Ocurre cuando suena el teléfono para una encuesta: la grabación comienza preguntando si quien responde es hombre, o es mujer. No hay otra opción posible. En esta simple situación cotidiana, y en tantos trámites de cumplimiento obligatorio, la vida se propone como binaria: “Serás hombre o serás mujer, o si no, no serás nada”. La Ley de Identidad de Género, sancionada en 2011, dice sin embargo otra cosa: concretamente, que todas las personas tienen derecho a que su identidad de género sea reconocida según su propia vivencia, y que esta puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento. Sobre esta ley de avanzada --y sobre una sociedad que avanza-- muchas otras chocan volviéndola de imposible cumplimento. Pero otras puertas se abren, a medida que distintas instituciones y organismos públicos transforman sus registros en no binarios, a partir de la demanda social por hacer valer derechos. Y en los mejores de los casos, de cambios en las propias instituciones, atentas a estos derechos.
El Instituto Nacional de la Música (Inamu) anunció recientemente un cambio que vuelve a la institución pionera en la materia. Su Registro Único de Músicxs tiene ahora tres casilleros: Femenino / Masculino / Autopercibido. La iniciativa fue comunicada bajo una consigna de tan simple enunciación como compleja implementación: “Tu identidad, tu derecho”. La institución debe validar posteriormente los datos ingresados en el Registro Nacional de las Personas, de carácter aún binario a priori. Y la Ley de la Música, de 2012, habla de “Músico”, con O, con lo cual aclaran que no es una solución definitiva, pero sí un paso importante como posicionamiento. Sobre todo hacia algunos de los mismos músicos y músicas que resisten la iniciativa, o responden de manera irónica, entre el desconocimiento y los planteos retrógrados. Más allá de la letra de la ley, los cambios nunca son automáticos, ni fáciles, ni obvios. Para llegar a este registro no binario, en el instituto atravesaron distintas instancias de capacitación, ante demandas de la comunidad de músicos, que abrían interrogantes para los cuales no tenían respuestas.
Los registros civiles de distintas provincias también están transformando sus registros en no binarios, ante demandas de ciudadanos y ciudadanas. El pionero fue el de Mendoza , a fines del año pasado. Por primera vez en el mundo, dos personas lograron, sin que mediara acción judicial alguna, que el Estado modificara sus documentos. Ya no son catalogadas como “Masculino” o “Femenino”, porque no se perciben con ninguna de estas identidades. Desde la Dirección de Derechos Humanos y Acceso a la Justicia de Mendoza hubo asesoramiento y seguimiento de estos casos. Al trámite de cambio de DNI le siguen otros: carnets de conducir, tarjetas de crédito y constancias bancarias, registros de obras sociales y prepagas. En todos, el sexo ya no es información necesaria. El impacto de estos cambios, claro está, trasciende en mucho lo individual.
Tras este cambio inédito, el Consejo Federal de Registros Civiles tomó nota, hubo encuentros y espacios de diálogo con distintos directores de registros. Claramente hay una incongruencia legal a subsanar: La ley de Identidad de Género no habla de casilleros biológicos; los diferentes registros de las personas, sí. En el ejercicio del derecho que consagra esta ley, cada persona hoy puede solicitar un nuevo DNI con sus datos actualizados. Para eso, antes tiene que rectificar su partida de nacimiento en el Registro Civil donde fue inscripta al nacer. En Rosario se conocieron casos de personas que hicieron sus presentaciones para este cambio , con el asesoramiento de la Subsecretaría de Diversidad Sexual de Santa Fe. El Renaper, como organismo que emite el DNI, debe completar el trámite.
En la ciudad de Buenos Aires, un caso se judicializó y sentó jurisprudencia: Lara María Bertolini, una reconocida activista trans de la Colectiva Lohana Berkins , solicitó que se respetara su real identidad de género en su partida de nacimiento y DNI. Tras años de juicio, logró que fuera reconocida su "Femineidad travesti". La jueza nacional en lo civil Myriam Cataldi falló a su favor, argumentando que se trataba de "una cuestión de derechos humanos".
Me autopercibo nube
Cuando irrumpen con fuerza, los cambios sociales suelen ser tan veloces como resistidos. Las respuestas al anuncio del Instituto Nacional de la Música que se pueden leer en redes sociales resultan todo un informe de situación. “Yo me autopercibo como un músico famoso. ¿Dónde están mis regalías?”, escribió, por ejemplo, un varón autopercibido irónico. “Ojo, no tengo nada en contra de la comunidad LGTB, pero esto es una institución sobre la música, ocupáte de eso Inamu”, comentó otro, en plan más neutral. “Si supieran lo difícil que es para nosotrxs acceder a una educación artística no machista, lo difícil que es sostener nuestros proyectos no solo por la falta de herramientas, sino por el daño que nos hacen sus comentarios, actitudes e invisibilización. La música disidente se desarrolla por lo general en Buenos Aires, donde estamos exliadxs, pero no en todo el país”, se lee en una respuesta. Los comentarios a favor y en contra se multiplican, algunos en tono agresivo, otros agradeciendo la “iniciativa amorosa”. “Qué bajón ver tanto colega facho”, sintetiza alguien.
