“Y ahora que vivió casi un siglo entero, ¿quién es Christiane? ¿La muchachita que nació en un suburbio de París en el prólogo de la guerra? ¿La que se fue de su casa a los 15 años poseída por el gen de la aventura? ¿La becaria de Bernardo Houssay? ¿La que fundó la sección de Leucemia Experimental? ¿La que parió cinco hijos y cambió pañales y tejió escarpines y perdió el olfato y fue esposa y madre y abuela y bisabuela y crió hijos como crió ratones…?”, interroga la joven actriz y cantante Belén Pasqualini en Christiane, bio-musical científico que marca su auspicioso debut como dramaturga. Donde además de aportar pluma, pone cuerpo y voz como protagonista total de un unipersonal que vuelve sobre la inspiradora vida y obra de su abuela: Christiane Dosne de Pasqualini (1920), doctora en Medicina Experimental, investigadora científica especializada en leucemia e investigadora del Conicet. A quien, dicho sea de paso, no le tembló el pulso cuando realizó su primera autopsia a la tierna edad de 18 allá en los 30´s, ni le trepidó la voluntad en las sucesivas décadas cuando, a fuerza de empeño y talento, devino figura central en la investigación del cáncer de nuestro país. 

Francesa criada en Canadá y argentina por adopción, la descollante CDP fue la primera mujer que integró la Academia Nacional de Medicina (la segunda entraría 16 años después, en 2007), y a ella rinde emotivo tributo su nieta, munida en escena de un mameluco azul que -ninguna casualidad- recuerda a la icónica Rosie la remachadora. Bajo la atenta dirección de Dennis Smith -que da al texto notable ritmo, dinámica-, Christiane estrenó recientemente en el ciclo “Una voz” del Cultural San Martín, y permite a Belén sacar a relucir sus habilidades todas. Por caso, su faceta como compositora (tiene dos discos, “Rulera” y “Mudar”), como intérprete vocal (soprano dramática, se formó con Susana Rossi, Roxana Amed), como actriz (aunque de extensa trayectoria en teatro musical en piezas como Despertar de primavera, Forever Young y Sweeney Todd -donde su rol de mendiga le valió el premio ACE a revelación femenina-, también ha trabajado en obras de texto como Noche de Reyes, de Jorge Azurmendi, o Los Áspides de Cleopatra, dirigida por Guillermo Heras). 

Así, mientras hoy día cranea nuevo LP y compone a la fantasmal hija de Pepito Cibrián en Lord, espera con ansias los domingos para ponerse en la piel de su abuela, a quien -con sobrados motivos- siempre consideró una superheroína, como cuenta a continuación…    

 

¿Cómo surge la idea de rescatar la historia de tu abuela, científica e investigadora pionera?

–En principio, pude abstraerme de nuestro parentesco, entendí que más allá de ser mi abuela, era un personaje sumamente teatral. Con su historia, me regalaba la piedra de escultor sin tallar; y yo, puliendo, pude rendirle un pequeño homenaje que es además un homenaje a toda mi familia. Entonces empecé a humanizar a esta mujer superpoderosa, a quien de chica llamaba mi heroína en el primario, y bajarla de ese Olimpo distante. En cierta manera, completé una suerte de círculo donde convertí a mi heroína inmortal en un ser de carne y hueso para luego, a través del teatro, volver a inmortalizarla. También pudo haber sido una excusa para pasar más tiempo juntas. Somos 17 nietos y de niña me era difícil llegar a ella al ser una persona con una vida tan activa, alejada de esa figura convencional de abuela que te malcría y lleva de paseo. 

Te llevaría, al menos, al laboratorio…

–Bueno, una vez fuimos a visitarla con mi hermano a la Academia Nacional de Medicina, y vimos cómo abría un ratoncito. Mi hermano, que tenía 12, se desmayó. Yo, 15 en aquel entonces, quise ver qué pasaba. Y al día de la fecha tengo fresca la imagen del pobre ratoncito crucificado en la barra de metal, mientras con una pinza de depilar le levantaban la piel y luego otra piel y ahí nomás aparecían todos los órganos. Una cosa increíble. Me acuerdo del olor, en verdad muy fuerte… 

En la obra, hacés referencia a ese olor que acompañó durante añares a tu abuela; en cierto modo, un símbolo de su entrega al trabajo. 

