En la pizzería San Lorenzo de Boedo, año 1974, su dueño, don Luis Ianonne, no deja entrar a un militante con bombo que quiere tomarse una coca e ir al baño. Las iniciales V y P están tan desgastadas en el tambor de tanto golpe. Los muchachos, respetuosos, se retiran. Tienta suerte en el bar Dante, al lado, el pelilargo.
Mismo año, mamá cuelga sábanas en la azotea, un primer piso y arriba el cielo. A dos casas, desde la terraza de lo que equivaldría a un tercer piso, un hotel familiar, asoma una señora con pañuelo anudado y escoba que descansa. Nos grita: “¿Vio doña?, se murió el Pocho”.
Con mi amigo Carballo llamamos a Caloi, que dos días más tarde nos recibe en su casa. Arriba de su tablero, a pesar de esos años oscuros, nos sorprende una foto de Eva Perón, brazos en alto, fondo negro.
Voy por primera vez a la Asociación de Dibujantes, en el Barolo. Detrás del cuadro con el logotipo de la institución, que alguien descuelga, hay un póster de Perón presidente 1973- 1977.
Papá nos lleva de paseo por Vicente López, en su taxi Valiant II. Reconozco, de tanto verlo por la tele, el balcón de Gaspar Campos. El viejo mira, no dice nada.
Última imagen, y luego la amnesia. Veinticuatro de marzo del 76, vamos caminando con mamá hacia la panadería Las Flores Porteñas, y un tipo pasa con el Clarín que anuncia el golpe, todo en blanco y negro.
Primer recuerdo de peronismo ochentoso: me convocan de la revista Caras y Caretas. Sus directores son peronistas. ¿Por qué me asocian con ese partido? Nunca me afilié, nunca canté la Marcha. Soy un muchacho de izquierda. Ocurre el paro y movilización del 30 de marzo del 82. Nos corren, nos gasean. Me refugio en la redacción de Humor Registrado. Tres días después estoy en la redacción de Caras y Caretas de la calle Moreno al 900. Cambia la portada de lo que será el primer número de la nueva época de este vejestorio, por culpa de Malvinas. La dibuja Izquierdo Brown. Resurge el tufillo de aquel peronismo que había advertido en mi pubertad. Fin de Malvinas.
Voy a la casa de Cilencio, un dibujante gran amigo en esos años 79, 80. Me lleva unos cuantos años. Con su resuello asmático me cuenta de amigos peronistas que lloraban de emoción cuando hablaba el Pocho, aun cuando los había echado de la Plaza, y sin embargo, pese a las advertencias de mi colega, marcharon hacia el matadero. Perón padre malo, y los hijos ciegos idealistas.
Año 83. Humor Registrado se hace alfonsinista. No sé por qué, pero formo parte del staff inicial de Feriado Nacional, que se crea para responder peronistamente a la Humor gorila. Nunca me afilié, nunca canté la marchita. Será por mi amistad con Maicas, Sasturain, Sanyú? Feriado Nacional recluta a Dolina, a Feinmann, a Abós, a Caloi, a Enrique Breccia. La dirige Martín García. Sobrevive un mes a la asunción de Alfonsín.
En la 9 de julio cierra el PJ su campaña. Quema del cajón. Caminamos con Saccomanno por la avenida Corrientes y recalamos en La Giralda. Muchas chicas peronistas. El domingo pierde Luder y desfilo por la avenida Santa Fe. Muchos peronistas caminan como zombis, y desde los balcones, los radicales se mofan. Llego a Corrientes y Callao pensando en la suerte de Feriado, donde militantes con boinas felicitan al cantante Trelles. Compro el Clarín y me voy al depto de Alicia. Ya no hay estado de sitio.
Me acuerdo de algo, que Saborido relata en el prólogo de mi último libro Evita: nacida para molestar: En plena dictadura, me enamoro de una compañera de trabajo veinte años menor. Diana nunca se entera, pero desde su posición latente de izquierda, muda por los militares, me presta un gordo libro de Historia, forrado con papel madera. Ahí descubro la pasión de Evita. Y la del Che. Ambas pasiones me subyugan desde aquel día. Me vuelvo evitista, no peronista. Hasta hoy.
Me vuelven a convocar en Humor Registrado. Hago Los Alfonsín, tira opositora al lector gorila de la exitosa revista. En ella hay un personaje peronista, Alba, homenaje a mi vieja, nada peruca por cierto.
A los pocos meses me convocan de la revista Unidos, y en una librería de Rodríguez Peña me encargan la tapa y dibujos en el interior. Me siguen asociando al peronismo, en este caso la revista libro de la Renovación cafierista. Admiro las plumas que ahí escriben. Colaboro, como todos, gratuitamente.
Una de mis compañeras, nacida durante el primer peronismo, me cuenta que a su padre, de la Resistencia, en el año 56 lo torturaron los de la Libertadora, y que en esa sesión estuvo el marino Manrique. Lo odiaba, entonces. Hace unos años me la encontré en la calle, y era una rabiosa antiperonista. ¿Con quién estuve, durante siete años?
Dibujo mi tira “Joven Argentino” en la SexHumor. Su personaje principal es “La Turca”, cogedora, peronista y feminista. En esos tardíos ochentas soy la pasional Turca, no su novio Gonzalo. Pero cuando aparece Carlos Saúl en el firmamento argentino, no la dibujo más. Me quedo solamente con mi trabajo en Página/12. Me disuelvo en Socorro, la niña villera. En ese medio posmoderno soy inocente, antiguo, idealista, enojado con el PJ, soy Socorro. En Página/12 dibujo mi sección sobre Historia argentina, “La grandeza y la chiqueza”, donde imagino escenas de peronismo explícito. Cada vez que hago humor sobre Evita se me arma quilombo. Este 2019, por fin, hago un libro dedicado a Evita, por los cien años de su nacimiento. No me guardo nada. Hay dibujos jodidos y dibujos de amor. Pero es un libro luminoso, como ella.
El peronismo, los peronistas, son mi gente que me emociona. No me afilié ni cantaré la marchita. Soy un anarco populista, ni P ni K. Los pensadores y los artistas perucas son los que más me subyugan. Pero Borges y Quino son gorilas, y son los que más me gustan en sus respectivos rubros.
En 2003, no voté a Néstor Kirchner. El 25 de mayo ya me empecé a arrepentir.
En 2010 junté mis trabajos de “La grandeza y la chiqueza” con los dibujos con los que ilustré la historia del peronismo que escribió Feinmann aparecidos en fascículos semanales en mi diario. El libro que los reunió, editado por Planeta, se llamó 200 años de peronismo. Lo presentamos en la feria del Libro con Osvaldo Bayer, Jorge Lanata y Pedro Saborido. Prácticamente, ningún peronista en la mesa.
Para hacer este reciente libro sobre Evita visité la quinta de San Vicente. Ahí está el cuerpo del General. Tanto lío, y qué solo lo dejaron a Perón…
El peronismo no mata. El antiperonismo sí. Chocolate por la noticia.
Los libros de Luis Tedesco, los cuadros de Santoro. Ahí está lo que sobrevive del peronismo, en esos paisajes.
Qué gorila Copi, por favor. Por él hice mi libro, para que haya otro humorista que recree a la Duarte.