“No desconocemos la resistencias a la diversidad que hay en el sector de la música, todo lo que resta por avanzar. De hecho, tenemos una agenda de género que empezó como una demanda, porque habitamos un sector súper marcado por el patriarcado: desde las mujeres pidiendo un cupo, hasta la escasa o nula visibilidad de las disidencias. Pero está buenísimo que se atrevan a cuestionar en una red, quiere decir que hay algo que estamos tocando. Es un pellizco que les estamos haciendo. Ahí son los mismos músicos y músicas los que responden, entre ellos van abriendo el diálogo. Es una muestra de lo que sucede en la sociedad, de la cual formamos parte”, reflexiona Paula Rivera, vice presidenta del Inamu. Podría pensarse, sin embargo, que los músicos iban a mostrarse más abiertos ante avances de este tipo. “¡Para nada!”, se ríe Rivera. “La música es una industria. Y grande: la segunda en el mundo en consumos culturales, después del cine. Donde hay industria, hay capitalismo, y donde hay capitalismo, por supuesto que hay patriarcado”, observa.
“Estamos atravesando tiempos de cambios muy fuertes, y muy veloces. En lo inmediato el desafío es no quedarnos anquilosades, sabiendo que las instituciones, por su propia naturaleza, tienden a eso. Hoy nosotros mismos nos ponemos a cuestionarnos si lo que hicimos el año pasado tiene que ver con lo que nos impone este año”, analiza Rivera. Habla desde la experiencia: lo que comenzó como una agenda de género centrada en los derechos de las mujeres, el carácter machista y patriarcal del sector de la música, se fue transformando a partir de las demandas de las disidencias, que también comenzaron a hacer oír sus reclamos de inclusión dentro del sector. Una fuerza social iba marcando agenda, aun por sobre las mejores intenciones. Y así desde el Inamu tuvieron que trabajar en instancias de capacitación para todo el personal. “Nos resulta de gran importancia que desde la persona que pone un sello, hasta la que atiende el teléfono o manda un mail, esté comprometida con esta decisión, la entienda y la acompañe. No es solo una chapa, o una forma de comunicación: tenemos que tomar real conciencia de esta nueva perspectiva respecto de identidad de género. Nos estamos asumiendo como institución no binaria”, explican.
Privilegios amenazados
Andrea Lacombe es una antropóloga, docente y especialista en diversidad de género y feminismos que dicta este tipo de capacitaciones en convivencia laboral y comunicación institucional con perspectiva de género. Ha trabajado, entre otras áreas, en la implementación de la ESI en las escuelas públicas de la provincia de Córdoba. “Hay todo un trabajo sobre el lenguaje no sexista que se viene dando, nodos conceptuales, como la decisión de poner el centro en la noción de persona, en lugar de varones y mujeres. Las discusiones dentro de los colectivos son discusiones políticas, pero que también hacen a la construcción subjetiva. Sabiendo que no hay respuestas definitivas, sino que son categorías en discusión permanente”, aclara Lacombe.
¿Y por qué a un varón o a una mujer le puede “molestar” que se abra un tercer casillero “autopercibido”, o la cantidad que sea, o que comience a hablarse de “género fluido”? ¿En qué afecta a su cruz cómodamente marcada en su propio casillero histórico? “Una decisión como la que tomó el Inamu está haciéndose cargo de que hay algunas subjetividades que no han tenido acceso a los mismos derechos que las personas heterosexuales blancas. Hay ahí un corrimiento de privilegios, o al menos una percepción de que esto puede darse. La posibilidad de perder privilegios da miedo. Y justamente son esos miedos los que ocasiona reacciones virulentas y fóbicas. Es lo que pasa muchas veces en las relaciones heterosexuales en que las mujeres se empiezan a empoderar y los varones piensan que están perdiendo poder. En realidad están perdiendo privilegios que habían naturalizado como propios”, explica la antropóloga.
“Para que todos lleguemos a tener los mismos accesos, tienen que mediar políticas de inclusión, en todas las áreas. Pero al mismo tiempo que incluyen, esas políticas ponen sobre la mesa la exclusión que existía para esos grupos minoritarios. El gran desafío es trabajar sobre las subjetividades para hacer carne algo que parece básico: No se trata de excluir a los que antes estaban incluidos, sino de empezar a igualar un poco los tantos”, concluye la especialista.