El cineasta ruso Andrei Tarkovski escribió a lo largo de quince años una serie de ensayos sobre cine que reunió en un libro al que puso por título Esculpir en el tiempo, para nombrar de un modo poético la perspectiva personal de pensar el lenguaje cinematográfico.
En cierto sentido, la frase “esculpir en el tiempo” resuena también en los nueve esgrafiados que Matías Ercole (Buenos Aires, 1987) presenta en la primera sala de Munar.
El artista se formó en realización escenográfica en el Instituto superior del Artes del Teatro Colón; en el taller de Guillermo Roux; en el taller de investigacón teórica de Pablo Siquier (UNA); en cine experimental con Claudio Caldini (CIA); en el taller de Ernesto Ballesteros y Alfio Demestre (Universidad Di Tella); en la Cátedra de Carlos Bissolino (UNA). Hizo clínica de obra con Siquier e Itamar Hrtavi (UNA) y realizó una residencia en el Centro de Investigación y Producción artística Hangar (de Barcelona, España). Fue becario en instituciones artísticas de Montevideo (Uruguay) y Torino (Italia) y en el Centro de investigaciones artísticas de Buenos Aires (CIA).
La técnica del esgrafiado, más allá de ciertas particularidades y del agregado de nuevos tintes, consiste en cubrir de cera la superficie del papel (en este caso a su vez montado sobre tela) y luego aplicar tinta, de manera que tinta y papel están separados por la cera. Una vez preparada la superficie, se raya con distintos objetos punzantes y filosos. Es un modo de dibujar y pintar por sustracción, donde lo que emerge es el blanco del papel. Luego hay una serie de estratégicas idas y vueltas, “correcciones” mediante las cuales se vuelve a poner y a quitar. Negro sobre blanco y una vuelta de tuerca (en realidad de agujas y cuchillas) que lo convierte, aparentemente, en blanco sobre negro.
Son obras hechas de imágenes y de ecos de imágenes (como un alfabeto o un catálogo personal) de la naturaleza, que llevan mucho tiempo de preparación y realización. Obras hechas de (capas de) tiempo que al rayarse, generan un efecto de reducción de volumen.
El género recurrente es el paisaje: naturalezas, vegetación, rocas, arquitecturas, pero también elementos injertados que podrían verse como anomalías del paisaje y que el espectador puede ir descubriendo. Paisaje y procesos naturales pasados por el filtro del discurso plástico. Paisajes mentales. Repeticiones de volúmenes. Escenas que de una obra otra, montadas las nueve como un gran polípico, evocan la sensación de ver por primera vez pero al mismo tiempo de ya haberlas visto. Extrañeza y familiaridad.
En relación con la serie de esgrafiados, Pablo Gianera escribe en el texto de presentación: “Cada uno de ellos, considerado aisladamente, contiene subdivisiones prismáticas de la idea (para usar una formulación de Stéphane Mallarmé) y quien haya visto un enorme collage que Ercole tiene en su taller (una lámina de contornos indefinidos en la que se fueron acumulando fragmentos que terminaron organizándose en una contigüidad necesaria) sabe que la idea detrás del misterio puede solamente conocerse en partes. Los rayos son los mismos, porque la luz, que es siempre distinta, es a la vez una sola. Aún así, los nueve tienen una narración propia: del mismo modo que Ercole busca en el fondo último del blanco el negro, persigue también en lo abstracto la figuración, o bien, para usar una palabra más musical, lo cadencial”.
El núcleo incandescente es la luz, esa que brota blanca del material que está en el sustrato: el papel. Rayos, raíces, vegetaciones, piedras, torbellinos, construcciones, yuxtaposiciones de formas geométricas y así siguiendo. Aquel núcleo contrasta con negros plenos o con la escala de grises. Pura tensión de contrapuntos inquietantes.
En la sala dos, enorme y oscura, dos haces de luz muy potentes, programados para recorrer, señalar y moverse por la arquitectura del espacio, establecen sendas secuencias por momentos convergentes y complementarias. Las salas se llenan de una niebla artificial que densifica la atmósfera y otorga materialidad a los haces de luz, para solidificar lo fluido. Hay un tratamiento cinematógrafico según el cual la sala se vuelve un set, mientras el espacio es señalado y al mismo tiempo descripto por la luz. También podría pensarse en una puesta de luces teatral, en una dramaturgia sin texto, sin actores ni voces, pero con la involuntaria participacion de los visitantes de la muestra.
“En la sala siguiente --escribe Gianera--, dos luces móviles (dos personajes, acaso) fungen de soles, los mismos y otros, lo que se explica por el mito romántico del Doppelgänger, ser uno, ser otro, ser dos y estar en más de un lugar a la vez, sin dejar de ser quien se es. La luz salta del plano al volumen y no sabemos ya cuál es el fantasma.”
Cuando el visitante se interpone entre las luces que escanean la sala y las paredes, los haces que venían reconociendo y registrando a arquitectura, se vuelven policiales, y ese barrido lumínico se torna interrogatorio.
* En Munar, Avenida Pedro de Mendoza 1555, en el barrio de la Boca, de miércoles a sábado, de 13 a 18, hasta el 5 de octubre. Entrada libre y gratuita.