Producción: Javier Lewkowicz


No es un fenómeno natural

Por Noemí Brenta *

En las últimas semanas, a partir de la devaluación post PASO, hoy investigada por la justicia, y a medida que el gobierno reveló sus dificultades para atender la deuda, el público grande y chico busca hacerse de dólares. Algunos, para protegerse de la pérdida de valor del peso y de la eventual restricción de los depósitos bancarios; otros, para ganar con el arbitraje y negocios varios. Conforme aumenta la dolarización de las carteras las reservas del Banco Central caen, y crece la desconfianza de que alcancen para todos las obligaciones de pagos en divisas: importaciones, deudas, intereses y utilidades del capital extranjero, depósitos; el efecto manada lleva al embudo de la puerta 12. Pero hete aquí que apareció el Estado y ordenó un poco las cosas, con un broche en la nariz. Un control cambiario acá, una obligación de liquidar las divisas de exportación allá, las tasas en las nubes, y en ese estilo caótico que usa cuando el libreto escapa a las novelas de Ayn Rand, el gobierno logró frenar la devaluación y atenuar la sangría de reservas, sin conseguir que sus socios del norte repongan los verdes prometidos, insuficientes de todos modos para compensar las pérdidas y restablecer la confianza.

Los precios de todo lo directa o indirectamente exportable o importado y todos los demás treparon con el dólar, acelerando la inflación y la pobreza. Para amortiguar el sablazo en el bolsillo y en el resultado electoral, el gobierno eliminó transitoriamente el IVA de algunos alimentos y postergó los aumentos de los servicios públicos y los combustibles, todos dolarizados por esta misma administración. Imposible decir que esta inflación obedece a excesos de demanda o de emisión monetaria, sino al pass through y al altísimo costo del capital de trabajo de las empresas por las tasas de interés estratosféricas que el BCRA sostiene, con la excusa de domar al dólar.

Estos saltos retornaron al tapete la cuestión de la dolarización y la necesidad de recuperar la soberanía monetaria. La bimonetización no es un fenómeno natural, sino que depende del marco institucional que lo fomente o disuada, el que a su vez refleja los intereses en pugna y sus fuerzas relativas para validarse en las distintas coyunturas. En Argentina la dolarización empezó con la última dictadura, a través de las reformas institucionales que configuraron una economía rentística financiera, y se profundizó durante la convertibilidad y las relaciones carnales con Estados Unidos. Tras el default, y comprobar que la mayor parte del producto bruto argentino no es transable ni tiene relación con el dólar, y que de repartir las reservas al público a cambio de los pesos, el país se quedaría sin liquidez para los acreedores, llegó la hora de desdolarizar.

La dolarización volvió en la era Cambiemos, que reeditó el alineamiento con el tío Sam, redolarizó tarifas y precios básicos, facilitó las importaciones, volvió a privilegiar al capital financiero sobre la economía real, y agigantó la deuda. De nuevo fueron los cambios institucionales los que incentivaron la dolarización y su inestabilidad inherente. Incluso reaparecieron economistas ultraliberales conminando a dolarizar, a eliminar al Banco Central y a poner a los bancos bajo control extranjero. Dolarizar, dicen, eliminaría desde la inflación hasta las paritarias, para ellos, todos derivados de la mala moneda. También argumentan que el gobierno haría lo que el público pide al revelar sus preferencias por la moneda extranjera. Pero el público también prefiere tener trabajo y vida digna, ¿por qué conceder unas preferencias y negar las otras?

No es cierto que la historia inflacionaria argentina provoca la huida de la moneda doméstica, porque la mayoría de los países latinoamericanos tuvieron hiperinflaciones, y salvo unos pocos, conservan sus propias monedas hasta para las operaciones inmobiliarias. Pero también conservan la prudencia de regular la entrada y salida de capitales, y de mantener el endeudamiento en moneda extranjera en niveles acordes a su capacidad de repago.

En suma, el uso de moneda extranjera para transacciones dentro del país no es necesario ni inevitable, sino contingente y regulable. Privarse de una moneda nacional es eliminar uno de los principales instrumentos de política económica y dispositivo de flexibilidad del sistema. Hay que desdolarizar a la Argentina.