–Es que, efectivamente, ella perdió el olfato; así que además de ser una figura simbólica, es un dato objetivo de la realidad. De tanto trabajar con criaderos de ratones, se le atrofió ese sentido. Pero no importaba; en pos de la tarea, había que dejarlo todo.  

Una de las canciones originales que compusiste para la obra se llama “Oda al ratón”, donde entonás cómo -de toda la fauna existente-  nada se compara al petit roedor. 

–Si el homenaje era mío tenía que haber música, porque para mí, antes de cualquier religión, está la canción. Lo que sucede con el ratón es que es un animal que tiene una capacidad de reproducción muy veloz en relación a otras especies, y da muchas crías. Entonces permite que el seguimiento del experimento sea bastante más expeditivo que si se hiciese, por ejemplo, en cobayos, sapos o ratas, animales que también se han utilizado mucho para pruebas científicas. De todas formas, hay algo plasmado en la obra, y es su amor por esos ratones. Hay un vínculo, una unión entre investigadora y objeto investigado, y un conocimiento implícito de que se trabaja para un bien mayor, que los supera a ambos. 

Abrirse camino en un ámbito predominantemente masculino en los 40 y 50 no debió ser tarea fácil ¿Alguna vez te hizo mención acerca de las dificultades que debió sortear como mujer científica?

–Nunca estuvo concentrada en otra cosa que el porqué de que una célula sana devenga enferma; ese motor la fue llevando. Era una trabajadora full-time que seguía a su tutor (Houssay, Nobel de Medicina) y a su hambre voraz por saber. Buscaba la verdad, el inicio, el por qué, frente a un horizonte que se corría -que se corre- todo el tiempo… Porque como ella dice, lo que hace el investigador es agregar un granito de arena a la gran catedral del conocimiento. Evidentemente hubo un factor suerte en su historia, pero siempre motorizado por su pasión, por una fuerza descomunal que la volvía una auténtica topadora. 

¿Dirías que esta heroína, tu diosa del Olimpo, devino figura matriarcal en el clan Pasqualini?

–No particularmente. En la casa, por ejemplo, la opinión de Christiane nunca iba por encima o en contra de la de Rodolfo; y cuando existía una discrepancia, ella le decía a sus hijos: “Si quieren escuchar lo que realmente pienso al respecto de tal o cual tema, vengan a verme a la Academia”. Aunque era extrovertida, exuberante, se enamoró de este hombre sereno, con temple y un mundo interior muy grande, aunque estructurado, celoso, conservador en sus formas, once años mayor que ella. Y ambos hicieron concesiones, una especie de acuerdo: ella le pidió que nunca se interpusiera en su carrera, que no le pusiera piedras en la rueda profesional; él le pidió que vivieran en Argentina… 

También quiso Christiane mantener su apellido de soltera y ¡nada de anillo de compromiso! En todo caso, un reloj pulsera.  

–Era de vanguardia mi abuela, y mi abuelo tuvo el suficiente amor y la suficiente apertura para bancarse los celos y dejar que brillara, mantuviese un ritmo profesional exigente, fuera esa mujer arrolladora con alma de líder. 

¿Tuvo Christiane oportunidad de ver Christiane?

–No en escena. Con sus 97 años, dice que ya es parte de su casa. Manda e-mails, habla de todo, apenas se levanta de la siesta empieza a relatar nuevos proyectos, nuevas ideas, pero ya no quiere salir. Vive ahí desde sus treintas, y bromea con que no sabe quién se va a caer primero: ella o la casa. Sí le alcancé el texto para que lo leyera, y su comentario inicial fue (con acento francés): “Belén, ¡esto es una caricaturización!” Una reacción más que comprensible: debe ser muy difícil verse plasmada en una obra… Ahora está contenta, incluso emocionada con la respuesta positiva del público. Debo decir que aunque haya dedicado su vida a las ciencias duras, se ha ido ablandando.~

Christiane. Un bio-musical científico se presenta los domingos a las 18 hs en el Cultural San Martín, Sarmiento 1551. Entrada general $130 en boleterías o en tuentrada.com. Ultima función: 5 de marzo.