Jorge Bonomo tiene 79 años, se mueve con un poco de dificultad y, entre los antejos medio caídos, conecta cada una de sus palabras con una mirada cálida, amistosa. Está a punto de repasar sus hazañas al mando de una cupecita Chevrolet 38, con la que corrió todas las reediciones (1988, 1992 y 2006) del ya legendario Gran Premio Sudamericano, que unió en 1948 las ciudades de Buenos Aires y Caracas. “Más de 10 mil kilómetros en unas rutas que no eran como las de ahora, que estaban destruidas, pero eso era lo que queríamos”, cuenta Bonomo, que sintetiza así su amor por los autos clásicos: “El Turismo Carretera es una pasión que tiene la particularidad de haber unido a gente de mucha guita con los manyagrasas”. Sus palabras son precisas como sus recuerdos, que brotan a borbotones. Memorias de una época gloriosa, forjada con el coraje y el ingenio de cientos de pilotos que recorrieron kilómetros y más kilómetros descubriendo las rutas argentinas.
Su cupecita está estacionada en el parque cerrado ubicado frente al histórico edificio del Automóvil Club Argentino junto a otras cupecitas Ford, Mercury y Chevrolet de los años 1937 a 1947 que partieron -el último sábado 14 de septiembre- entre los 117 autos clásicos que participaron de la XVII edición del Gran Premio Argentino Histórico, que concluyó en la tarde del viernes 20 en la ciudad santafesina de Venado Tuerto, luego de recorrer unos 3500 kilómetros uniendo las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis, La Rioja y San Juan, y que tuvo como ganadores de la clasificación general al binomio compuesto por Eduardo Vergagni y Víctor Sorrentino (Peugeot 504 1977), de la localidad de Adrogué, provincia de Buenos Aires.
Hay grandes diferencias entre aquella Buenos Aires-Caracas -cuya historia se refleja en el documental “La Caracas" (2011), de Andrés Cedrón-, que quedó en la historia como la carrera más larga y peligrosa, y el renovado Gran Premio Argentino Histórico, que emula el espíritu de aquellos Grandes Premios que el Automóvil Club Argentino comenzó a organizar en 1906 y por el que han pasado los mejores pilotos del automovilismo argentino de todas las épocas como Juan Manuel Fangio, Domingo “Toscanito” Marimón, los hermanos Juan y Oscar Gálvez, Carlos Reutemann y el Flaco Traverso, entre otros grandes campeones. Otra época, otros autos, otros pilotos, pero la misma pasión, el mismo espíritu de camaradería y el mismo sentido de solidaridad en el camino.
“El automovilismo es una pasión que une a personas de diferentes niveles sociales y ha sido siempre así. Acá nadie hace diferencias”, explica Pepe Migliore, también conocido como “El Cóndor”, otro histórico piloto del Turismo del equipo oficial de Peugeot, quien con 89 años continúa al volante de su 404 de 1972 Pingüino -por sus colores negro con techo blanco-, que luce en sus puertas el número 502 y una conmemoración a sus 60 años como piloto. Migliore es uno de los nueve participantes del GPH que llevan como navegantes en esta carrera de regularidad a sus esposas. En su caso, además, viene de correr con ella el Giro de Sicilia, en Italia.
Todos los vehículos que participan del Gran Premio Argentino Histórico son piezas únicas e invaluables, que captan la mirada y el reconocimiento del público que se acerca a las rutas y a los arcos instalados en cada una de las ciudades que toca la carrera. Ahí también esperan las diferentes delegaciones de Cáritas, que reciben las donaciones de los corredores. Es que el GPH tiene un fin solidario.
Carrera de regularidad
Los pilotos que participan de esta carrera, que desde su reedición en 2003 se disputa en la modalidad de regularidad -pilotos y navegantes deben cumplir al pie de la letra los desafíos que les presenta el libro de ruta y así evitar las penalizaciones- resisten trayectos de hasta 10 horas de carrera sobre rutas y caminos de montaña. Paran, se reagrupan, siguen, y cada momento es aprovechado para compartir experiencias. Es que entre los pilotos aficionados hay también muchos profesionales, como es el caso de Martín Christie, ex navegante de Jorge Recalde y bicampeón Mundial de Rally Grupo N (1998 y 1999) como navegante del uruguayo Gustavo Trelles.
“La pasión por el automovilismo me viene de cuando era muy chico. Yo vivía en Carlos Paz y me cansé de ver la primera etapa los que Grandes Premios de esa época. Recuerdo estando en la curva El Castel a 3.000 metros de la llegada a Carlos Paz, estaba yo, un policía, un perro y lo vi pasar a Carlos Reutemann primero, con la coupe 1500. Tengo los recuerdos muy frescos de esa época”, cuenta Christie, ahora al volante del auto 304, un Alfa Romero Giulietta rojo, del año 1961. Una joya que, como todos los que participan del GPH tiene una rica historia: “Este fue de Pedro Alvaro, y nunca había corrido un Gran Premio”, dice.
Entre los más de 200 participantes que suman los binomios, son mayoría los que peinan canas, pero también comienzan a hacerse fuertes los que rondan los cincuenta años y se ven algunos pilotos y navegantes más jóvenes: se trata de los hijos, nietos y sobrinos, que comienzan a disfrutar de todo lo que representan los autos clásicos y del valor que éstos tienen para mantener viva la historia del automovilismo nacional. No es fácil. Mantener estas joyas del automovilismo en buen estado es un trabajo duro y costoso. La falta de repuestos suele ser una limitación y, en muchos casos, demanda soluciones artesanales como restauración o incluso la fabricación de piezas.
