La lengua marica desbocada. El protagonista deambula con su cámara para reconstruir al hombre ausente y los personajes hablan como si estuvieran solos. El abandono los vuelve iguales. Esa única noche fue suficiente para quedar enamorado y la experiencia que cruza la biografía de Patricio Ruiz como autor, con la ficción que él mismo encarna en el personaje interpretado por Diego Benedetto, se convierte en una reflexión, suerte de ensayo o mapa confesional sobre el amor.

El gesto borgeano que hace del nombre del autor una misma identidad con el protagonista, como si en el momento de decirlo la intimidad viniera a desguazar una ficción poblada de canciones, de la música del cabaret que nace del parecido que el ausente tenía con Liza Minnelli, se desintegra o se apropia en la recuperación del viaje como desierto interno. La soledad sin remedio, irrespirable, se comparte con lxs otrxs que lo amaron.

Es en esa posibilidad de soltar la lengua y recordarlo que el personaje que asume Agustín Rittano se envuelve en un fulgor almodovariano. La travesti maltrecha que puede dar lecciones de cómo se chupa una pija, trae al ausente desde el cuerpo. Hay en los personajes de Testimonios para invocar un viajante una tristeza que se asemeja a los seres que pueblan algunas novelas de Roberto Bolaño, especialmente 2666, donde todxs parecen encantadxs con la certeza de perdición.

El amor es un descubrimiento, una marca en la interioridad que el protagonista demuestra no soportar. Su manera de ir hacia él sin que ese sentimiento lo mate, lo liquide en una violencia que el propio autor relata en una voz en off, es convertirse en el narrador de ese drama a partir de la palabra de lxs otrxs. El juego de las dos presencias, la del verdadero Patricio Ruiz que aparece en un video y la del personaje que lo interpreta pero que es solo una versión ficcional, tan incierta como cercana a la realidad del autor, llama a cuestionar lo biográfico o a hacer de esa conmoción la materia de una beca, una película o proyecto que el joven artista encara para sobrevivir a los estragos de un amor que no tiene lugar en otra parte más que en su recuerdo.

Esa paz que se añora se convierte en una dramaturgia donde lxs entrevistadxs le dan una parte insondable de su amado pero, a la vez, no pueden evitar sentirse destrozadxs por su invocación. Allí está la joven alemana que interpreta Flor Dyszel con esos destellos que son parte de su estilo, como si liquidara a sus criaturas con esa sensibilidad atronadora y las devolviera marcadas por la ráfaga de su técnica. Rittano va también hacia esa profundidad malsana, como si lxs dxs no le temieran a la enormidad de la herida que evocan.

En los modos de contar desde la actuación encuentra Maruja Bustamante la manera sutil de intervenir como directora en un texto que tiene un cuerpo tan audaz que parece comerse la escena. En esta línea los trabajos de Benedetto y Belén Gatti se muestran más realistas y despojados.

En la estética del cabaret, donde Antonia, bajo la magia de Rittano copia la vida de pensión del personaje de Sally en el film de Bob Fosse, hay una mirada sobre la odisea del amor que pide cierta mansedumbre. La música, la risa y esa ropa brillante vienen a divertir a las almas en pena. Si Patricio Ruiz le habla a una tradición marica que podría discutir con Copi o con Perlongher, lo hace a partir de una singularidad que le quiere arrebatar a esos maestros tanto las categorías de clase como cierta dimensión existencial que se descubre a partir del amor. En esa humanidad vulnerable hay un melodrama a punto de ser reemplazado por la locura festiva. Un amor entre hombres agazapado, peleando por cierta universalidad, por una épica.

 

Testimonios para invocar a un viajante se presenta de jueves a domingos a las 18 en el Teatro Nacional Cervantes. Libertad 815. CABA.