Hay una pregunta que a Chrissie Hynde, tras cuatro décadas de carrera musical, la tiene harta: “¿Por qué no hay más mujeres en bandas?”. Ella frunce el ceño y revolea los ojos. En estos días Hynde tiene el pelo aclarado, pero sus ojos siguen tan fuertemente delineados como en los primeros tempos de The Pretenders. “Algunos dirían ‘porque no les dan el aliento necesario’”, dice. “Pero ese fue siempre el punto de estar en una banda: si nadie te alienta, decís ‘¡váyanse a la mierda!’ y lo hacés igual”. Luego dice que escucha a mujeres en otras industras hablar de la lucha en sus profesiones, los compromisos que debieron hacer, los favores sexuales que se les pidieron. “Y estoy ahí sentada y pienso ‘¿Por qué no agarraron una guitarra? ¿Por qué no se metieron en una banda?’. Muchas más pibas podrían haber iniciado bandas si hubieran querido”. Repite la frase más lentamente: “Si hubieran querido. Pero no quisieron. No hay otra explicación, simplemente no quisieron. Francamente, quizás estaban muy ocupadas siguiendo a sus novios, esa es la verdad. Hoy no se te permite decir algo así, pero me importa un carajo. ¡Soy la prueba viviente!”.
En los últimos tiempos, las opiniones de Hynde han despertado algunas controversias. Hubo un tiempo en que fue arrestada por tirar “sangre” en las vidrieras de un local de Kentucky Fried Chicken, y recientemente se disparó una polémica por sus comentarios sobre el abuso sexual: “Si no querés alentar a un violador, no uses tacos altos que te impidan correr”, le dijo hace cuatro años a The Times. “Si usás algo que está diciendo ‘Vení y cogeme’, más te vale estar bien plantada”. Reckless, el libro de memorias de Hynde, ofrece un detallado relato del asalto sexual que sufrió cuando era adolescente por parte de un motoquero, pero en el que admite haber jugado un rol en alentar su conducta. “No podés pintarte en una esquina y después preguntarte de quién es el pincel”, dijo. “Tenés que hacerte responsable”.
Hoy es igualmente directa e insistente con que nunca fue objeto de ningún tipo de discriminación de género a lo largo de sus cuatro décadas de carrera. Tras describir una historia en conserva de la industria musical en los pasados 80 años, describe el punto en el que “apareció MTV y algunas mujeres se dieron cuenta de que si realizaban videos estilo soft-porno aparecerían en TV y venderín. Porque el sexo vende. Y creo que los standards se hundieron muy rápidamente. Por un tiempo la música interesante volvió a retirarse al underground”.
Hynde nunca fue invitada o presionada a hacer esa clase de videos, e insiste en que tuvo el derecho a negarse. “Creo que no hay presión”, dice. “La gente quiere hacerlo o no. Les gusta decir que fueron presionados, pero realmente el asunto termina en el artista. Si no querés hacerlo decís ‘no quiero hacerlo’. Por eso estás en esta posición: porque hacés lo tuyo, y los ejecutivos no”.
“¿Viste el documental de Harvey Wenstein?”, pregunta. “No tenía intención de verlo pero apareció y me interesó”. El flm interesó a Hynde por varias razones, y no solo por el hecho de que, con 18 meses de diferencia en su edad, las carreras y vidas de la estrella de rock y el productor cinematográfico correron de alguna manera en tandem. Sus círculos sociales se superpusieron; hubo pocos grados de separación entre ellos. Mientras habla de Wainstein y la era #MeToo, sus ojos se entornan. Lo más interesante del documental, dice, no es que tanta gente mirara para otro lado con la conducta de Weinstein y compañía, sino “el modo en que evolucionaron las cosas”.
Dice que recientemente leyó una entrevista de Anjelica Huston en la que la actriz hablaba de Roman Polanski. “Ella dijo algo muy bueno sobre cómo creció en una especie de cultura Playboy en la que tenías estas mujeres que propia voluntad se vestían como conejos, en ropa interior, y en el momento era algo cool. Y tipos más grandes encaraban a mujeres jóvenes porque de algún modo se ofrecán en bandeja. Veo cómo se desarrolló eso a través de más de tres décadas y podés ver cómo terminó”.
Hynde cree que la industra musical aún debe tener su momento #MeToo “Porque las chicas fueron groupies que de verdad se estaban ofreciendo”. Y aunque The Pretenders pudo haber tenido algunos tipos revoloteando, nunca hubo groupies maculinos. “Un groupie masculino es un fan”, explica con firmeza. “No es lo mismo. Un groupie no es alguien que te vaya a ofrecer una chupada”.