*Economista UBA y UTN FRGP


Incrementar las regulaciones

Por Genaro Grasso **

El Gobierno de Cambiemos parece una historia kármica que comienza con la liberalización total del mercado cambiario, el fomento de la dolarización de la economía (precios, ahorros, sistema bancario) y el endeudamiento externo, para terminar congelando precios de combustibles, defaulteando la deuda (en pesos y en dólares) e imponiendo controles de cambios. Aquí la literatura pondría un punto final en la historia; pero los argentinos debemos sobrevivir a la simetría poética, lo cual nos obliga a pensar cuáles son los efectos de largo plazo de dichas políticas y cómo se pueden remediar.

La principal herencia financiera para el próximo gobierno es la deuda externa, y en particular, la contraída con el Fondo Monetario Internacional, que deberá ser renegociada con mucho cuidado. En segundo lugar, la fuga de capitales, que, pese al actual control de cambios “mayorista”, posee un componente minorista muy importante, de clases medias y altas. Finalmente, la herencia más urgente es la de las escuálidas reservas que dejará el Gobierno para la próxima gestión.

Para intentar resolver este problema, debemos comenzar a comprender el proceso de fuga de capitales. La dolarización es un proceso estructural y persistente de los países periféricos. No depende solo del rendimiento relativo de los activos (pesos contra dólares), ni de la inflación, ni de la financiarización y extranjerización de las empresas de los ’70, ni de una “cultura del dólar”. No hay “simetría” entre monedas: el Estado argentino tiene capacidad de redimir pasivos en moneda local, más no así en moneda dura. Cambiar moneda mundial por pesos de Estado es fácil; no está garantizada, empero, la opción inversa.

La primera crisis de la convertibilidad de la moneda local a moneda dura con endeudamiento externo, fuga y corrida de depósitos ocurrió durante el gobierno de Bernardino Rivadavia. Siempre que el Estado eliminó los controles de cambios, la fuga de capitales consumió las reservas internacionales y obligó al Tesoro a tomar deuda externa. En todos los casos, se terminó en una crisis.

Teniendo en cuenta este escenario, el control de cambios se vuelve una necesidad, más que una decisión de política económica. Pero no cualquier control de cambios es bueno. El actual diseño es altamente negativo: favorece el “puré” (comprar al oficial y vender al ilegal) por hasta 10.000 dólares mensuales, y había generado un ciclo de “rulo” (comprar al oficial y venderlo vía bolsa) hasta que el Gobierno cortó el procedimiento, a costa de una disrupción radical en el mercado de capitales. Sería mucho más prolijo un esquema de desdoblamiento (formal o informal) en el cual el dólar que garantiza el Banco Central sea el de operaciones comerciales, mientras que el dólar para ahorro, turismo, y otras operaciones financieras, pueda comprarse sólo por el dólar bolsa o MEP, pudiendo los bancos ofrecer operaciones “sintéticas” de la compra de dólares.

En simultáneo, se deben ofrecer alternativas de ahorro en moneda local indexada, al tipo de cambio oficial, en UVAs, y por el precio del metro cuadrado promedio en CABA, que relevaría el INDEC, y desde los bancos se deben ofrecer tasas de interés reales levemente positivas. Un acuerdo social de precios y salarios, tarifas, tasas y tipo de cambio oficial debería ir ordenando y pesificando gradualmente los precios estratégicos de la economía, lo cual bajaría poco a poco la inflación.

También se debe ofrecer una batería de herramientas tributarias y legales “anti-dólar”: pesificar las escrituras y bancarizar las transacciones inmobiliarias, reestablecer el Impuesto a las Transacciones Inmobiliarias si éstas se realizan en dólares, incrementar el Impuesto a los Créditos y Débitos si las transferencias se realizan en dólares, reformar el impuesto a la Renta Financiera para gravar más la tenencia de dólares y activos en dólares vis a vis los que pagan en moneda local, incrementar el Impuesto a los Bienes Personales para las tenencias de dólares y activos en el exterior, entre otras.

El caso de Bolivia nos muestra que una combinación de medidas de restricciones, impuestos e incentivos económicos puede ayudar a pesificar la economía. Pero en Bolivia se dio en un contexto de relativa bonanza externa, que no parece ser el caso en la Argentina. Por ello, la piedra angular de toda la estrategia debe ser una propuesta de desarrollo exportador diversificado en productos y países que sea consistente con el cronograma de pagos de la deuda externa renegociada, que reduzca el miedo de que el tipo de cambio se dispare y rompa la estrategia de estabilización, crecimiento e inclusión.

**Economía (UBA) - Investigador CCC y Proyecto Económico.