bolsonaro será su enemigo porque osó considerar que Lula, el principal líder opositor encarcelado para que no gane las elecciones, es un preso político. También que Estados Unidos espera que se manifieste categóricamente en contra de Maduro, es decir que se subordine a la política exterior para el patio trasero.
Fernández, en suma, debería demostrar que no es Fernández de Kirchner. Y además hacerlo de manera contundente, sin medias tintas, porque Trump es un señor muy simple y maniqueo que no entiende matices, igual que “los mercados”. En pocas palabras, le proponen al futuro presidente que asuma el imperativo de ser un nuevo Macri, con bigote recuperado, un poco más gordito, pero menos torpe y con la capacidad extra de disciplinar a la bestia negra del peronismo en general y al fantasma de “La Cámpora” en particular. Nada de locuras.
Bien mirado, el pedido expresado por los voceros del poder económico es que Fernández no siga el mandato popular. La sugerencia es que si lo hace gobernar le será mucho más fácil y armónico, no tendrá la necesidad de enfrentar el desgaste cotidiano de los medios y la Embajada operando en su contra. El detalle es que existen dos contrapartidas. La primera y principal es que el conflicto social que se deriva de la inmensa transferencia de recursos desde los trabajadores al capital provocado durante la era macrista fue institucionalmente contenido por la esperanza en el cambio de gobierno. Si el nuevo gobierno no cambiase de rumbo este conflicto se agudizaría socavando más o menos rápidamente su legitimidad política. La segunda es macroeconómica: para incluir hay que crecer y para crecer hay que incluir. Se crece por demanda y para ello hay que aumentar salarios, lo que supone algunas rupturas inevitables con el orden deseado por el derrotado neoliberalismo extremista.