Hay muy pocas músicas de rock que hayan disfrutado el éxito y la longevidad de Hynde, y aunque es señalada como una pionera y un modelo de conducta feminista, se rehúsa por completo a jugar ese papel. “Nunca me golpearon, y nadie me sugirió hacer nada”, dice. “El sexismo y la discriminación nunca entraron a mi banda. Siempre se trató de tener canciones y tocarlas. ¡Nunca tuve un problema! Es fantástico. Pero ahora soy apologética. Porque la gente, especialmente las mujeres, siempre me están diciendo ‘¿Pero no tuviste que trabajar más duro?’. Y no, la verdad es que no”.
Estamos en la oficina de su publicista. Hynde mira hacia las calles de Marylebone, del toldo de la estación a la oficina de enfrente, que alguna vez fue un gran hotel victoriano. Recuerda cuando aún era el Regent, y cuando estaba vacío, y cuando ese tramo de pavimento apareció en A Hard Day’s Night de The Beatles. “Ese es el asunto hoy”, dice. “Donde vaya recuerdo los edificios tal como eran. Y nadie más parece saberlo porque hoy soy más vieja que todos”. Hynde acaba de cumplir 68 años, una ocasión que celebró con el lanzamiento de su disco número 15, Valve Bone Woe: una inesperada colección de climáticos covers de jazz en la que presta su ronca, lánguida voz a un espectro que va de “I Get Along Very Well Without You (Except Sometimes)” de Hoagy Carmichael al “River Man” de Nick Drake. No es una retrospectiva sentimentaloide sino más bien el fruto de un proyecto de larga data con el productor Marius de Vries, un experimento melódico, un guiño a los discos de Charles Mingus que escuchaba de la colección de su hermano cuando era adolescente.
Sentada en una mesa de conferencias, vestida con un buzo con capucha, habla del disco con ligereza y de algún modo obedientemente. Pero sus tópicos de conversación son muchos y variados, en un rango que abarca todo, de los comienzos de Pretenders a crecer en Akron, Ohio; de allí a los clubes punks de Londres en los años 70, los escritos de Nall Ferguson, su tardío amor por el karaoke y su furioso apasionamiento por el single de 1996 de Mark Morrison “Return of the Mack”: “Viví para eso”, dice. En un punto hace una pausa y disfruta un momento de contemplación. “De todos modos, soy una experta en todo”, declara.
Cuando se mudó de Estados Unidos a Londres, en 1973, no fue con grandes planes. Graduada en una escuela de arte y avezada en la guitarra, “todo lo que sabía era lo que no quería hacer, y no quería ser camarera”, recuerda. Metida en la florecente escena punk, supo que ser una cghica en una banda podía ser una novedad, “y tampoco quería eso”. Aun así, estaba desesperada por tocar. Su “amor por estar en una banda” podía anular muchas cosas: la timides que sentía al tocar la guitarra frente a colegas hombres, “no tener dinero, trabajar ilegalmente, venir a Londres y no conocer a nadie”, enumera. “Ni siquiera se trata de la autoconocimento o la confianza, se trata solo de amar la música”.
Tiene dos hijas, Natalie –producto de su relación con Ray Davies, de The Kinks- y Yasmin, nacida de su matrimonio con Jim Kerr (Simple Minds). La maternidad produjo un intervalo en su floreciente carrera. “Bueno, como cualquier otra mujer, no pude hacerlo por un tiempo”, dice. “Durante ocho años no hice giras. Obviamente, estuve muy distraída la mayor parte del tempo. Y escribir canciones de rock… todo el esquema de pensamiento cambia”. Aun así, cree que la maternidad le ha dado cierta longevidad creativa “porque ya no te quemás, tenés que contenerte, echarte atrás”.
Hynde se describe a sí misma como alguien que ingresó a “un momento tranquilo” de su vida, con lo que quiere decir que desde que sus hijas dejaron la casa cierto silencio ingresó en su existencia. “Vivo sola”, explica. “Olvidé cómo poner la radio, o no puedo encontrar una estación que me guste, o están poniendo marching bands que no puedo soportar, así que la apago”. A veces se pregunta cómo sería si hubiera alguien más en la casa. “Si pusieran una música japonesa de flautas o algo de Chet Baker seguramente podría disfrutarlo”, supone.
