Cuando Pedro Almodóvar imaginó la crisis existencial de Carmen Maura en la Madrid colorida de fines de los 80, lo hizo contagiando a Mujeres al borde de un ataque de nervios de ese aire de comedia inoxidable que le valió el reconocimiento internacional como director. Y además le aseguró un decorado indeleble en el imaginario popular gracias al gazpacho atiborrado de pastillas, el contestador telefónico que atraviesa la ventana o Rossy De Palma tomando sol en una terraza salida de un cuadro de Edward Hopper.
Pero unas décadas antes, Michelangelo Antonioni ya había fantaseado con esa encrucijada de sentimientos en La noche, situada en el escenario áspero y desconcertante de la Italia del milagro económico, cuando Jeanne Moreau vagaba por las calles de Milán en ese viaje interminable de silencios y desilusiones.
En ¿Dónde estás Bernadette?, próxima a estrenarse en la cartelera local, le corresponde a Richard Linklater arribar a ese mundo de coordenadas indescifrables, de palabras ocultas y humores esquivos, a un territorio en el que sus locuaces personajes dejan paso a un único reinado, el de la Bernadette del título, sumida en un estado único de rebeldía y confusión.
Madre rebelde
Crucial elección la del popular libro de la novelista y guionista norteamericana Maria Semple para resignificar el universo de rebeldes y confundidos de Linklater, esos que apenas crecieron desde Slacker (1990) a Escuela de rock (2003). Crucial porque le permite concentrarse en una mujer adulta, personaje fascinante e incómodo que deambula por una Seattle lluviosa, en permanente conflicto con sus vecinos, con su genio y sus pasiones olvidadas. ¿Dónde estás Bernadette? es la historia de Bernardette Fox, una brillante arquitecta que hace veinte años abandonó su profesión para vivir en familia en una excéntrica mansión de un barrio tradicional de Seattle. Desde hace un tiempo, Bernardette habita ese espacio de creación en un estado de singular hostilidad, como si sus máximas de vida, que consistían en hacer de la vivienda un espacio confortable, la hubieran convertido en un frente de batalla. El jardín ha crecido demasiado, el techo tiene filtraciones, las puertas se cierran misteriosamente. Esa arquitectura en la que había dejado huellas de su genio, hoy es un mundo minado de crisis y conflictos, el geográfico preámbulo de un ataque de nervios.
Para Bernadette no hay paraíso posible, no hay vidriera de Tiffany’s en la que encontrar la paz y pertenencia que ha perdido, en la que mitigar esa incierta mezcla de angustia y furia que la desconcierta cada nuevo día nublado que despierta en Seattle. Su vida se divide en la silenciosa batalla con su vecina entrometida, en el desencuentro con su marido, concentrado en las exigencias de su trabajo en Microsoft, en el dictado de infinitos memos a su asistente virtual al otro lado del mundo. Pero el anclaje para la cotidianeidad de Bernardette es la relación con su hija adolescente, Bee, observadora aguda de la realidad, compinche silenciosa de su madre, y narradora sagaz de la historia. La voz que preside la presentación del mundo de Bernardette y sus incógnitas, ese viaje que nos conduce del presente en esa casa de habitaciones encantadas y accidentes domésticos a un pasado de excéntrico triunfo y distintiva notoriedad es la de su hija, la otra mujer de esta historia.
¿Dónde estás Bernadette? no tiene nada de thriller ni misterio alrededor del paradero de nuestra protagonista. El rumbo de Bernadette, por más laberíntico que resulte en su desplazamiento, es siempre interno, adherido a los recovecos de su pulso creativo, al por qué de sus decisiones y sus renunciamientos, al hallazgo de una renovada luz que allane el camino en esas temidas oscuridades. Y por ello su hija resulta su mejor aliada: Linklater hilvana en esa impensada cofradía generacional la clave de su película, el alma de esa conexión femenina que las hace sortear sus angustias e incertidumbres. Es Bee quien descubre en un video de Youtube el pasado profesional de su madre, su lugar estelar en la arquitectura moderna de Estados Unidos, esos hitos que resultaron sus más arriesgados proyectos. Pero es también ella quien funciona como su atrevido escudero en las hirientes peleas con la estricta vecina, que defiende el dominio de su jardín en nombre de la pertenencia y la tradición. Extrañas ambas, una en el barrio y otra en el colegio, comparten el fervor de una canción y la comprensión de sus propias falencias, se enseñan y se guían, sin juicios ni preguntas. “Yo la quiero a mi mamá tal como es”, es la mejor frase de Bee en toda su travesía.
“Cuando Megan Ellison, de Annapurna Pictures, me acercó la novela de Maria Semple, pensé: ‘¡Qué complejo, excitante y con múltiples capas es el personaje de Bernardette!’ No todos los días se encuentran personajes así en la ficción. Y curiosamente me recordó a mi mamá, brillante y algo errática. Uno puede ver a Bernadette de diferentes maneras, puede cuestionar su amor por su familia, pero la relación entre madre e hija es muy intensa. En Boyhood hice mi película sobre la relación entre una madre y su hijo, esta es mi película sobre la relación entre una madre y su hija”.
Los recuerdos de la gestación de la película, que evoca Richard Linklater en una reciente entrevista con The Playlist, dan cuenta de su mirada sobre la historia de Bernadette, de las decisiones en su adaptación del texto de Semple, y de ese mundo de relaciones que él siempre ha hecho propio en todas sus fábulas. Y lo que enriquece el panorama es ese cruce entre la vida familiar de Bernadette, sus tensiones con el barrio y con la ciudad, y la memoria de su tiempo en Los Ángeles, la etapa fructífera de su profesión previa al estancamiento de aquella pulsión creativa que hoy parece convertida en una amenaza social.
