Así habló el cambista 8 puntos
Uruguay/Argentina/Alemania, 2019
Dirección: Federico Veiroj.
Guion: Arauco Hernández Holz, Martín Mauregui y F. Veiroj.
Fotografía: A. González Holz.
Duración: 97 minutos.
Intérpretes: Daniel Hendler, Dolores Fonzi, Benjamín Vicuña, Luis Machín, Germán de Silva.
La literatura y el cine estadounidenses abundan en héroes que, al ambicionarlo todo --dinero, fama, poder--, representan la encarnación misma de una sociedad que persigue esas metas. Por ese mismo motivo esa clase de criatura no es frecuente en otras cinematografías. La argentina, por ejemplo. O, dado el caso, la rioplatense. Salvo en determinados momentos históricos, períodos en los que algunos de esos anhelos pasan a constituirse en valores sociales. Así sucedió en tiempos de las dictaduras uruguaya y argentina (así sucede ahora mismo) alrededor del enriquecimiento por vía financiera, favorecido entonces por las políticas económicas impulsadas a uno y otro lado del Río de la Plata, y ahora por la catástrofe de la economía macrista. Es en aquel momento que se ubica Así habló el cambista, donde el personaje interpretado por Daniel Hendler asciende en el mundo de las finanzas con las herramientas requeridas: ambición, oportunismo, traición y falta de miramientos. Es un antihéroe solitario, en una(s) cinematografía(s) en la que éstos no abundan.
Es esta la primera ocasión en la que Federico Veiroj (Montevideo, 1976) elige basarse en una obra ajena para una de sus películas. El novelista uruguayo Enrique Gruber publicó Así habló el cambista en 1979, dos años antes de fallecer. Veiroj (Acné, La vida útil, El apóstata) la adaptó junto a su habitual coguionista Arauco González Holz y su no tan habitual Martin Mauregui, uno de los cuatro que escribieron para Pablo Trapero la serie de películas que va de Leonera a Elefante blanco. El personaje de Humberto Brause (desconcertante conjunción italoalemana) presentaba un problema básico: es un antihéroe sin vueltas. Había que encontrarle alguna vuelta para arrancarlo de la linealidad. La que Veiroj, González Holz y Mauregui hallaron fue enrarecer, extrañar, deformar el relato. Literalmente, incluso.
Humberto sigue todos los pasos del inescrupuloso de manual. Se convierte en hombre de confianza de un financista reputado (Schweinsteiger, un Luis Machín de selección), se casa con la hija (Gudrun, Dolores Fonzi) y en cuanto puede se queda con la financiera. De allí en adelante es todo para adelante para Humberto: familia, fama profesional, crecimiento geométrico de las transacciones. Un grupo de diputados lo elige para sacar plata del país. Humberto es audaz y la audacia tiene sus riesgos. Un riesgo es el hacendado amazónico rodeado de matones, que quiere hacer negocios con él. El otro, la parejita de jóvenes argentinos calzados, que quieren depositar siete valijas rebosantes de dólares, aprovechando el secreto cambiario que rige del otro lado del río. Unos años más tarde vendrá cierto teniente de fragata (Benjamín Vicuña, excelente, como siempre) detrás de las valijas, a hacerle una de esas ofertas imposibles de rehusar.
El de Así habló el cambista es un mundo amarronado. Interiores oscuros, revestidos de una boiserie muy años 50, con puertas y persianas de madera. Los exteriores y los trajes de Brause no son mucho menos oscuros, ni marrones. Sólo la sufrida Gudrun (a quien su maridito deja sola en medio de un tiroteo, para huir como una rata) rompe la monotonía con amarillos y fucsias furiosos, tal vez como modo de recordarse a sí misma que aún existe. En una escena casi tarantiniana, Gudrun intentará asesinar a su marido por una vía infrecuente, en su cama de hospital. Brause sería simplemente siniestro si no fuera además una caricatura, y de esto se ocupa, con admirable disimulo, Daniel Hendler, tropezándose a veces como un Clouseau desprevenido. Pero el detalle clave, el hallazgo genial de Veiroj, es la dentadura postiza que convierte al sujeto despreciable en un Jerry Lewis de la ambición, dejando seguramente al espectador con la cabeza llena de preguntas sobre qué clase de película está viendo. No hay objetivo más ambicioso que ése, en medio del uniformizado cine contemporáneo.