A los 60 dejó de fumar, beber y tomar drogas. “El alcohol es el asunto verdaderamente demoníaco”, señala. “Es tan insidioso porque está por todas partes, y es la puerta de entrada a drogas mucho más perversas”. Se inclinó por la sobriedad de la misma manera que dejó de fumar, leyendo el libro Easy Way to Stop Smoking de Alan Carr y “mordiendo una bala durante una semana”. Había jugado con la idea de dejarlo durante años. “Te despertás y estás disgustada, tirás todo y decís nunca más, y después repetís todo el proceso. Y está el autodesprecio. Ahora no me estoy recuperando, estoy completamente recuperada. Nunca pienso en eso”. En lugar de eso ha cultivado otras preocupaciones; la mayoría de los días pinta un poco, hace yoga cada mañana esté donde esté, corriendo los muebles en los hoteles y camarines para hacer su rutina. “Me mantengo firme, y soy buena para mantenerlo”, dice.
Como vieja militante de los derechos animales, apoya a una granja en Rutland donde los campos son arados por bueyes y los terneros nunca son separados de las vacas. “Creo que cada 10 años los derechos de los animales, como el feminismo, toman una complexión diferente, de acuerdo a cómo está funcionando el mundo”, señala. “Tenés que revisarlo y actualizar”. Hoy se siente frustrada por muchas de las actitudes de los grupos de defensa de derechos animales hacia la comunidad de granjeros. “Por culpa de la agroindustria todos los granjeros han sido vilipendados y está mal, porque necesitamos granjeros”, explica.
Aun así, Hynde se siente impulsada por una especie de irresistible esperanza. “Creo que estamos en un gran momento”, se entusiasma. “Pienso que atravesamos una especie de renacimiento, y no muchos lo están advirtiendo. Lo encuentro muy peculiar, porque hay muchos cambios positivos”, dice y señala algunos: autos eléctricos, la diseminación de la comida vegana, la agrupación de defensa medioambiental Extinction Rebellion, los derechos de los gays. Por supuesto, hay frustraciones, cosas como Donald Trump y el Brexit. “Pero son cosas pasajeras. ¡Estas son cosas reales! Los cambios que se están dando en mi tiempo de vida son increíbles”.
A comienzos del año próxmo volverá a salir de gira con The Pretenders: la esperan sesenta ciudades de Estados Unidos junto a Journey. Disfruta estar de gira, el movimiento, la música, los hoteles. Solo se queja de no poder lavar su ropa. “Suena muy frívolo, lo sé, pero tengo una de esas máquinas Lazy Maids que lavan mi ropa y la dejan perfectamente lisa, y digo ‘Dios, voy a extrañarte cuando esté de gira’”, se ríe.
La gira servirá para promover un nuevo disco de Pretenders, coescrito con el guitarrista de la banda. “Cuando empecé a escribir canciones podía hacerlo sola, con una guitarra, no sabía cómo colaborar”, dice. Recuerda cuando conoció a Bob Dylan y este le dijo “¡Hey, tendríamos que escribir unas canciones!”. Ella no pudo. “No sabía cómo componer con alguien. ¡Rechacé a Dylan!”, dice, hace una pausa y en el rostro se le dibuja una amplia sonrisa.
En el nuevo disco se tocan varios temas, pero “no son canciones sobre relaciones”, dice con alegría. “Todo el tiempo leo que mis discos son sobre ruptura de relaciones, ¡pero nunca le dije nada a nadie! Ahora, por primera vez no es un album sobre rupturas. Por primera vez escribo sobre otras cosas”. Una de las nuevas canciones es sobre la soledad: “Estoy feliz de haberme librado de vos pero no pensé que iba a ser tan solitario… esa clase de cosas”, explica. ¿Es una solitaria? Considera la idea por un momento. “Vivir sola es un trabajo duro, tenés que ser diligente todo el tiempo, porque no hay conversaciones”, dice. “Pero te libera todo este tiempo para explorar otras cosas. Por eso hoy me siento como de 15 años, porque vivo exactamente como vivía entonces, pero no estoy preocupada por qué voy a hacer de mi vida. Lo más difícil quedó atrás. Lo único para preocuparse ahora es la muerte”. ¿Y le preocupa? “¡No, estoy lista!”, se ríe.
De pronto se distrae por algo que ve por la ventana. “Perdón, mirá esos cuervos”, dice. “Ese grande en el toldo, y hay otro cerca, probablemente hay algo entre ellos”. Por un momento se queda mirando en silencio a los pájaros. “Perdón”, repite, volviendo al salón y la conversación. “La soledad es un tema realmente interesante”, dice, y enumera los placeres de estar sola en una ciudad, con el día desarrollándose exactamente a su antojo. “Ser capaz de hacer lo que quieras y cuando quieras, y lo bueno que es. Ahora me doy cuenta: soy una solitaria”, dice, y sonríe otra vez.
*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.