Donna Haraway es una primatóloga destacada por sus aportes a los estudios feministas de la ciencia, la teoría queer, los estudios trans y las relaciones que habitan esa entidad geofísica que llamamos Tierra. Su trabajo nos lleva desde la caza de osos (recomiendo El patriarcado del Osito Teddy a tode aquel que ostente un retazo de peluche artificial en su hogar) a la cultura visual del feto pasando por perros, viajes espaciales y una decidida influencia de los feminismos negro, lesbico y chicano.
Haraway acaba de publicar al español Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno. Como bien sintetiza su traductora feminista, Helen Torres, este libro contiene la potencia explosiva que en su momento caracterizó al Manifiesto para Cyborgs (1984), un texto que le valió reconocimiento internacional al envolver múltiples resistencias colectivas, la “elevada” escritura académica, prácticas artísticas e incluso, recientemente, las pasarelas de Gucci.
En el Manifiesto, la bióloga cuestionó los cierres identitarios y las taxonomías binarias que caracterizan la percepción moderna articulada a través de la visión. Propuso la figura del cyborg como nuestra condición, extendida pero diferencial, de finales del siglo XX: híbridos quiméricos nacientes de un escenario, argumenta, en el que las categoría cultura y naturaleza, maquina y organismos, hombre y mujer han sido digeridas tecnológicamente. Sus cyborgs no se deben a una “matriz unitaria”, una esencia, base de lo que cuenta como mujer o gays o incluso humanos sino que insisten en la conexión, un impulso que caracterizará toda su posterior obrar. ¿Por qué los límites de mi cuerpo deberían coincidir con los de mi piel? puede leerse en uno de sus párrafos.
A comienzos de siglo, Haraway sugirió que el cyborg se presta más a los futurismos posthumanistas que a su interés por indagar cómo nos relacionamos junto a otras entidades en un aquí y ahora. Ella se orienta a las historias con los perros y lanza un nuevo manifiesto, ahora proponiendo a las “especies compañeras”. Aquí su feminismo se derrama hacia otras orillas, abriendo la pregunta sobre cómo nos vinculamos junto a otras entidades no humanas y explorando las implicaciones que supone tal “otredad significativa”. Lo queer - como lo deshilvanado de normas, lo extraño que nunca puede ser del todo capturado- es llevado no ya al género ni a la sexualidad sino a la especie humana: no existe “la especie”, nos hacemos especies junto a otras, nos tornamos entidades multiespecies. Mientras narra los modos en que envejece junto a su perra, Cayenne, Haraway hace un llamado a crear nuevos parentescos, no necesariamente entre humanos. Pero,¿Cómo podríamos cultivar modos de vivir y morir bien juntes? (la indecibilidad multiespecies de la “e” importa y mucho)
Tiempos de genocidios, exterminios y extinciones
En Haraway la pregunta por el modo en que las criaturas cohabitamos se sitúa ante el Antropoceno, la entrada a una nueva etapa geológica caracterizada por la destrucción del Planeta causada por la actividad capitalista-depredadora de algunos humanos. Llama “Chthuluceno” a un espacio-tiempo en el que la regeneración y la sanación parcial pueden ser tentacularmente posibles. Los tentáculos en Haraway figuran el con-tacto, volvernos unx junto a otrxs, un modo de producir saber a partir de la articulación y la posibilidad de crear respons-habilidades, habilidades para responder ante una Tierra que necesitamos pero que no nos necesita. Seguir con el problema trata sobre un esfuerzo por no entregarnos a un apocalipsis fatalista porque aún permanecemos vivas, nos hacemos y deshacemos en poderes tentacularmente destructivos y regenerativos.
Las políticas feministas- LGBTIQ+ son invitadas aquí a revisar el modo en que fracturaron su vínculo con la naturaleza, sea lo que esta sea, al articularse sobre una narrativa humanista esforzada en alejar a las mujeres de la “hembra” o la sexualidad no reproductiva del “estado de naturaleza salvaje”. Y Haraway va más allá: la superpoblación humana estimada para finales de siglo debería ser una preocupación para cualquier interesade en politizar la sexualidad. Si bien no existe una única receta ante el colapso ecosistémico, aquí aparece su escandaloso llamado a generar parentescos extraños, multiespecies, así como rituales celebratorios para quienes eligen no traer descendencia al mundo. ¿Podrían los viejos parentescos de cuidados travestis, el bucle marica de Tía-sobrinas e incluso la la adopción homoparental releerse, inesperadamente, dentro de este llamamiento?
A lo largo de sus páginas Haraway afirma que no es postfeminista ni posthumanista, sino una compostista. Una criatura pronta a volverse compost e interesada en cultivar respuestas. Toda su labor no deja de interrogar cómo volvernos más mundanas, esto es, cómo este mundo podría volverse más habitable. Estamos ante una bruja caracterizada por una punzante escritura rococó-blasfema que entrelaza saberes científicos y ciencia ficción. Imposible no girar la mirada. Tentacularmente tuya.