La pausa es de cinco minutos
“En el bullicioso ajetreo del West End de Londres, he estado buscando santuarios de calma y contemplación. Y efectivamente los encontré: en los callejones de Chinatown”, anota un sorprendido Jan Enkelmann, fotógrafo alemán con residencia en Gran Bretaña, que traslada su hallazgo a Smoking Chefs , su más reciente obra. Serie de imágenes que muestra a cocineros/as del barrio chino de la capital inglesa disfrutando una pausa de cinco minutos del exigente jaleo laboral; mini break en el que dan rienda suelta al placer culposo de las caladitas intermitentes. “En este trabajo capturo momentos de introspección”, asegura el muchacho sin humos, que ya había explorado el barrio chino londinense con All his ducks in a row, capturas que abordan la preparación de un favorito de la gastronomía oriental, el pato súper-crujiente (y un título-guiño que habla de tener los patitos en fila). “No estoy ciento por ciento seguro porque me atrae tanto Chinatown, pero entiendo que tiene que ver con cierta necesidad por mostrar que incluso los lugares más turísticos de las grandes ciudades del mundo son hogares de personas reales y comunidades genuinas”, confiesa el germano, que logra con Smoking Chefs transmitir el breve momento de tranquilidad de personas sumidas, cigarrillo mediante, en sus pensamientos, previo a regresar al caos propio de la exigente jornada laboral. “Solo mirar sus posturas y expresiones relajadas se siente como una intrusión, pero el enfoque cinematográfico de Enkelmann hacia algo tan humano, tan identificable, hace que sea difícil mirar hacia otro lado”, celebra la crítica especializada sobre sus imágenes de escenas íntimas, apacibles. Que vuelven, dicho está, sobre el cigarrillo, que Oscar Wilde antaño definiese como “el tipo perfecto de placer ideal”. “Es exquisito y lo deja a uno insatisfecho, ¿qué más se puede pedir?”, remataba entonces el escritor, que reconocía que -como todos los placeres que valen la pena- fumar es cosa seria.
A palabras necias, más ventas
A principios de mes, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Moscú (edición número 32, para más precisiones), no se anduvo con chiquitas don Vladimir Medinsky, ministro de Cultura de Rusia, al pronunciarse respecto a los cómics. No solo desestimó el valor de las historias como género literario, comparándola con “un chicle, que no es lo mismo que comida”: tildó de “imbéciles” a los adultos que leen viñetas, dijo que era “patético que personas grandes los consuman”, aseguró que estaban dirigidos a niñatos que recién están dando sus primeros pasos en la lectura, por mencionar algunas bonitas palabras dispensadas por el funcionario en actividad. Al derrotero de palabras necias, no necesariamente le correspondieron los oídos sordos del público: más bien, muy atentos estuvieron los aficionados al mundillo cómic de la exURSS, expresando su indignación vía redes con hashtags del tipo #ImAMoron (Yo soy un idiota) y #IReadComics (Yo leo historietas). Lo mejor del caso, empero, fue una reacción concreta de nerds de esas frescas latitudes: y es que, acorde a Dmitry Yakovlev, jefe de una de las principales editoriales independientes de cómics de Rusia, Bumkniga, con sede en San Petersburgo, “fue tan estúpido el comentario de Medinsky que acabó teniendo el efecto diametralmente opuesto, y terminó ayudando a la industria” ¿Cómo? Desde que se proclamó en contra, “las ventas de viñetas no han parado de crecer”. “Los cómics se leen en Rusia de la misma manera que en otros países. Y su valor es su lenguaje universal: el lenguaje del dibujo es comprensible en cualquier parte del mundo”, redobló el muchacho, asegurando que en su país hay “un mercado en toda regla”, ascendente -dicho está- gracias al involuntario empujón del ministro de Cultura. No se puede esperar de un burro más que una patada, pero si da envión, bienvenida sea.
Doce mil años de historia, bajo agua
A media hora en coche desde Batman, en el sureste de Turquía, la histórica ciudad de Hasankeyf, a orillas del río Tigris, se escinde como un oasis con un patrimonio cultural que pondría verde de envidia a cualquier conservacionista. Entre sus auténticas joyas: un mausoleo construido por la dinastía turcomana de los Akkoyunlu; su peñón de roca de 100 metros de altura calado por túneles medievales y cuevas aún más antiguas; muestras de jardín islámico medieval y urbano (escasos en el mundo); antiquísimas casas de roca; minaretes árabes y túrquicos; restos de iglesias armenias y siríacas, de hamames. Se cree que Hasankeyf es uno de los asentamientos continuamente habitados más antiguos del planeta Tierra, datando -como data- de hace 12.000 años. Así y todo, en breve cesará de existir, condenada a desaparecer bajo un lago artificial por decisión del gobierno turco. Y es que, tras años y años de planificación, la zona devendrá enorme represa hidroeléctrica Ilisu, tras inundar el pueblo y aledaños: más de 300 kilómetros cuadrados, con las pérdidas que aquello conlleva (de primeras, el desplazamiento forzado de decenas de miles de personas). “Ya ha cerrado sus compuertas decenas de kilómetros río abajo y comenzado a llenarse. Este movimiento lo han descubierto los activistas de la iniciativa Mantener Vivo Hasankeyf examinando imágenes de satélite. El Gobierno lo mantiene en secreto”, subraya el diario El País; mientras el anglo The Guardian anota que, “solo a unas semanas de su destrucción, las autoridades han dado a los vecinos hasta el 8 de octubre para evacuarla”. “Es barbárico”, coinciden voces arqueológicas sobre la inminente pérdida, evidentemente invaluable. “Hasankeyf ha sido parte de muchas culturas diferentes en su larga historia, incluidas la antigua Mesopotamia, Bizancio, los imperios árabes y el imperio otomano. Aún más, ¡es anterior a todas esas civilizaciones!”, se apena Hakan Ozoglu, profesor de historia: “La ciudad es como un laboratorio que podría proporcionar muchas respuestas sobre el pasado. Y esa rara evidencia física del pasado humano debe protegerse a toda costa”. Pero lo cierto es que los reiterados intentos de activistas porque la corte europea les ayudase no han tenido éxito. Y el gobierno no da el brazo a torcer, no escucha razones. Dice que lo que debía ser protegido, ya se ha protegido (los principales monumentos, como los mausoleos de Zeynel Bey y del imán Abdullah, así como el Hamam de los Artúquidas, han sido transportados al Nuevo Hasankeyf, que se levanta en la otra orilla del río, a dos kilómetros), pero lamentablemente en todo Hasankeyf hay listados 550 sitios de interés cultural, la mitad de los cuales serán anegados. Con el agua hasta el cuello, nunca mejor dicho.