Debajo del arco de llegada tras la tercera etapa de la carrera en la ciudad de San Juan, Jorge Pérez Companc y su navegante, José María Volta, lucen orgullosos su Fiat 1500 del año 68, que lleva el número 411. “No sé ni que día es hoy, ya llevamos más de 1500 kilómetros recorridos y lo estamos disfrutando mucho”, cuenta Pérez Companc, coleccionista y amante de los clásicos, pasión que al igual que sus hermanos tomó de su padre, Goyo Pérez Companc. “Es el segundo año que corro el Gran Premio Histórico. Para mí era algo aspiracional. Había escuchado muchas cosas lindas sobre esta carrera, armamos un auto y ahora estamos disfrutando de esta pasión”, dice y se muestra sorprendido por la cantidad “impactante de pilotos de otros autos que se acercan para dar un mano cuando alguno la necesita”.
Entre los pilotos y navegantes hay muchísimos mecánicos, chapistas: los célebres “Manyagrasas”. “Es un placer la convivencia. Ellos son los que saben, mucho más que nosotros, y son los primeros en venir a ayudarnos. La verdad es que es algo fantástico”, resume Pérez Companc. “El Gran Premio es un evento único. He probado todo y cuando vengo acá me encuentro con algo que no se encuentra en otros lados: la camaradería, el lugar de encuentro, la organización”, sintetiza. Los autos detenidos detrás del suyo piden paso. Con tantos años sobre las rutas y los motores calientes, los riesgos de una recalentada aumentan considerablemente. “Para sumar más gente joven tenemos que contar las experiencias, animarlos para que vivan esta hermosa aventura”, alcanza a decir con su Fiat 1500 nuevamente en movimiento.
Mecánicos en el camino
Es moneda corriente que durante la carrera los autos clásicos sufran algún que otro desperfecto. Es el caso de la coupe Fiat 1500 del año 67 que conduce Pablo Weiss junto a su navegante Emilio Tapia, gaucho y “chapista”. “En la primera etapa quemamos la instalación eléctrica y llegamos porque los relojes siguieron andando. En la segunda, le tiramos un cable para tener luces para venir y llegamos acá muertos”, comenta Weiss. “Corro con el auto de mis sueños desde que tenía 10 años. Lo compré ahora de viejo y después de haber pagado el colegio de cinco chicos. Me di el gusto y no me puedo bajar. Me fascina esto, me fascina la ruta y me gusta la camaradería que hay. Estos son los clásicos, la historia viva del automovilismo. Siempre va a haber gente mimando a estos aparatos”, agrega este piloto de Martínez, provincia de Buenos Aires. Su compañero Tapia, de José León Suárez, remata: “Las paradas son una fiesta, los asados, las charlas, las bromas, esto tiene un parte arriba de los autos y otra abajo, que también vale la pena”.
Austos y belleza turística
Después de seis días de carrera y largas jornadas arriba del autos, pilotos y navegantes se preparan en la noche del viernes para la ceremonia de premiación, en el predio de la Sociedad Rural de Venado Tuerto. El nombre de los ganadores de la Clasificación General es un misterio; sólo lo conocen los organizadores, entre ellos el vicepresidente segundo del Automóvil Club Argentino, Jorge Revello, uno de los motores principales de la competencia. “Cuando empezamos con este proyecto hace 18 años, los autos tenían 18 años menos y los que estaban arriba también. Contra la naturaleza no se puede, por eso digo que para mantener viva esta historia del automovilismo nacional, el esfuerzo más grande lo tienen que hacer los pilotos o los dueños de los autos para sumar a sus familias en esta aventura”, expresa Revello, quien luego pone énfasis en el atractivo turístico de la prueba. “Hay un atractivo que no va a morir y tiene que ver con la belleza turística que tiene este país y que hace que la gente pueda estar sentada horas y horas en sus autos clásicos disfrutando de los recorridos”, agrega.
“La gente vuelve, incluso a pesar de la crisis económica. Esto certifica que hay otro atractivo, que ya no es correr una carrera sino vivir lo que se vivía antes. Tenemos 9 categorías de autos. Hay autos de todos los tiempos, que se mantienen en condiciones para la carrera y que gracias a eso podemos disfrutarlos todos. Son parte de la historia del automovilismo, y todos la hacen posible”. Es cierto, ya mucha gente que ha hecho industria para atender la demanda de estos autos, así es la cultura de los manyagrasas.
“No ganamos ninguna etapa pero estuvimos siempre entre los cuatro mejores, lo que nos mantuvo delante para ganar el Gran Premio”, comenta Vergagni, ganador del XVII Gran Premio Histórico. “Hace 13 años que nos preparamos para esto junto a Víctor -navegante y mecánico- y quiero dedicárselo a él”. Sorrentino, oriundo de Monte Grande, le devuelve cumplidos. Los miran a un costado del podio Marcelo Di Gangi y Luis Favuzzi (segundos, con Ford Falcón 1965) y los uruguayos Daniel Wild y Adolfo Chelle (terceros, con un BMW 2002, de 1970) e integrantes de la numerosa delegación del Automóvil Club de Uruguay, cuyas autoridades reconocieron ante los presentes que este Gran Premio Argentino Histórico “está, sin dudas, entre los mejores que se han realizado”.