Genio y humor
“Conocí a Cate Blanchett hace unos años. Fue maravilloso reunirme con ella para este trabajo”, explicó Linklater. “Fue un proceso intuitivo y ella aportó todo lo que tenía para el papel. Hay un genio en ella que no se puede describir, pero también está su ética de trabajo: ella vino todos los días dispuesta a trabajar duro, a buscar en su interior y también a divertirse. No tiene nada que ver con la idea de una diva que podría asociarse a su lugar como celebridad”.
La elección de Cate Blanchett terminó dando forma definitiva al personaje de Bernardette, cuyo ácido humor se entreteje con su curioso presente. La vemos deambular despistada por la casa, tapando goteras, salvando al perro de su encierro en un armario, dictando cartas a modo de confesión virtual. Pero cuando trasciende los muros de esa fortaleza, Blanchett logra habitar a su personaje con un cuerpo flexible para la comedia y expresivo para el drama. Bernardette exige, con la soltura de un personaje de Blake Edwards, una prescripción psiquiátrica en una farmacia, o se desmaya en los cómodos sillones de una lujosa zapatería, o elude a una fanática en un shopping con una vergüenza rayana en la patología. Todo su derrotero combina la gestualidad más astuta de la comedia física sin nunca derivar en el gag, suspendiendo al personaje en ese estado de inquieta disonancia.
La crisis parece agudizarse en la vida de Bernadette ante un extraño pedido de su hija. Como celebración de su excelente rendimiento escolar, Bee propone a sus padres realizar juntos un viaje a la Antártida. Ella ya tiene todo planeado, ha estudiado el clima y la vida de los pingüinos, ha trazado mapas y averiguado itinerarios. La travesía es un salto hacia su vida adulta, un tiempo compartido con su familia, el encuentro con un territorio que algo tiene de lo exótico y aventurero que le fascina de la vida. Pero para Bernardette es todo un cimbronazo: los desafíos del clima, los enigmas de la región, el entrenamiento para sortear peligros, y sobre todo la interacción con los otros turistas. Su fobia social se dispara al borde del stress con solo imaginar nimias conversaciones sobre el tiempo y la hotelería, charlas con desconocidos sobre viajes y banalidades. Sin embargo, frente a la tibia negativa de su marido, concentrado en los vericuetos tecnológicos de su trabajo, Bernadette parece dispuesta a dar el salto, a salir de su caparazón hacia esa Antártida misteriosa, aunque ese proceso requiera los mismos dolores e incertidumbres de toda adaptación.
Los que parecían ser conflictos de una mujer excéntrica, con una lengua afilada y una ironía rayana en el desprecio, con el viaje se revelan como sucesivos estados de un incierto malestar, tan penetrante como difícil de explicar. “Lo que encuentro absolutamente conmovedor de Bernardette es cómo esos absurdos y delirantes monólogos con sus asistente virtual revelan lo sola y aislada que se siente”, explicaba Cate Blanchett en una entrevista con Variety a raíz del estreno de la película en Estados Unidos. “Creo que es algo que a menudo no se habla en relación a la maternidad, como puede ser una experiencia feliz y al mismo tiempo hacerte sentir muy sola”. Todo ese balbuceo punzante que la novela concentraba en los monólogos de Bernardette aquí se combina con la construcción visual que elige Linklater, desde la convivencia accidentada con la vecina que interpreta Kristen Wigg, inusual parámetro de normalidad, hasta su recorrido por el vasto territorio de la Antártida, imperturbable en su blancura fulgurante que conduce a Bernardette a la más vigorosa revelación.
Digo lo que quiero
¿Dónde estás Bernadette? consigue modelar el atípico retrato de una crisis que excede las motivaciones de la edad, la profesión o la maternidad, para combinarlas en un entramado ocurrente y nada pretencioso que se anima a mezclar los trazos de la comedia con el latido oculto del melodrama familiar. Y muchas situaciones parecen nacidas de ese imposible encuentro: una decisión de internación que se revela como una fuga de dibujo animado, una pelea que comienza como un simpático altercado y concluye en un hiriente enfrentamiento, un viaje que se teme como un sacrificio y desembarca en una misteriosa epifanía. Y como en todas las películas de Linklater, en las que el fluir de su cámara parece encontrar la vida de sus personajes con tanta facilidad, esa aparente espontaneidad es fruto de la más cuidada planificación, de sucesivos ensayos y calculado perfeccionamiento. “En mis treinta años de filmar películas, descubrí que para crear el concepto de espontaneidad y realismo la clave es el ensayo. Se trata de una construcción artificial cuyo resultado la audiencia lo percibe como fruto de la espontaneidad”.
Tal como lo consiguió con seductora pericia en los memorables diálogos de la pareja que formaron Julie Delpy y Ethan Hawke a lo largo de amaneceres, atardeceres y separaciones, las palabras cobran forma de meditación en la mente de Bernardette, en sus conversaciones consigo misma, en la confesión encendida a su mentor –extraordinario momento entre Blanchett y Laurence Fishburne - y en las coloquiales disertaciones con su hija a la vuelta del colegio.
El encuentro de la palabra propia, que Bernadette rastrea desde esos monólogos internos en forma epistolar al discurso definitivo de su deseo, es el triunfal arribo a la meta de su proverbial aventura.