Desde Barcelona
UNO Cuando Rodríguez alcanzó su medio siglo de andar girando y sonando por este mundo no lo festejó demasiado. Pero de un tiempo a esta parte Rodríguez se la ha pasado festejando cincuentenarios beatles. En el 2017 fueron las cinco décadas de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (ese disco sobre la invención de una banda alternativa al propio mito de The Beatles). En el 2018 fue el turno de The Beatles a.k.a. The White Album (ese doble donde, casi por separado, se proponían los estilos y géneros de todas las bandas por venir). Y ahora --el próximo jueves 26 de septiembre-- es el turno de Abbey Road (ese adiós a ese "magic feeling" y donde se inventa y se canta al concepto de banda que se separa; el próximo mayo será, seguro, el turno de Let It Be, que en realidad tuvo tiempo y lugar antes de Abbey Road y que es el sonido de una banda que no sabe si separarse y que salió a la venta casi un mes después de que The Beatles hubiesen dejado de ser). Y asombra el calcular que todo eso se creó y produjo y grabó en tres años y en todo lo que The Beatles trabajaban de The Beatles. Y todos y cada uno de esos hitos, claro, tuvieron y tienen y tendrán su correspondiente y conmemorativa box de-luxe que han convertido al alguna vez transgresor e inmediato rock'n'roll en la más retro y nostálgica de las artes.
Y ahí esta ahora Rodríguez, abriendo la caja de Abbey Road y escuchando aquello de "You never give me your money" luego de haberles dado aún más dinero a Paul y a Ringo y a las viudas e hijos de John y George. Pensando siempre (en algún lugar leyó que The Beatles es el grupo que más ha vendido en lo que va del siglo XXI) que les debe tanto que jamás alcanzará a devolverles todo lo que le han dado incluyendo --al final, in the end-- todo ese amor recibido que, se supone, es el equivalente al amor que se dio.
Pero no.
Aunque suene muy bien lo cierto es que no siempre --casi nunca, salvo en el caso de los amantes y amados The Beatles-- suele ser así.
DOS Y no hace mucho Rodríguez se enteró de eso de la "cinemática" investigando el efecto de las películas de terror en el cerebro humano (Rodríguez volvió a ponerse muy nervioso con Midsommar de Ari Aster, como ya se había puesto nervioso con su Hereditary) y "llegando tan rápido a lo más profundo de la mente humana sin permitirle un trabajo racional previo" a base de adictivos y adrenalínicos jump scares. De ser esto verdad, Rodríguez se pregunta si una de las ramas más resistentes y gruesas de una hipotética "sonomática" no se dedicará al estudio de los placeres y beneficios disfrutados y obtenidos por la exposición a The Beatles (y Rodríguez le recetaría a la clase política española in toto sentarse a escuchar "I'm a Loser", "I'm So Tired", "Not a Second Time", "Piggies", "You Won't See Me", "I'm Down", "Misery" y "Help!" para entender por lo que estos días pasa por las mentes y humores de sus votantes).
Y Rodríguez siempre se acuerda de aquello que solía afirmar Kurt Vonnegut en cuanto a que "una misión plausible de todo aquel que se considere artista es la de hacer que la gente aprecie al menos un poco lo que significa estar vivo. Cuando me preguntan si yo sé de algunos artistas que hayan conseguido eso siempre respondo: 'The Beatles lo consiguieron'".
Y Kurt Vonnegut estaba en lo cierto, claro. Y Rodríguez se pregunta si el haber ofrecido semejante regalo a la humanidad no habrá sido y sigue siendo una carga muy pesada a ser llevada por The Beatles desde entonces. No deber ser sencillo ser un elegido al que todos elijen desde hace décadas. Ser amos y esclavos de esa década irrepetible, porque fueron ellos en buena parte la crearon y porque ya no volverán a haber otros como ellos. De ahí que, entonces, a The Beatles no les quede otra que seguir siendo The Beatles.
TRES Y Rodríguez vuelve a leer sobre todo eso en el número especial que la revista inglesa Mojo dedica al relanzamiento de este Abbey Road súper-potenciado. (Rodríguez también se compra, automáticamente, el número 75 aniversario de ¡Hola! mientras recuerda que en el momento más pleno y rabioso de la beatlemanía, en su visita a España, The Beatles no llegaron a llenar esas plazas de toros franquistas donde se los tildaba, en los noticieros del régimen, de "melenudos". Y no hay ninguna mención a The Beatles en esta edición especial de la satinada biblia del papel del papel "cuché" y más detalles sobre esto la semana que viene.) Y en las páginas de Mojo se analiza la grabación track por track y, claro, mucho espacio dedicado al revolucionario Medley del Lado B. Y, claro, no era la primera vez que The Beatles grababan algo en base a partes (ahí estaba ese monolito que es "A Day in the Life" o "Happiness is a Warm Gun" o "You Know My Name"), pero nunca lo habían hecho tan dedicados y entregados por completo al concepto de la fragmentación. Allí --guitarras duelistas, armonías perfectas, el único y definitivo solo de batería en su historia, cantando todos juntos entonces y al mismo tiempo-- The Beatles se integraron como nunca para su desintegración para siempre.
El Medley (título de trabajo "The Long One" o "A Huge Melody") cuyo rasgo más intrigante y admirable es el de ser pedazos de canciones que nunca fueron canciones completas. El Medley luego de "Come Together" y de "Something" y de "Maxwell's Silver Hammer" y de "Oh, Darling" y de "Octopus's Garden" y de "I Want You (She's So Heavy)" y de "Here Comes the Sun" y de "Because". Ocho momentos eternos ("You Never Give Me Your Money/Sun King/Mean Mr Mustard/Polythene Pam/She Came In Through the Bathroom Window/Golden Slumbers/Carry That Weight/The End y la coda de "Her Majesty"). Más idea de Paul que de John (quien en más de una sesión intentó sabotearlo todo) pero que acaba resultando en la más implacable y sensible y grupal radiografía de un hasta-aquí-llegamos sabiendo que nadie ha llegado tan lejos o tan alto. Y a partir de ese final el comienzo de la leyenda y del cuál es tu Beatle favorito y de quién es el culpable o el inocente del crack-up. Y la percepción cada vez más precisa para Rodríguez de que toda vida es, sí, un poco medley: fraccionada, saltarina, espasmódica e imprevisible. El problema es que rara vez se alcanza un final –uno de esos finales que nos permiten mirar atrás con la certeza de haberlo hecho– como “The End”. Quizá todo se deba a que las vidas de nosotros son más popurrí o poupurrí o poupurrit o pot-pourri: sinónimos bastardos de medley que, también, sirven para designar a un popular platillo ibérico de tufo planetario también conocido como "olla podrida". Nombre este último que --le parece a Rodríguez-- suena perfecto cuando se trata de definir las numerosas existencias de seres que jamás deberían existir o haber existido. Es decir: si hiciste las cosas bien, te toca incorruptible medley; si no, a la olla y a pudrirte.
Mientras tanto y hasta entonces, aquellos que alguna vez corrieron por los calles de Liverpool riendo a carcajadas y con toda su música por delante en la secuencia de títulos de A Hard Day's Night aquí vuelven, serios, a cruzar una calle de Londres sin nada más que cantar porque cantaron todo como se les cantó y --sí, en su caso es verdad, no mintieron-- dándonos todo su amor para así recibir todo el nuestro.