Desde San Sebastián
Días latinoamericanos en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián: virtualmente todas las secciones, las oficiales y las paralelas, se llenaron de relatos que recorren nuestro continente, desde Buenos Aires hasta Ciudad de México, pasando por la populosa Río de Janeiro. En está última ciudad, más precisamente en las alturas de las favelas cariocas, fue rodada Pacificado, del realizador nacido en Estados Unidos Paxton Winter, largometraje que aúna el retrato social con la estructura dramática de los films de gangsters. Luego de su paso por el Festival de Toronto fue proyectada Así habló el cambista, de la vecina Uruguay y dirigida por Fererico Veiroj, como así también la esencialmente colombiana Monos, de Alejandro Landes, títulos que serán estrenados comercialmente en nuestro país dentro de algunos días. También fue exhibida, fuera de concurso, La odisea de los giles, la película de Sebastián Borensztein que acaba de ser elegida para representar a la Argentina en los premios Oscar. Previsiblemente (se trata de dos figuras muy queridas en España), los Darín, padre e hijo, convocaron las miradas de los fotógrafos y los espectadores durante la gala de presentación.
En calidad de estreno europeo y aún inédita en Argentina, también pudo verse por estos días Las buenas intenciones, película que marca el debut como realizadora de Ana García Blaya. Basada en experiencias personales de su infancia a comienzos de los años noventa (nació en 1979), se trata de un emotivo y agridulce retrato familiar que conjuga algunas de las marcas de los coming-of-age con una mirada atenta a las complejidades vinculares de los protagonistas, tanto los niños como los adultos. El punto de vista, sin embargo, es esencialmente el de Amanda (interpretada magníficamente por Amanda Minujín), una chica de unos diez años que pasa sus días entre la escuela, la casa de mamá y la de papá, separados desde hace ya un buen tiempo. El padre, Gustavo (Javier Drolas), músico y dueño de una pequeña disquería típica de aquellos años -con sus grabaciones piratas de cassettes como método esencial de supervivencia- no parece estar en control de casi nada, viviendo una suerte de adolescencia tardía que incluye partidos de fútbol, salidas nocturnas y algún romance sin demasiados compromisos. En tanto, la madre (Jazmín Stuart), que ha iniciado una nueva vida con otro hombre, parece decidida a mudarse a la ciudad de Asunción junto a él y a sus hijos.
Ese punto conflictivo es el que comienza a provocar cambios tanto en Gustavo como en Amanda, pero García Blaya descarta en gran medida los convencionalismos del drama psicológico para diseñar un aguafuerte humano, viñetas de la vida no exentas de humor que terminan regalando una mirada muy cariñosa sobre los personajes, a pesar de que sus zonas más erróneas quedan en completa exposición. Ya desde los primeros minutos Las buenas intenciones alterna imágenes tomadas en VHS actualmente, con los actores y actrices del film, y registros de época que presentan a un grupo de personas reales: la propia realizadora y sus familiares y amigos más cercanos, incluido su padre, Javier García Blaya, fallecido hace algunos años y miembro en aquellos tiempos de la banda Sorry, cuyos temas ocupan una parte central de la pista de sonido de la película. El de García Blaya es un film pequeño pero potente y en sus mejores momentos logra transmitir con delicadeza las dificultades de la paternidad/maternidad y aquellas ligadas al crecimiento, además de reconstruir un tiempo que fue duro pero también hermoso.
La familia y los recuerdos familiares también recorren las venas del último largometraje de Andrés Di Tella, documental con elementos de reconstrucción ficcional dedicado al padre del director, Torcuato Di Tella. La primera escena presenta una serie de fotografías antiguas y anónimas que le permiten al realizador compartir el comienzo de un viaje que parte de lo general para viajar hacia lo particular y, desde allí, encontrar la manera de transformar su propia herencia en un reflejo de historias universales. Ficción privada retoma así el formato autobiográfico de una parte importante de la filmografía del director de 327 cuadernos y Fotografías, partiendo en este caso del recuerdo de la relación entre su padre y su madre Kamala y sus viajes tempranos a la India y Londres, compartiendo pantalla con su hija Lola y empleando a Denise Groesman y Julian Larquier, ambos actores profesionales, y a Edgardo Cozarinsky, amigo personal de los Di Tella, como lectores-intérpretes de las cartas que Kamala y Torcuato se enviaron mutuamente a lo largo de los años.
Presentada en la sección Zabaltegui Tabakalera -la más jugada en términos narrativos y formales del festival-, el de Andrés Di Tella no es tanto un documental en sentido estricto como un ensayo cinematográfico en primera persona. Sus temas: la memoria, los lazos familiares, el paso del tiempo, los anhelos personales y colectivos, el cine como diario íntimo y también como método de exorcismo y/o de sanación. Dialogando indirectamente con Carta a un padre, el film de 2013 dirigido por Cozarinsky que también transitaba los senderos de la relación paterno filial, Ficción privada tal vez cierre un círculo iniciado hace 16 años con La televisión y yo.
El chileno José Luis Torres Leiva, director de El cielo, la tierra y la lluvia (2008), presentó en la Sección Oficial su nuevo largometraje, que utiliza como título un pasaje de un poema de Cesare Pavese para narrar la historia de un pareja de mujeres ante la aparición de una grave enfermedad y, con ella, la inminencia de la muerte. Si la sinopsis de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos parece indicar un nuevo ejemplar de film sobre enfermedades terminales, el realizador esquiva casi por completo los lugares comunes de ese subgénero cinematográfico por derecho propio.
Ya a los treinta minutos de proyección, los extensos planos fijos que describen los cambios en la relación de las protagonistas le ceden el espacio a un relato dentro del relato general, un cuento acerca de una niña salvaje que introduce en la trama un elemento casi fantástico. Más tarde, Edgardo Castro será el primer hombre en aparecer en escena, uno de los dos protagonistas de otro cuento sobre la pasión y el amor que reflexiona indirectamente sobre los temas de la trama central. Las ambiciones del film de Torres Leiva pueden pasar algo desapercibidas: el suyo no es un proyecto artístico altisonante. Muy por el contrario, sus mayores virtudes se encuentran en la construcción delicada y paciente de un tono sutilmente sensible como vehículo para transmitir las emociones.